Querer no es poder, pero el deseo nos hace estar vivos

Querer no es poder. Entre el deseo y la consumación hay una distancia, en ocasiones insalvable. Al mismo tiempo, el mismo deseo, que nos tortura en ocasiones, también es el que nos hace ser.
Querer no es poder, pero el deseo nos hace estar vivos
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Última actualización: 01 agosto, 2020

Querer no es poder. Existe una distancia, en ocasiones infinita, entre un deseo y su satisfacción. Para bien o para mal, nuestra mente no gobierna la realidad. Nuestro poder es limitado, nuestras expectativas frágiles, el error común, cotidiano, caro y afortunado cuando de verdad nos hace crecer. Cuando es punto de apoyo… y no suelo resbaladizo. No, querer no es poder.

El otro día escuchaba en la radio a una locutora cómo festejaba una canción de amor, frente a todas las de desamor. Corazones ilusionados, frente a corazones rotos. Tampoco somos quienes queremos ser, porque nuestro intento de entrada en el diccionario es válido lo que tarda la aguja en pasar al deseo siguiente. Por otro lado, hay relaciones que terminan, mientras el amor no concluye nunca. Sobrevive al tiempo, que no lo apacigua.

Chico pensando mirando por una ventana

Deseo y control

La falta de control no es patológica, lo es la obsesión o determinadas estrategias que pretenden ser una adaptación. La repetición nos da seguridad, la compulsión es el mejor alimento de la ansiedad.

Los manuales de diagnóstico en manos de un neófito solo llevan a la sobrepatologización de la población. Todos encajaríamos, más o menos en algún cuadro, igual que nuestro futuro incierto puede suscribir el horóscopo. Hasta un reloj parado acierta dos veces al día.

La diferencia entre un corazón roto y un corazón entero es la esperanza. Quien la tiene vive, quien no, muere. Por eso es de lo último que nos desprendemos, nuestra última piel antes de pasar a ser fantasmas. Sin ella solo somos vulnerables; por eso, cuando se resquebraja o se comparte somos capaces de encontrar intimidad con otro.

Todos somos dependientes. Capaces de darlo todo si nos tocan en el lugar adecuado. También de volvernos egoístas cuando nos sentimos amenazados o tenemos la sensación de que nos hemos quedado solos protegiendo nuestros intereses.

Nos separamos de la víctima o del verdugo, intentando encontrar elementos que nos distingan. Una mala infancia, la nuestra fue feliz. Sin embargo, la psicología social nos dice que bajo unas condiciones muy concretas todos o casi todos seríamos capaces de cometer actos que ahora mismo censuraríamos. el miedo es una emoción tan poderosa que puede hacernos renegar de nuestra esencia incluso más de tres veces. Existen precipicios de los que preferimos no reconocer su existencia. Por eso, querer no es poder.

Cuando hablamos de la adolescencia, solemos hablar de la importancia de los iguales, el valor que le damos a sentirnos parte de un grupo. Obtener esa validación. Sin embargo, en muchas ocasiones se nos olvida que esta motivación sigue presente durante nuestra vida.

Además, hablamos de una motivación que también funciona en el sentido contrario: podemos llegar a criticar una idea -con independencia de su contenido- porque la sostiene un grupo al que no somos afines. Un fenómeno que ocurre con frecuencia en política.

Una distancia que cuesta ganar para el análisis. Pesa la culpa, el miedo, las heridas no cerradas, las palabras que nos guardamos. Queda el recreo de las vidas paralelas -y si…- cuando la nuestra no va bien. La trampa de juzgarnos conociendo ya las consecuencias. Nadie quiere sufrir, la mayoría sufre cuando siente que ha herido al otro.

Los olvidos no son una prueba irrebatible de falta de interés. Nuestra memoria es caprichosa y a veces nos deja palabras en la punta de la lengua. Nuestra atención se fatiga rápido. Somos incapaces de ver a un mono jugando a baloncesto cuando nos mandan contar las personas de la escena.

Valores con verdadero valor

La honestidad es quizás el valor que más escasea. Porque a todos nos la han jugado mil veces, porque hemos vivido traiciones que nos han dolido. Lugares en los que nos hemos llamado tontos por ser buenos.

Hay un conjunto de variables que se escapan a nuestra voluntad y que tienen mucho que ver en nuestro destino. En parte, por ello, querer no es poder, no hay determinismo en el resultado final.

Querer es deseo o anhelo, pero el resto de las partes de la ecuación también son importantes. ¿Con qué recursos contamos? ¿Qué margen tenemos? El realismo se separa del pesimismo en el momento en el que nos da opciones.

Mujer en un campo de trigo pensando que querer no es poder

Más allá de querer no es poder

Querer no es poder, necesariamente. Lo que no quita para que, en ocasiones, con nuestro deseo, seamos capaces de conseguir un efecto pigmalion o un profecía autocumplida. Que si pensamos que nos vamos a curar, seamos más fieles al tratamiento que nos han pautado. No quita para para que le hagamos frente a la competencia o intentemos encontrar soluciones para los problemas que van surgiendo.

En este sentido, la imposibilidad amerita la posibilidad. De hecho, pone en valor la inteligencia en la toma de decisiones, nuestro lado humano para superar la desconfianza y apostar por la honestidad o la generosidad frente al egoísmo, repuesta fácil cuando se presenta el miedo. Querer no es poder; a cambio, querer sí es signo de vida. Si la esperanza en nuestra última piel, el deseo es lo que nos hace ser.


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