Sueño y envejecimiento: ¿cómo es el descanso en el adulto mayor?
El sueño es una necesidad básica para el ser humano y un proceso que reviste gran importancia durante todo el ciclo vital. Sin embargo, en la tercera edad tienen lugar una serie de fenómenos que pueden alterarlo en cantidad y en calidad, repercutiendo negativamente en el bienestar de la persona. Por ello, conocer cómo se relacionan sueño y envejecimiento puede ayudarnos a prevenir estas dificultades.
Muchas personas mayores de 65 años se quejan de problemas para conciliar el sueño por la noche y de despertares precoces que los hacen levantarse antes de lo deseado. También refieren tener más sueño durante el día y, en general, sentir que su descanso ha perdido calidad respecto a épocas vitales anteriores. Pero, ¿es esto simplemente una percepción subjetiva o tiene una base de realidad? ¿Qué ocurre con el sueño a medida que envejecemos? Lo exploramos a continuación.
Sueño y envejecimiento: ¿cómo se relacionan?
Diversas investigaciones han mostrado que el descanso en el adulto mayor es significativamente diferente al de personas de menos edad. Estos cambios se observan en diversos parámetros y generan consecuencias importantes. Los siguientes son algunos de los principales hallazgos al respecto.
Cambia la fase circadiana
Muchos adultos mayores experimentan un avance en su fase circadiana, de modo que se acuestan y se levantan más temprano de lo que lo hacían anteriormente. Y es que el envejecimiento se asocia a una menor sensibilidad del núcleo supraquiasmático a las señales ambientales. Dado que este reloj interno se regula con base en estas señales (como la luz y oscuridad) pueden verse alteraciones en el horario de sueño.
Cada vez dormimos menos
Por otro lado, en la tercera edad es común que la cantidad de sueño nocturno sea menor. De hecho, se ha observado un descenso en la cantidad total de sueño relacionado con la edad a razón de unos 10 minutos por década.
La persona mayor pasa más tiempo en la cama, pero duerme menos debido a su incapacidad para conciliar el sueño y a los despertares frecuentes. También hay ciertas condiciones que pueden impedir un descanso reparador, como la apnea y otros problemas respiratorios o el síndrome de piernas inquietas, frecuentes a estas edades.
Curiosamente, es posible que esta pérdida de sueño no sea tan perjudicial. Y es que se ha visto que, en comparación con los jóvenes, los adultos mayores muestran un mejor rendimiento cognitivo y menos somnolencia tras una noche de privación de sueño. Sin embargo, cuando el descanso es muy insuficiente (menos de 6-7 horas), las consecuencias aparecen.
Hay más somnolencia diurna
Los adultos mayores también suelen sufrir una mayor sensación de sueño durante el día y un menor nivel de alerta y actividad. Lo cual les lleva a tomar siestas durante la jornada para compensar.
Esto no está directamente relacionado con la edad, sino con el insuficiente descanso nocturno. Pero, además de los posibles trastornos del sueño sin tratar, hay otras condiciones que contribuyen a esta mayor somnolencia diurna; por ejemplo, la presencia de enfermedades como la depresión y el consumo de fármacos.
La arquitectura del sueño se modifica
Otra de las manifestaciones de la relación entre sueño y envejecimiento se refleja en la arquitectura del sueño, en cómo este se estructura. Y es que varias investigaciones han encontrado que el sueño de ondas lentas (las fases 3 y 4 de sueño profundo) disminuye con la edad; al igual que también lo hace el sueño REM. Esto lleva a que aumente el tiempo de sueño dedicado a las fases 1 y 2, en las cuales tiene lugar un sueño más ligero y menos reparador.
Estas alteraciones en la estructura del sueño también se han relacionado con una menor secreción de la hormona del crecimiento (GH) y un aumento en los niveles de cortisol vespertino. ¿Y esto qué quiere decir? Pues bien, la deficiencia relativa de GH se asocia con un aumento de tejido adiposo y de obesidad abdominal y una reducción en la masa y fuerza muscular, lo que tiene importantes implicaciones para la salud.
Por otro lado, el aumento del cortisol vespertino incrementa el riesgo de padecer déficits de memoria y resistencia a la insulina. Además, empeora a su vez la calidad del sueño, generando un círculo vicioso.
El descanso pierde calidad
En general, existe una queja subjetiva de peor descanso en la mayoría de adultos mayores. Esto se debe a:
- El aumento de la latencia de sueño (tardan más en dormirse).
- Las interrupciones del sueño y los despertares frecuentes.
- Los despertares precoces en la mañana.
- El sueño no reparador.
Ahora bien, estos efectos no necesariamente están relacionados con la edad, sino con ciertas condiciones comórbidas. En la tercera edad, las enfermedades físicas son más comunes y también algunos trastornos mentales.
Sueño y envejecimiento: intervenir para mejorar la salud
Todo lo anterior nos sitúa ante un panorama sobre el que es necesario actuar. Y es que la insuficiencia o la mala calidad del sueño afecta a la salud, al funcionamiento mental y al estado de ánimo. Sus repercusiones son importantes y, por ello, es primordial cuidar el descanso.
Así, un adulto mayor no debe dar por sentado que su sueño va a deteriorarse de forma irreversible, sino que debe tener en cuenta los factores implicados. Tratar enfermedades subyacentes como la apnea del sueño o la depresión puede mejorar significativamente el descanso. Además, es posible que sea necesario realizar algún ajuste en la medicación; por supuesto, siempre consultando con el profesional a cargo.
El tratamiento con melatonina y fototerapia (exposición a luz intensa a altas horas de la tarde) puede ayudar con las anomalías del ciclo circadiano y la fase adelantada del sueño. Por otro lado, se está estudiando la posibilidad de estimular farmacológicamente el sueño profundo para paliar los efectos de la edad en la estructura del sueño.
En cualquier caso, aplicar las pautas principales de higiene del sueño y consultar con un proveedor de salud al respecto puede beneficiar en gran medida a cualquier adulto mayor cuyo descanso esté alterado. Es la mejor forma de encontrar el origen de las dificultades e intervenir apropiadamente.
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