Todos somos uno: ¿cómo nos beneficia el sentimiento de unidad?

El sentimiento de unidad evita que nos sintamos solos y desconectados. Descubre cómo potenciarlo si sientes que lo has perdido.
Todos somos uno: ¿cómo nos beneficia el sentimiento de unidad?
Elena Sanz

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz.

Última actualización: 27 agosto, 2021

¿En algún momento de tu vida te has sentido solo, aislado y desconectado? Es una de las sensaciones más desagradables, pero también de las más frecuentes. Y es que no importa si estamos rodeados de personas: cuando perdemos el sentimiento de unidad, comenzamos a sentirnos confusos, perdidos y vulnerables. Comenzamos a dejarnos llevar por el miedo, por la envidia o por el rencor, enfatizamos lo que nos divide y olvidamos lo que nos hermana. ¿Por qué sucede esto?

El sentimiento de pertenencia es una de nuestras necesidades básicas. Nos vinculamos a nuestra familia, a nuestros amigos y compañeros para formar nuestra identidad; y, en más de una ocasión, percibimos a quienes están fuera de estos grupos como extraños o enemigos.

Sin embargo, el problema crece cuando nos sentimos lejos de nuestros seres más cercanos, cuando nuestros dolores y vivencias parecen únicos y nadie parece estar capacitado para comprendernos.

El sentimiento de unidad hacia los demás varía a lo largo de las distintas etapas. Sin embargo, es fundamental para nuestro bienestar emocional. Por ello, queremos explicarte sus importantes beneficios y animarte a desarrollarlo de nuevo si sientes que lo has perdido.

Personas uniendo sus manos

¿Cómo nos beneficia el sentimiento de unidad?

El sentimiento de unidad nos beneficia tanto a nivel personal como social. Mejora nuestro estado de ánimo, la capacidad para hacer frente a los obstáculos y la calidad de nuestras relaciones. A continuación ampliamos los principales efectos positivos.

Nos recuerda que no estamos solos

Cuando atravesamos situaciones adversas de sufrimiento, fracaso o dificultad, la mente puede jugarnos una mala pasada y llevarnos a pensar que somos los únicos que se encuentran en esta tesitura.

Aunque a nivel lógico sepamos que esto no es así, de algún modo podemos sentir que nadie sufre miedos tan irracionales como los nuestros, que nadie tiene tanta mala suerte en el trabajo o en las relaciones; en definitiva, sentimos que los demás son más válidos, capaces y exitosos.

Si cultivamos el sentimiento de unidad, recordaremos nuestra humanidad compartida. Podremos comprender que todos sentimos miedo, ira, tristeza y frustración; que muchas personas han vivido experiencias similares y que nuestros errores y vulnerabilidades son, de alguna forma, los de todos.

Desde esta posición, el sufrimiento emocional, la angustia, la culpa y el sentimiento de víctima se alivian: ya no somos defectuosos, sino simplemente humanos. Además, nos resulta mucho más sencillo expresar lo que sentimos, conectar emocionalmente con los demás y buscar en ellos apoyo y consuelo.

Promueve la comprensión en lugar del juicio

El sentimiento de unidad también es muy beneficioso a la hora de prevenir los conflictos y fomentar la armonía en las relaciones interpersonales. Cuando nos sentimos diferentes, divididos y desconectamos, tendemos a juzgar al contrario, a atacarlo y a generar enfrentamientos. No escuchamos para comprender sino para rebatir, pues no buscamos nutrirnos con la opinión del otro sino demostrar que tenemos razón.

Al recordar que todos somos uno desechamos la rivalidad y las ansias de imponer nuestra perspectiva, nos abrimos a escuchar, a entender de dónde viene el otro. De este modo, nos permitimos validar sus emociones, aunque no las compartamos, pues podemos llegar a comprenderlas.

Nos hace más empáticos

Por último, cultivar este sentimiento de unidad nos hace más sensibles a las realidades de los otros. Por muchas diferencias que existan entre nosotros, al tener presente nuestra humanidad compartida, nos resulta mucho más sencillo y natural empatizar con las emociones ajenas.

Desde este punto, no necesitamos que la lucha de los demás nos afecte personalmente para posicionarnos y ofrecer apoyo. El individualismo competitivo se desdibuja para dar paso a la solidaridad, la generosidad y la justicia.

Las personas que cuentan con un importante sentimiento de unidad son más proclives a realizar conductas prosociales, a comprometerse con movimientos sociales y a defender los derechos de las minorías. El afecto y el respeto no quedan restringidos al grupo más cercano sino que se extienden a toda la humanidad e incluso a todas las formas de vida.

Persona ayudando a otra

Desarrolla el sentimiento de unidad para ser más feliz

Este sentimiento nos aporta grandes beneficios como individuos y como colectivo, pero no siempre es sencillo mantenerlo. Por ello, te mostramos algunas conductas que puedes implementar para desarrollarlo en tu día a día:

  • Sé compasivo y bondadoso con quienes te rodean. Si puedes evitar el sufrimiento de otra persona, no dudes en hacerlo.
  • Evita la crítica y el juicio. Por el contrario, trata de comprender por qué cada persona actúa como lo hace.
  • Perdona. Recuerda que, como humanos, todos cometemos errores; por ello, procura no guardar rencor hacia quienes te hirieron o decepcionaron.
  • Desecha la envidia. Alégrate de los logros y éxitos de los demás, pues su felicidad no condiciona la tuya.
  • Permítete abrirte a los otros y conectar emocionalmente con ellos. No temas mostrarte vulnerable, todos atravesamos similares retos y daños a lo largo de la vida.
  • En definitiva, trata a los demás como te gustaría ser tratado.

Por sencillas que parezcan las anteriores pautas, implementarlas es complicado; para lograrlo, es necesario luchar contra patrones de pensamiento que nos vienen acompañando durante décadas.

Aun así, los beneficios que puedes obtener superan con creces el esfuerzo requerido. Por ello, no lo dudes y comienza hoy mismo a cultivar el sentimiento de unidad.


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  • Smith-Castro, V. (2006). La psicología social de las relaciones intergrupales: modelos e hipótesis. Actualidades en psicología20(107), 45-71.
  • Moñivas, A. (1996). La conducta prosocial. Cuadernos de trabajo social9(9), 125-142.

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