Los problemas psicológicos derivados de la autoexigencia
Si bien es importante marcarnos metas y esforzarnos por alcanzarlas, llevar al extremo nuestra ambición puede también ser muy perjudicial para nuestra salud. De este modo, la autoexigencia excesiva, ligada a un perfeccionismo disfuncional, puede generarnos malestar psicológico y sentimientos de culpa y autoflagelación.
En este artículo, exploraremos algunos de los posibles orígenes de la autoexigencia, los problemas psicológicos que puede acarrear y estrategias para cambiar esta tendencia.
¿Qué es la autoexigencia?
La autoexigencia se manifiesta en la forma en la que orientamos nuestro comportamiento hacia la consecución de metas poco realistas o hacia el cumplimiento de estándares autoimpuestos demasiado rígidos y exigentes. Por lo tanto, esto se traduce en inconformidad con lo que se hace, incapacidad para reconocer los logros y una fuerte y nociva tendencia a la autocrítica.
Así mismo, las personas demasiado autoexigentes y perfeccionistas tienen a evaluar su desempeño tomando como referencia criterios absolutos. Es decir, sienten que han hecho las cosas bien o mal, sin valorar objetivamente otros factores que pueden interferir en nuestros éxitos y fracasos. En consecuencia, quienes tienden a exigirse demasiado suelen tener una autoestima inestable y cambiante. Por ejemplo, pueden pasar muy rápidamente del orgullo y la alegría a la frustración y el enfado.
Por otro lado, para las personas demasiado perfeccionistas puede ser muy importante la validación externa, temiendo potenciales valoraciones negativas.
En resumen, la autoexigencia y el perfeccionismo son características multidimensionales en las que, por un lado, se crean estándares de desempeño excesivamente altos y, por el otro, se generan sentimientos de ansiedad ante la posibilidad de no cumplir con esos estándares.
¿Cómo se origina la autoexigencia?
Al ser una característica multidimensional de nuestra personalidad, la autoexigencia puede tener orígenes diversos en relación a nuestras particulares historias de vida.
En primer lugar, esta forma de perfeccionismo puede ser aprendida, de modo que puede tener origen en las normas culturales en las que hayamos sido educados. También puede haber sido aprendida a partir de los principios de nuestra familia.
Por ejemplo, nuestros padres pudieron haber valorado en exceso nuestras calificaciones o haber sido demasiado estrictos con la distribución de nuestros tiempos de trabajo y ocio. Estos aprendizajes que vienen de la infancia pueden instalarse en nuestra vida adulta y llevarnos a tener patrones perjudiciales de autoexigencia.
Sumado a lo anterior, puede también tener origen en distintos puntos de nuestra historia personal. Puede estar ligada a algún momento en el que sentimos que pudimos habernos esforzado más para alcanzar un objetivo. O a un punto de nuestro pasado en el que creímos que, esforzándonos más, alcanzaríamos un estándar de desempeño socialmente validado.
Por supuesto, estas formas disfuncionales de perfeccionismo pueden haberse originado también a partir de las relaciones sociales que hemos ido construyendo. Tal vez en algún momento nos comparamos con alguien y quisimos imitarle, o sentimos que era necesario exigirnos en exceso para formar parte de un grupo o ser aceptados por nuestras parejas.
En conclusión, la línea de la autoexigencia puede haber comenzado o incrementado su caudal en distintas historias de nuestro pasado.
¿Cómo puede afectarme ser autoexigente?
Por lo general, la poca o nula flexibilidad en los criterios que hemos construido puede ser el origen de nuestro sufrimiento. Ser en exceso autoexigentes puede generarnos síntomas de depresión y ansiedad por no sentir que somos suficientemente buenos y por la forma en la que esto afecta la percepción de nuestra valía personal.
Esto puede redundar en un impacto negativo en nuestra autoestima, y conducirnos a que seamos demasiado competitivos, o a experimentar sentimientos de aislamiento que pueden incidir en nuestras relaciones afectivas.
Adicionalmente, estos altos niveles de autoexigencia pueden conducirnos a la inacción. Es posible que ante el carácter inalcanzable de nuestros estándares, terminemos paralizados, incapaces de actuar por el miedo que nos genera la posibilidad de fallar. Esto, al final, hará que perdamos oportunidades o que no aprovechemos el tiempo de la mejor manera, alimentando el ciclo de recriminación porque nuestra acción no coincide con el modelo idealizado que hemos construido.
Por último, incluso es posible que se vea afectado nuestro cuerpo. El estrés que suele acompañar a la autoexigencia puede causar malestar como insomnio, problemas gastrointestinales, cansancio constante y tensión muscular.
¿Es posible cambiar este comportamiento?
Como mencionamos anteriormente, la tendencia a la autoexigencia es aprendida y, en ese sentido, es susceptible de ser modificada. Un buen primer paso es cambiar la forma en la que hablamos con nosotros mismos. Reemplazar el “tengo que” o el “debo” por un amable “quiero hacer” o “me gustaría hacer” puede ir transformando progresivamente la forma en la que evaluamos nuestro propio desempeño. Este es el primer paso para ver de otra manera el reflejo que nos devuelve nuestro espejo interno.
Valorar nuestros logros y reconocer el esfuerzo que hemos puesto para alcanzarlos puede ser otra estrategia para gestionar nuestro perfeccionismo. Recordemos que hay expresiones de la autoexigencia que son sanas, nos orientan a metas, nos permiten reconocer y transformar nuestros errores y nos ayudan en nuestro crecimiento personal.
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