Aislamiento afectivo: separar emociones de los pensamientos
El aislamiento afectivo es un mecanismo de defensa que formuló Sigmund Freud a principios del siglo XX. Consiste en algo que nos puede ser muy conocido: aislar un pensamiento doloroso y reducir en él su volumen emocional. Es llevar la racionalización hasta el extremo hasta despojar una vivencia del velo de la tristeza y el dolor.
Imaginemos a alguien que acaba de sufrir un asalto en la calle. Tras ese robo e incidente violento, deja pasar los días y cada vez que le preguntan cómo esta, responde lo mismo: «no ha sido nada, estas cosas pasan, ni siquiera pienso en ello». Orientar el enfoque mental a lo cognoscitivo (pensamientos), pero retirando todo impacto emocional es un modo de afrontamiento poco útil.
Asimismo, es importante considerar que esta estrategia se aplica muchas veces cuando alguien lidia con la muerte de alguien cercano. El hecho de decirse a uno mismo que todo va bien, que lo importante es volver a la rutina y no dejarse llevar por el dolor, termina dando forma a lo que se conoce como duelo congelado.
Hay personas que al enfrentarse a situaciones difíciles las minimizan, evitan pensar en ellas o bien, les quitan importancia haciendo ver a los demás y a sí mismos, que ese evento no les afecta.
¿Qué es el aislamiento afectivo?
Todos hemos aplicado el aislamiento afectivo en algún momento. Es un recurso de afrontamiento muy común que, si bien puede usarse a veces de manera útil, lo cierto es que abunda quien lo aplica de manera poco saludable. Por ejemplo, la investigación psicológica nos señala que es muy común manejar las amenazas que nos envuelven aislando el componente emocional. Esto les permite minimizar el miedo para ser más resolutivos.
La universidad de Yale habla en un estudio de la personalidad represora. Es decir, hay personas que son muy hábiles a la hora de reprimir la información negativa intentando ensalzar la valencia positiva de cada estímulo, situación o experiencia. Esto puede ser efectivo y práctico a veces, pero cuando alguien hace uso de este mecanismo en toda circunstancia vital, los efectos no son tan buenos.
Las experiencias sin afectos: la anestesia emocional no siempre es útil
El aislamiento afectivo puede sernos útil en situaciones de estrés leve cotidiano. Procesar la realidad desde un nivel más racional y no tan emocional nos puede permitir manejar mejor las dificultades diarias. Ahora bien, en circunstancias traumáticas, este mecanismo de defensa cronifica los estados de sufrimiento al no gestionarlos como se necesita.
Roy F. Baumeister, un conocido psicólogo social, quiso saber a través de un estudio cuántos de los mecanismos de defensa enunciados por Freud en su momento se manifestaban en nuestra sociedad actual. El aislamiento afectivo es uno de los recursos psicológicos más frecuentes en muchos colectivos.
Lo hacen las personas adictas al minimizar el impacto de su comportamiento y seguir reforzando esa adicción. También es común que muchos delincuentes hagan uso de esa anestesia emocional para no sentir el impacto de sus actos.
Por otro lado, y como bien hemos señalado al inicio, es muy común que en los duelos se aplique esa minimización de las emociones como intento de adaptación. No sentir para seguir con la vida, desprenderse del dolor para seguir trabajando, cumpliendo con mis obligaciones… Obviamente, este mecanismo de afrontamiento (en estas situaciones extremas) no es saludable.
El aislamiento afectivo en los niños, de la soledad emocional a la soledad física
El aislamiento afectivo también es común en los niños y se relaciona con el abandono emocional o el maltrato. Cuando los pequeños esperan obtener afecto de sus progenitores y lo que reciben es frialdad emocional o sufrimiento, esas figuras paternales pasan a convertirse en amenazas. Y un modo de lidiar con las amenazas es apagar toda necesidad emocional.
Si papá y mamá me gritan y me humillan, dejo de confiar en ellos y dejo también de esperar cualquier afecto de estos. Poco a poco, pasan del aislamiento afectivo al aislamiento social. Al dejar de confiar (y necesitar) a sus padres, dejan de confiar también en los demás. Esto les aboca a no construir relaciones sociales sólidas a lo largo del tiempo.
Las emociones forman parte de la vida, no pueden reprimirse
Las emociones forman parte de la vida y son la esencia de nuestra naturaleza humana. Una emoción de valencia negativa no puede reprimirse o separarse de una vivencia como quien separa la paja del trigo. Hacerlo va en contra de lo que somos. Por ello, de nada nos valdrá decirnos que no pasa nada cuando alguien nos acosa en el trabajo, cuando una pareja nos abandona o cuando sufrimos maltrato en la infancia.
Las emociones no se aíslan, se validan, se aceptan y se racionalizan para que no bloqueen nuestra vida. Proceder a esa disociación entre lo que nos pasa y lo que sentimos en relación con lo que nos ocurre, nos aboca hacia diversos trastornos psicológicos.
La evitación, la fobia social, la ansiedad y los trastornos de estrés postraumático son ejemplo de ello. Procuremos, por tanto, aprender a aceptar y comprender cada emoción sentida, cada pensamiento y sensación experimentada.
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- Baumeister, R.F., Dale, K. and Sommer, K.L. (1998), Freudian Defense Mechanisms and Empirical Findings in Modern Social Psychology: Reaction Formation, Projection, Displacement, Undoing, Isolation, Sublimation, and Denial. Journal of Personality, 66: 1081-1124. https://doi.org/10.1111/1467-6494.00043
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