¿Te aturdes cuando te presionan?
A veces simplemente es una mirada lo que te hace perder la concentración o el buen juicio. Hay un supervisor, un maestro, un jefe o, en todo caso, una figura de poder que te observa y la consecuencia es que inmediatamente te aturdes. Comienzas a hacer todo mal. Se te caen las cosas, tu mente queda en blanco y no atinas a organizar una reacción. Solamente comienzas a titubear en tus palabras y tus acciones.
En otras ocasiones la mirada de una figura de poder no logra desencadenar todas esas reacciones en ti. Pero, en cambio, un mensaje agresivo o intimidante sí te llevan a esa condición. Como cuando te formulan una pregunta con evidente violencia, o critican con insistencia y un punto de crueldad algo que has hecho. Puede que eso bloquee tu capacidad de respuesta, dando pie a una gran inseguridad o incluso a la parálisis.
“Tenía miedo de las dagas verbales. Temía la calma antes de la tormenta. Temía por mis propios huesos. Tenía miedo de tu seducción. Le temía a tu coacción. Tenía miedo a tu rechazo. Temía tu intimidación. Le tenía miedo a tu castigo. Tenía miedo de tus silencios helados”
-Alanis Morissette-
Después, cuando piensas en lo ocurrido, te parece inconcebible que siendo un adulto no hayas sido capaz de reaccionar coherentemente. La situación te molesta, te llena de ira y de frustración y terminas culpándote por lo ocurrido. Sin embargo, si se vuelve a presentar una circunstancia similar, nuevamente te aturdes y el ciclo vuelve a comenzar.
Te aturdes por presiones internas y externas
Hay dos tipos de presiones: las externas y las internas. Las externas corresponden a las que describimos anteriormente. Cuando una figura que tiene poder, de algún modo, intenta influir tus palabras o tus acciones de una forma muy directa.
Cuando alguien pretende ejercer una fuerte influencia sobre ti y su propósito es intimidarte o inhibirte. Gente que, por lo general, no hace evidente ese propósito: se justifican bajo el pretexto de obtener mayor calidad, optimizar el tiempo, mejorar la formación, etc.
El punto es que para que este tipo de presión alcance el éxito, se necesita que coincida con otro tipo de presión que, esta vez, es interna. La primera, y más obvia, es el deseo de complacer a esa figura de poder.
Frecuentemente esto se expresa como una angustia por responder a la expectativa de ese otro. Este tipo de presión interna puede estar acompañada de otras como la de mantener una imagen de persona competente o, simplemente, no quedar en ridículo en frente de los demás. Es decir, no sufrir una herida narcisista.
Te aturdes precisamente por la coincidencia de todas esas presiones al mismo tiempo. Ocurre en segundos y no eres consciente de todo lo que se pone en juego en esas situaciones. Simplemente aparece una exigencia, en forma de mirada, de pregunta, de comentario y tú no atinas a reaccionar. Terminas simplemente “como niño regañado”, que ni cumplió la expectativa del otro, ni tuvo la vitalidad suficiente para reaccionar, rechazando ese tipo de condicionamientos.
Es posible que en ese tipo de situaciones lo que busques sea congraciarte. Mientras se te cae el bolígrafo y tiemblan tus manos, exhibes una sonrisa nerviosa y, sin saber por qué, terminas dándole la razón al otro y disculpándote por tu torpeza. O te quedas mudo y comienza un proceso de auto-flagelación en tu interior.
Te aturdes porque llevas una herida sin sanar
Todas las limitaciones psicológicas, cualesquiera que sean, no son “defectos de fábrica”. Son producto de un punto alrededor del que te sientes inseguro, que señala a un lugar en el que se encuentra un miedo. Probablemente uno o varios hechos del pasado, no resueltos y que te hacen señalar que ahí puedes fallar, que ahí vas a fallar-
Una explicación que podría explicar este aturdimiento ante la presión es que tu vida comenzó en entornos en los que el desprecio, la humillación y la desvalorización eran una nota predominante. Probablemente tu familia y/o tu escuela, o el espacio en donde creciste, estaba plagado de críticas y estas recayeron sobre ti en más de una ocasión. O quizás viviste una experiencia traumática que marcó tu identidad: la pérdida de uno de tus padres, una enfermedad, alguna limitación física, etc.
Según esta explicación, te aturdes y te bloqueas cuando aceptas comportarte como el niño dependiente y asustado que alguna vez fuiste. Detrás de todo bloqueo psicológico habría dos componentes: miedo y culpa.
¿Hay salida? Por supuesto que sí. De hecho puede ser un camino fascinante, un maravilloso reto en el que puedes utilizar a la propia realidad para crecer. Para entrar tú antes de que nadie te sitúe en ese punto y hacerte fuerte en él. No esperes a que sean las circunstancias las que te pongan en una situación que te paralice, hazlo tú de manera que tengas suficiente control del entorno para que puedas ir venciendo a la situación poco a poco.