La psicología de la abuela: el valor de los refranes

Los refranes son las herramientas de nuestras abuelas y mayores para transmitir enseñanzas que nosotros podemos aprovechar.
La psicología de la abuela: el valor de los refranes
Andrea Pérez

Escrito y verificado por la psicóloga Andrea Pérez.

Última actualización: 28 junio, 2021

No hace falta ser psicóloga para entender cómo se comporta el ser humano en algunos momentos de su vida. Podemos encontrar oasis de sabiduría en muchos lugares a nuestro alrededor. Uno de esos rincones dónde se acumula conocimiento está en los refranes populares.

Se suele decir que “más sabe el diablo por viejo que por diablo” y es que la sabiduría no solamente es cuestión de inteligencia, habilidad o estudios formales. Hay una gran parte de aprendizaje que se hace a base de experiencias acumuladas o vividas.

Nuestras abuelas podrían hablarnos de esto largo y tendido. La experiencia de vida de nuestros mayores les hace conocedores de muchas enseñanzas que bien haríamos en escuchar de vez en cuando.

Atender a lo que algunos de estos refranes quieren decirnos puede ayudarnos en algunas cuestiones importantes de nuestra vida.

Abuelo y nieto hablando sobre los refranes

Caras vemos, corazones no sabemos

Aunque el significado de este refrán nos podría llevar a la desconfianza y a no fiarnos de las apariencias, quiero rescatar la parte más amable su enseñanza. Me gusta interpretar esta frase desde la parte que nos dice que no juzguemos a los demás por la primera impresión. Acordarme de que nadie puede ver a simple vista el interior de una persona.

Especialmente en el campo de la salud mental no podemos dar por hecho que una persona este bien solamente por llevarnos esa impresión. Como bien dice el refrán, ver su cara no implica saber cómo está su corazón. Con frecuencia, el sufrimiento humano no se escribe en el rostro o puede verse a simple vista.

Una persona puede sonreír y parecer alegre, pero sentir una intensa soledad y sufrimiento. Alguien puede aparentar tener la serenidad de un mar en calma y estar experimentando una auténtica tormenta de pensamientos y emociones dentro de sí misma.

Vísteme despacio, que tengo prisa

Por norma, las prisas no nos vuelven más hábiles o precisos. Pasamos gran parte del tiempo pensando en todo lo que tenemos que hacer casi sin prestar atención a lo que estamos haciendo en ese momento.

Mientras desayunamos, pensamos en lo que vamos a comer; mientras trabajamos, pensamos en lo que haremos después y, algunas veces, cuando la jornada laboral se termina seguimos pensando en el trabajo que todavía tenemos pendiente.

Cuando hablamos de nuestro bienestar emocional, hay que tener muy presente esta enseñanza. Hacer las cosas despacio, con tiempo y centrándonos en aquello que hacemos nos ayuda a sentirnos mejor.

Comer, dar un paseo por la naturaleza, darnos una ducha se convierte en algo totalmente nuevo cuando le prestas la atención que se merece.

Una de las herramientas que utilizamos en psicología para aplicar este refrán es el mindfulness o atención plena. Tomar conciencia de las sensaciones y vivencias que estamos experimentando aquí y ahora nos ayuda a ir más despacio, a fijarnos en los detalles y a mantener la calma en los momentos de tormenta.

Ande yo caliente, ríase la gente

Ya nos lo decía Luís de Góngora en su poema llamado Ándeme yo caliente, en el que con mucha elegancia criticó el lujo y la ostentación de su época. También hacía referencia a él Miguel de Cervantes en su famoso Don Quijote de la Mancha, en el que nombra este antiguo refrán en una conversación que mantiene Sanchita con su madre.

“¡Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, y ándeme yo caliente, y ríase la gente! ¿Digo bien, madre mía?”.

-Sanchita en Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes)-

Desde hace años esta enseñanza y reflexión ha ido pasando de generación en generación. De vez en cuando hace falta rescatarlo y preguntarnos a nosotros mismos si estamos siguiendo nuestros criterios o, por el contrario, nos estamos moviendo por la opinión ajena.

¿Cuántas veces hemos dejado de hacer o decir algo solamente por lo que pensarían los demás? ¿Cuántas energías y pensamientos dedicados a cuidar lo que puede ver el ojo ajeno?

Hacernos estas preguntas y ser conscientes de sus respuestas nos ayudará a valorar si hay momentos en los que merece la pena pasar frío para que el otro no se ría o, por el contrario, si se prefiere estar caliente conviviendo con las risas del de al lado.

Mujer pensando

Más vale prevenir que curar

También podríamos aplicar aquí aquel refrán que dice: “mujer precavida, vale por dos”. Prevenir y cuidar de nuestra salud física cuando nos encontramos bien nos ayudará a que sigamos encontrándonos mejor. Una vez que aparezca la enfermedad, el haber mantenido buenos hábitos puede hacer que el impacto de esta sea menor.

Lo mismo ocurre con nuestra salud mental. Cultivar nuestro bienestar emocional no evitará que sintamos malestar, tristeza, frustración o ansiedad, ya que estas emociones entran en la normalidad de nuestro mundo emocional. Sin embargo, cuidarnos nos ayudará a no quedarnos atrapados en ellas.

Invertir en el autocuidado personal supone hacer un poquito por nosotros mismos todos los días. Cuidar la alimentación, hacer ejercicio, estar en contacto con las personas que queremos y, en definitiva, priorizar nuestra salud y necesidades, forman parte de esa prevención a la que hace referencia el refrán.


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