¿Por qué tenemos miedo?

¿Lo sabías? Gran parte de nuestros miedos no tienen un fundamento racional, una amenaza real que los explique. De hecho, una buena parte de nuestras preocupaciones se basa en esos temores que nosotros mismos creamos. Lo analizamos a continuación.
¿Por qué tenemos miedo?
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 03 julio, 2020

¿Por qué tenemos miedo? A la mayoría de nosotros le gustaría disponer de un botón modulador. De algún mecanismo con el que poder reducir o incluso hacer desaparecer el miedo, la inseguridad, la angustia y esos temores cotidianos que nos restan potencial. ¿Sería esto posible? ¿Podríamos quizá silenciar este instinto tan definitorio del ser humano?

La respuesta a estas preguntas es sencilla: «no». Al miedo no se le calla, se le regula. Al temor que nos advierte de los peligros y amenazas no hay que hacerlo desaparecer, hay que entenderlo y saber manejarlo en cada circunstancia. Si forma parte de nuestro código genético y orquesta gran parte de nuestro comportamiento es por algo y no podemos bloquearlo o hacerlo desaparecer por completo.

Renegar de nuestras emociones, al fin y al cabo, es dar la espalda a lo que somos. Porque el ser humano es un ser emocional y, admitámoslo, pocos hitos pueden llegar a ser tan gratificantes como dominar al miedo. Atrevernos a dar una conferencia ante cientos de personas, coger una araña o una serpiente con las manos, pedir una cita a la persona que nos atrae, escalar una montaña y desafiar el miedo a las alturas, etc. configuran retos que nos ayudan a crecer y nos dignifican.

Los miedos nos mantienen vivos, pero también pueden enseñarnos a ser valientes. Conocer de qué está hecha esta emoción y cuál es su auténtica finalidad nos puede ser de gran ayuda. Veámoslo.

Niño con miedo

¿Por qué tenemos miedo?

Con su habitual ingenio, Woody Allen decía que el miedo siempre ha sido su compañero más fiel y que, de hecho, jamás lo ha engañado para irse con otro. Así es, más allá de lo irónico que pueda parecer, la mayoría de nosotros tenemos a nuestros temores como a esos inquilinos permanentes en el ático de la mente que siempre se niegan a marcharse. Es más, en ocasiones, hasta los alimentamos para hacerlos más grandes.

Miedo a fracasar, a no ser amados, a fallar, a decepcionar a otros, temor a quedarnos solos, a que nos traicionen… Si nos detenemos a analizar un poco la forma de esos miedos, nos daremos cuenta de que no son amenazas físicas. Hemos llegado a un punto en nuestra evolución humana en el que ya no está en juego nuestra supervivencia física, ya no nos angustia ser atacados por un depredador. Gran parte de los miedos que tenemos son psicológicos.

Es decir, si nos preguntamos ahora por qué tenemos miedo y cuál es la finalidad de esta emoción primaria, la respuesta seguiría siendo la misma: sientes miedo para ayudarte a sobrevivir y poder adaptarte con éxito al entorno que te rodea. Y ello pasa también por detectar esos hechos que ponen en riesgo tu autoestima, tu bienestar emocional y tu equilibrio psicológico. Profundicemos un poco más.

Los miedos innatos que hay en ti

Dentro de la psicología evolutiva hay una teoría. Se trata de una propuesta que explicaría por qué tenemos miedo a determinadas cosas, esas que se constituyen casi como miedos (casi) universales. Temor a las serpientes, a los espacios oscuros, a las arañas… Bien es cierto que hay quien siente fascinación por estos elementos, pero por sí mismos, han sido siempre motivo de inquietud.

Una explicación a este hecho estaría en la teoría de los miedos innatos en el ser humano. Según esta, hemos heredado los miedos que a nuestros antepasados les ayudaron a sobrevivir en su día al evitarlos o manejarlos con éxito. Integrarlos en el código genético nos permite seguir actuando con cautela ante esas dimensiones que en el pasado fueron peligros reales.

Los miedos aprendidos y los condicionamientos

La teoría de los miedos innatos suele suscitar críticas y discrepancias. Sin embargo, esa área en la que gran parte de los expertos están de acuerdo es en admitir que un buen número de nuestros miedos son aprendidos. ¿Qué significa esto? Implica, por ejemplo, que muchos de nuestros temores son el claro resultado de nuestros aprendizajes y experiencias.

Si nuestros padres nos castigaban encerrándonos en un lugar reducido y oscuro, es probable que condicionemos esas situaciones y sigamos experimentando inquietud ante ese tipo de espacios. Así mismo, si nos caímos de niños en un pozo o nos atacó un perro, esas vivencias nos acaban marcando de por vida, dando forma a nuevos miedos, a temores aprendidos.

Lo mismo sucede con las fobias. Tanto si son simples (miedo a los truenos) como complejas (agorafobia) suele existir detrás de todas ellas una serie de condicionantes que nos han hecho crear capa a capa, un muro de miedos, inseguridades y ansiedades capaces de limitar en muchos casos nuestro estilo de vida.

Mujer con mucha ansiedad

¿Por qué tenemos miedo? Cuidado con el «miedo al miedo»

Aunque resulte curioso, siempre es bueno preguntamos por qué tenemos miedo a determinadas cosas. Es un modo de concretar, de focalizar e incluso de racionalizar. Si percibo que en los últimos meses me causa cada vez más angustia ir a trabajar, es adecuado indagar en las razones (presión, autoexigencia, clima de trabajo negativo…) Hacernos preguntas nos permite definir los desencadenantes de ansiedad y, a menudo, hasta racionalizar los miedos.

En caso de no hacerlo, puede surgir la que es la situación más debilitante de todas: el miedo al propio miedo. Estudios sobre la biología del miedo, como el llevado a cabo por el doctor Ralph Adolphs y publicado en la revista Current Biology, nos señalan que es el más desadaptativo de todos los miedos.

Se da, por ejemplo, cuando experimentamos un ataque de pánico. Poco a poco nuestro auténtico temor es volver a experimentar una situación semejante; es más, solo con recordar esa situación y anticiparla, alimentamos la misma angustia y la probabilidad de que vuelva a sucederse. Aquí, la mente cae en un estado de indefensión absoluta en el cual el miedo más impreciso pero angustiante nos tiene atrapados.

De algún modo, casi se podría decir que en estas situaciones el miedo como instinto deja de tener su auténtico fin: garantizar nuestra supervivencia para que podamos adaptarnos a nuestro entorno. En estas realidades, más que sobrevivir, malvivimos; más que adaptarnos, quedamos totalmente perdidos.

Para concluir, pocas cárceles alzan tantas rejas como las de nuestros miedos irracionales. Saber manejarlos, concretarlos y afrontarlos garantiza nuestra calidad de vida. No podemos eliminar el miedo de nuestra existencia, pero podemos eso sí, aprender a vivir con él.


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