¿Por qué sentimos antipatía?

¿Por qué podemos sentir rechazo por alguien que casi no conocemos? La psicología ha tratado de responder a estas preguntas con diferentes estudios.
¿Por qué sentimos antipatía?
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Ricardo Burgos

Última actualización: 01 febrero, 2022

El término antipatía proviene del griego y se refiere a una sentimiento de oposición: anti significa ‘contra’ y pathos, ‘lo que se siente’. Por su parte, el diccionario de la Real Academia Española define antipatía como ‘sentimiento de aversión que, en mayor o menor grado, se experimenta hacia alguna persona, animal o cosa’.

En psicología, la antipatía se entiende como un sentimiento de aversión. Un rechazo que  puede ser consciente o inconsciente, y como tal suele estudiarse en el marco de prejuicios o actitudes de rechazo hacia otras personas y hacia grupos.

Ahora bien, ¿por qué sentimos antipatía? ¿qué nos lleva a generar prejuicios hacia otros? A continuación lo vemos, no si antes hacer un recorrido por los prejuicios o antipatías inconscientes.

Un ejemplo de antipatía inconsciente

Puede suceder que a nivel consciente una persona no sienta aversión hacia otro grupo de personas, pero que a nivel inconsciente su conducta sí revele alguna aversión. Un ejemplo en este sentido es el concepto de “racismo aversivo”.

Gaertner encontró que en algunos casos un individuo puede ser racista, pero ser incapaz de percibirlo a nivel consciente. En sus investigaciones con norteamericanos que se consideraban liberales y carentes de prejuicios, encontró que en algunas circunstancias estos mismos individuos terminaban discriminando a las personas de raza negra, sin darse cuenta de ello.

Así, está demostrado que una persona puede tener prejuicios respecto a otros, y sin embargo no ser capaz de identificarlos.

Hombre hablando con su amigo

Algunas causas de la antipatía

Ahora que ya sabemos que se puede experimentar antipatía sin ser demasiado consciente de ello, profundizaremos en varios de los factores que determinan este sentimiento:

1. Factores cognitivos

Los mismos procedimientos de categorización cognitiva que nos guían a la hora de procesar información, nos sirven para construir prejuicios.

Todos contamos con una serie de vías cerebrales autónomas y automáticas que clasifican, en función de diferentes categorías, a las personas que conocemos (color de piel, sexo, edad, educación, etc.). Una categorización o clasificación que nos sirve para hacer atribuciones y generar expectativas.

En relación con esta tendencia cognitiva tan popular, diversos estudios evidencian que tendemos a favorecer (consciente o inconscientemente) a las personas de los grupos a los que pertenecemos y no tanto a las personas que pertenecen a otros grupos.

Asimismo, solemos creer (otra vez contra mucha evidencia) que los grupos a los que no pertenecemos tienen rasgos más homogéneos que los grupos a los que pertenecemos (el ejemplo típico es el varón que afirma que todas las mujeres son malas conductoras de autos).

2. Rasgos de personalidad

Otros autores han propuesto que hay personalidades que tienden a trabajar de manera más frecuente con prejuicios. Hoy existe evidencia de que hay sujetos con una propensión más marcada a apoyar cualquier decisión de una autoridad política, independientemente de que tal autoridad sea de derechas o de izquierdas.

Altemeyer -uno de estos investigadores- argumentaba que las personas dadas a este tipo de prejuicios lo hacen debido a sus experiencias de aprendizaje. El motivo es que habrían sido socializadas en una serie de valores y creencias acordes con la idea de que la autoridad siempre tiene la razón.

Además, sería muy probable que se hubiesen educado en círculos muy cerrados en los que esta idea también fuese compartida. Así, se ha producido una asimilación sin cuestionar el contenido.

3. La percepción de los grupos

Los prejuicios se relacionan con el modo en que percibimos a otros grupos. Por ejemplo, podemos pensar en términos menos favorables de los grupos que compiten con grupos a los que pertenecemos.

En general, los prejuicios afloran cuando un grupo social se siente amenazado por otros grupos, ya sea de modo real o de modo simbólico (si reivindican otros valores). También puede ser una forma de reafirmar una posición; colocando a los otros la etiqueta de mentirosos, resaltamos la honestidad, que puede ser uno de los principales valores del grupo.

El hecho de identificarnos con un grupo (el que sea) hace que mejore la bondad de los adjetivos con los que lo asociamos. Esta es una de las razones por las que las empresas hacen grandes esfuerzos porque los empleados se identifiquen con la marca.

Por ejemplo, los responsables de recursos humanos suelen ver con muy buenos ojos que el trabajador refleje en sus perfiles públicos su pertenencia a la empresa. Sería una señal de que está orgulloso de pertenecer a ese grupo y, por lo tanto, dispuesto a sacrificarse por él.

También sabemos que tendemos a deshumanizar (poco o mucho) a quienes conforman grupos a los que no pertenecemos. Además, a los grupos que pertenecemos solemos atribuirles emociones más sofisticadas y “humanas” en comparación a los grupos a los cuales no pertenecemos.

4. Contexto

Algunas investigaciones revelan que algunas conductas prejuiciosas suceden en ciertas circunstancias, pero no se muestran en otras. Así pues, ciertos contextos facilitarían que nos mostrásemos más o menos simpáticos.

Por ejemplo, hay personas que son muy abiertas y sociales cuando mantienen un diálogo solo con otra persona, tendiendo a distanciarse y a permanecer en silencio cuando el resto de interlocutores forman un grupo.

Amigas hablando

Es posible intervenir a nivel consciente

La antipatía y los prejuicios pueden tener distintas raíces y crecer gracias a distintos nutrientes. Una variable moduladora de este fenómeno es nuestro sistema de categorización, esa forma automática de posicionar a los demás en nuestros esquemas y asociarlos a diferentes características por el hecho de identificar en ellos determinados rasgos (por ejemplo, un color de la piel con una mayor o menor cultura o con unas aspiraciones u otras).

En este tipo de procesos mentales influye mucho la educación recibida y el espíritu crítico que hayamos heredado de ella.

La forma de funcionar de nuestro cerebro dificulta en muchas ocasiones y lugares que seamos neutrales, imparciales y objetivos. La buena noticia es que podemos intervenir a nivel consiente sobre estos procesos de la misma forma que podemos detenernos un momento y asumir el control sobre la entrada de aire en nuestros pulmones.


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