La vida después del trauma
Tu día a día transcurre como siempre. Acudes al trabajo o a tus clases. Quedas con tu grupo de amigos de vez en cuando. Tu vida en pareja, si la tienes, parece funcionar. Tienes una rutina más o menos estable. Todo va girando como debe de girar. Sin embargo, de repente, sucede algo que hará que tu vida se transforme por completo.
Puede ser la muerte de un familiar querido, un ataque de un desconocido o verte involucrado en un accidente. Las causas pueden ser muy variadas y además ocurrir en cualquier momento de tu vida, pero tienen en común que esa rueda que hacía que tu vida girara hacia una dirección de repente pare por completo. La rueda se rompe y con ella, tu vida. Un trauma se ha instalado en tu mente y ha venido para ponerlo todo patas arriba.
Los traumas son comunes y pueden aparecer a cualquier edad. Podría decirse que todos cargamos en nuestra mochila vital uno o, más bien, varios de ellos. Surgen cuando presenciamos o vivimos un acontecimiento inesperado y desagradable que nos deja huella y cala en nuestra mente.
Aunque no tiene por qué tratarse de un acontecimiento episódico, es posible que el trauma surja tras vivir una situación desagradable que no terminamos de asimilar durante un periodo de tiempo prolongado. Inevitablemente, la existencia de un trauma nos condiciona, tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente, pero si sabemos convivir con ellos y no afectan a nuestra calidad de vida, no tenemos de qué preocuparnos.
El problema aparece cuando el trauma se convierte en el protagonista de nuestro estado emocional. Sea cual sea el motivo que los inició, el shock traumático toma tanto peso que comienza a apoderarse de nosotros. Surgen entonces respuestas físicas y mentales que comienzan a desbaratar nuestra vida. Esa rueda que giraba sin problemas y movía nuestro día a día se atora y no nos permite continuar con la fluidez con la que nos gustaría.
Los monstruos ocultos que acompañan al trauma
Cada persona es única, y también lo es cómo le afecta un trauma y cómo responde a él. Tan solo la persona que lo vive sabe lo que pasa en su interior. Algunas personas responden con cambios de carácter, o lo hacen cambiando su forma de relacionarse con su alrededor. Es posible que experimenten también síntomas físicos como tensión muscular, insomnio o palpitaciones.
Otras rechazan todo aquello que les recuerde mínimamente el suceso traumático, su mente bloquea el recuerdo que los ha llevado hasta allí. Por contra, existen quienes lo rememoran una y otra vez. Algunas recurren a la disociación, y se separan mentalmente del dolor que les ha provocado lo ocurrido. Pueden surgir pensamientos intrusivos en los momentos más insospechados, o aparecer trastornos derivados, como la depresión. Cada cual, de manera inconsciente, adopta los mecanismos de defensa que mejor le ayudan a sobrevivir a lo ocurrido.
A pesar de ello, existen sentimientos negativos que son habituales en las personas que lidian con un suceso traumático. Son pequeños monstruos que acompañan a las personas que padecen trastornos traumáticos y que pueden resultar a veces invisibles para otras personas.
La culpa
En la vivencia de un trauma, la culpa puede ser una compañera frecuente. A veces la persona que convive con el trauma se culpa por haber vivido el suceso que le ha llevado a tenerlo. Es posible también que se responsabilice de no haberlo evitado. La culpa y los remordimientos comienzan a acompañarte allá donde vayas. No eres culpable del trauma con el que vives, pero tu mente puede pensar que sí.
Es un mecanismo más que tiene el cerebro para sobrellevar la situación. Si soy el culpable, podré acabar con este malestar. Es común, por ejemplo, en las víctimas de maltrato o agresiones sexuales. “Si hubiera roto la relación con él antes”, “si le hubiera parado los pies”, “si no hubiera salido de noche”… Son pensamientos inconscientes que acostumbran a tener víctimas de este tipo de sucesos traumáticos. No ayuda tampoco la doble victimización y culpabilización a la que se enfrentan las víctimas de estos delitos por parte de la sociedad.
La culpa puede incluso aparecer durante el momento de recuperación. Mientras te esfuerzas en retomar tu vida y actividades que te generan placer o diversión, la culpa puede aparecer como un monstruo al acecho para recordarte, falsamente, que no mereces volver a reír o disfrutar. Sus intenciones te paralizan y pueden hacerte creer que realmente no mereces que nada bueno te ocurra.
Por ello, es necesario incluirla en el proceso de recuperación. Abordar en la consulta el sentimiento de culpabilidad tras vivir un suceso traumático resultará especialmente relevante para poder avanzar en los objetivos de la terapia. El psicólogo podrá ayudarte a tomar consciencia de que no eres culpable del daño que te han provocado, pero sí eres responsable de cómo lo manejas, y con el tiempo podrás conseguir perdonarte y aceptar que eres merecedor de retomar tu vida.
La soledad e incomprensión
Es frecuente que tras un shock traumático aparezca la ansiedad social, que puede darse al anticipar la posibilidad de que nos encontremos en una situación similar al evento traumático o con alguno de sus actores. Sin embargo, la soledad no siempre es física. Sentirnos emocionalmente solos, sin apoyos con los que contar e incomprendidos por el resto es otro de esos monstruillos que se suman a la procesión del trauma.
Cuando tu entorno no ha vivido lo que tú has experimentado, puedes sentir que no comprenderán tu dolor. Puedes pensar que es inútil explicarles tus sentimientos, ya que no los entenderán. Si bien es cierto que hay cosas que solo quien las vive o padece puede comprender, también es cierto que tu entorno busca apoyarte y necesita de tu ayuda para ello.
Tus familiares, amigos o pareja o aquella persona que quiera ayudarte tienen que adoptar la responsabilidad de acompañarte sin presionarte, de respetar tus límites y escucharte. Pero tú, como afectada, si quieres o necesitas su ayuda, también tienes la responsabilidad de comunicarte con ellos y guiarles en lo posible sobre cómo pueden estar presentes para hacer este camino más llevadero.
Por otra parte, tener contacto e intercambiar experiencias con personas que han vivido lo mismo que tú puede resultar muy beneficioso para sentirte comprendido. Acudir a grupos de apoyo puede ofrecerte muchos beneficios en tu terapia psicológica. Allá podrás intercambiar opiniones y vivencias con personas que saben de primera mano lo que te ha sucedido. Personas que estén en un proceso más avanzado de recuperación podrán aconsejarte con sus vivencias. En definitiva, además de acompañamiento y comprensión, podrás ampliar la visión y la perspectiva sobre lo sucedido y cómo afrontarlo.
La vergüenza
Como ese hermano menor al que tus padres obligan a llevarte a las fiestas, la vergüenza acompaña de manera habitual a los dos monstruitos de los que acabamos de hablar. “Me siento culpable y me avergüenzo de ello”. “Me da vergüenza confesarle a alguien lo que viví por si me juzga y me aíslo emocionalmente de mi entorno”.
La vergüenza en exceso merma tu capacidad social y tu autoestima, hasta el punto de hacerte sentir que no eres válido o cuestionarse a uno mismo. Esto hace que suponga un hándicap importante en el proceso de recuperación, suponiendo a veces un retroceso en el mismo.
Ahora bien, la vergüenza es universal; piensa que a nadie nos gusta sentirnos juzgados ni criticados y esta aparece para hacernos reaccionar. En este sentido, aunque haya personas que nos critiquen, también existen las miradas empáticas; precisamente ellas constituyen una gran ayuda a la hora de gestionar esta sensación.
Comprender qué es lo que nos lleva a sentirla o qué situaciones hacen que emerja con más fuerza es un punto de partida para vencerla. Quizá nunca se vaya del todo, la personalidad de cada cual juega un papel muy relevante respecto a ella. Pero sí podemos llegar a controlarla y no dejar que nos domine.
El camino es largo, pero tiene final
Retomar tu vida tras un trauma no es una tarea sencilla ni rápida. Como si de un pulpo gigante se tratase, un trauma tiene muchos tentáculos y afecta a muchas facetas de la vida de la persona que lo sufre. No basta con cortar de raíz y desprenderse de ellas. Poco a poco, con paciencia, constancia y esfuerzo, hay que ir separando las ventosas que nos aprisionan. Pero necesitamos de alguien que nos ayude a quitarlas todas.
La terapia psicológica es un aliado indispensable en la superación de un trauma y de sus consecuencias. Abordando todos esos tentáculos que han paralizado nuestra vida, podremos ir trabajando, con diferentes técnicas, en la aceptación de lo que nos ha ocurrido y aprendiendo a manejarlo hasta que llegue un día en el que la presión deje de doler y nos permita seguir viviendo con normalidad.
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