¿Sabías que una partida a las cartas puede mejorar tu clase social?

¿Sabías que una partida a las cartas puede mejorar tu clase social?
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Última actualización: 07 octubre, 2022

Muchos juegos y eventos del día a día tienen significados de los que no somos conscientes. El simple hecho de ganar una partida de cartas puede tener beneficios no esperados. Tras ganar, además de recibir los halagos de los observadores, también puede cambiar nuestra clase social. De ser “un escombro” para la sociedad podemos pasar a ser los reyes, aunque solo sea por unas horas o incluso días.

Otro ejemplo más claro lo encontramos en el fútbol. Cuando el equipo que apoyamos gana un torneo importante, nuestro estatus aumenta. A la vez, el de los seguidores de los equipos que han perdido disminuye. Por unos días, nosotros estamos por encima de ellos en cuanto a estatus. Nos encontramos en una clase social superior.

Las aventuras de Geertz

El antropólogo Clifford Geertz viajó para realizar un trabajo de campo, junto con su mujer, a la isla de Bali. La primera impresión de ambos es que eran unos extraños. La gente que allí vivía no les hacía caso. Nadie quería hablar con ellos. La cuestión era que, si no podían contactar con la gente, nunca podrían llegar a realizar el trabajo etnográfico que habían ido a realizar.

Clifford Geertz hablando de la clase social

Con el tiempo, en una ocasión en la que se celebraba una pelea de gallos, ambos se acercaron a ver que pasaba. Las peleas de gallos, aunque se celebran constantemente, son ilegales. Cuando la policía apareció, los presentes huyeron rápidamente. Ambos antropólogos, sorprendidos por los eventos y sin tiempo de pensar, tomaron la decisión más ilógica. Salieron corriendo.

Al ser extranjeros, la policía nunca les habría dicho nada pero, ante el caos del momento, se involucraron en una desenfrenada persecución que acabó con ambos antropólogos escondidos en el jardín de un balinés con el dueño del lugar, que también estaba en la pelea de gallos. El balinés optó por mojar su cabeza y excusarse diciendo que acababa de bañarse y había estado con sus amigos americanos tomando té cuando la policía apareció. Con esa historia era imposible que hubiera estado en la pelea de gallos y los antropólogos afirmaron su coartada.

Este mutuo encubrimiento hizo que ambos antropólogos pasaran de desconocidos de los que todo el mundo sospechaba a nuevos miembros de la comunidad. Su historia estuvo en boca de todos los habitantes durante semanas y no había pelea de gallos en la que no fueran requeridos aunque solo fuera para su visionado.

Las peleas de gallos en Bali

Para comprender este relato es necesario comprender que, en la sociedad de Bali, el estatus es heredado y no hay forma de cambiarlo. La forma de superar esos límites impermeables en la clase social  ha recaído en los juegos de apuestas. Como ya imaginaréis, el juego para apostar por excelencia son las peleas de gallos. Por tanto, aunque intentan acabar con él ilegalizándolo, no pueden ya que las peleas de gallos tienen beneficios y consecuencias más allá de los obvias.

Las apuestas que se hacen en las peleas de gallos suelen ser simbólicas. Aunque hay gente que apuesta grandes cantidades, por lo general, la gente gana lo mismo que pierde. Los únicos que pierden grandes cantidades de dinero (o las ganan) en cómputo global son mal vistos y se entiende que son jugadores compulsivos. Visto esto, es comprensible que correr el riesgo de participar en peleas de gallos ilegales tiene que tener algún beneficio más allá del económico.

Este beneficio recae en el estatus. Aquellos que ganan las apuestas, y sobre todo el dueño del gallo ganador, van a tener sus “15 minutos” de fama. Durante días van a ser vanagloriados por sus coetáneos y van a estar en todas las conversaciones. En unos minutos que dura una pelea de gallos, una persona puede pasar de ser un don nadie a ser la persona más importante dentro de la comunidad.

Toros, cartas y juegos de beber

Aunque parezca que las peleas de gallos ilegales nada tienen que ver con nosotros y menos con sociedades “civilizadas”, estas presentan más similitudes de las que creemos. Piénsese por ejemplo en España. En este país existe una fuerte tradición con los toros, ya sea toreándolos en una plaza de toros o corriendo delante de ellos. Incluso, el toro ha llegado a ser el símbolo que identifica el país.

De la misma forma, un torero es visto como una persona de alto estatus y clase social. Por supuesto, solo por aquellos que apoyan esta práctica. Pero lo importante, en este caso, son los beneficios que el toreo aporta a los seguidores. Lo destacable son los beneficios que aportan a los que asisten al ruedo. Antiguamente, asistir a este tipo de eventos era posible solo para gente con una alta clase social. Hacerlo ahora, puede tener un efecto psicológico derivado. Asistir y participar en una tradición considerada antigua puede elevar la autoestima y el estatus dentro de su comunidad.

Más que una defensa del maltrato animal, es una concienciación de que no se puede acabar de repente con prácticas como ésta, por muy bárbaras que sean. Para acabar con ellas es necesario una transición en la que se ofrezcan otras prácticas que cumplan la misma función social. ¿Qué sucedería si a alguien le quitas la posibilidad de sentirse importante? ¿Si pierde la esperanza de mejorar su estatus? ¿Si sabe que está condenado a ser un don nadie?

Lo mismo es aplicable a otros juegos. A un menor nivel tenemos juegos que se dan entre unos pocos amigos, como juegos de cartas o juegos en los que se demuestra la valía o la hombría. Los juegos que consisten en beber más alcohol que los compañeros, si bien suelen ser muy machistas, imponen presiones sociales a la vez que atribuyen beneficios a los ganadores. A veces, las cosas no solo son lo que parecen, los significados que les atribuimos van a ser diferentes y, si no los comprendemos, nunca entenderemos por qué siguen existiendo.


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