Amores depresivos, cuando el amor es una súplica

Los amores depresivos se experimentan desde la carencia y por eso pueden terminar siendo una orden o una súplica.
Amores depresivos, cuando el amor es una súplica
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 06 abril, 2022

Llamamos amores depresivos a esos vínculos de pareja que nacen cuando uno o los dos involucrados tienen el diagnóstico de depresión o sufren varios de los puntos significativos del cuadro. Bajo esas circunstancias, tanto el sentimiento como el vínculo mismo adquieren unas características específicas y se viven de una manera particular.

Quizás sea un poco duro decirlo, pero habría que comenzar por preguntarnos si se puede llamar amor a ese sentimiento que surge en medio de una depresión. Con frecuencia no lo es o al menos es muy difícil que se trate de un “buen amor”. Amar y ser amado exigen un estado de cierto equilibrio previo.

Ahora bien, que los amores depresivos no sean “amor” en mayúsculas no significa que sean menos intensos. De hecho, suele ocurrir todo lo contrario: el sentimiento alcanza cotas altas de intensidad. De repente, puede parecer la solución para los problemas de estado de ánimo, pero a la vuelta de la esquina suele complicarlo todo.

El precio para salir de la depresión es la humildad”.

-Bert Hellinger-

Mujer con depresión en la cama

La depresión como grieta en el amor

En la depresión prima un sentimiento de soledad interior  y de carencia. Independientemente de lo que signifique esto desde el punto de vista de la psiquiatría, en términos simbólicos, dicha carencia es de amor. Por sí mismos, por la vida, por quienes les rodean, por el trabajo, etc.

Ahora bien, saliendo de ese mundo simbólico y trasportándonos al mundo de lo estrictamente físico, es claro que el amor produce transformaciones en la química  cerebral. Hoy sabemos que en el enamoramiento existe un correlato fisiológico que implica una gran descarga de neurotransmisores, muchos de los cuales incrementan el sentimiento de bienestar.

Uniendo lo uno y lo otro, se llega a una conclusión problemática: desde el punto de vista químico, el amor podría ser una “droga”  para la depresión. A su vez, desde el punto de vista simbólico, otorgaría la satisfacción a una carencia que está presente. Así las cosas, es posible llegar a una idea cuestionable: la solución de todo está en el amor.

Los amores depresivos

Los amores depresivos nacen cuando la persona afectivamente carente, o químicamente desbalanceada, encuentra un objeto que transforma su condición. En la primera etapa, el enamoramiento desencadena ese coctel tan necesario de neurotransmisores y esa sensación subjetiva de plenitud que tanto se añoran.

Lo que sucede es que el amor de pareja es un asunto entre dos. El otro es un mundo del cual puede servirse quien padece depresión para sentirse mejor. Además de lo alejado del verdadero amor que implica esta postura egoísta, también ocurre que la siguiente etapa por lo general no es tan armónica como la primera.

Lo que sucede enseguida es que, más temprano que tarde, el otro deja de ser el objeto que conforta o equilibra. Como no es una cosa, ni una droga, bien pronto el vínculo deja ver también contradicciones y vacíos. En los amores depresivos surge entonces la idea de que algo no encaja y primero se le exige, pero luego se le suplica al otro que vuelva a ser ese objeto que se inventó en un principio. Ese objeto que resuelve el malestar.

Mujer triste en pareja por tener baja autoestima

Lo que falta en la ecuación

Lo que falta en la ecuación de los amores depresivos es precisamente el amor. Este no es solamente dejarse amar, sino ser capaz de amar a otro; pero también exige la capacidad de abandonar y ser abandonado. Lo más importante es que resulta imposible llegar a ese sentimiento, si previamente no hay amor propio.

Se necesita un ajuste de cuentas individual antes de pretender compartir la subjetividad, la intimidad, con otro. El mayor riesgo en todo este escenario es que la persona con depresión diseñe el imaginario de que va a ser salvada por otro, o está siendo salvada por este, o eventualmente será rescatada por él o ella.

Lo que hace riesgosa esta opción es la falacia que entraña y que en algún momento se revelará como tal. Esto, lejos de ayudar, será un factor adicional de malestar. De hecho, puede vivirse como una catástrofe y como la prueba definitiva de que no hay nada más en la vida que una oscuridad que lo gobierna todo.

Los amores depresivos a largo plazo no funcionan. Si las dos personas que forman la pareja atraviesan una depresión, es posible que uno de los dos termine asumiendo el rol del salvador, pero en algún punto el vínculo va a colapsar.

No se necesita ser perfecto para experimentar el amor genuino, pero sí es necesario llegar y alimentar el vínculo desde un lugar que no sea la carencia o la necesidad.


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  • Bertholet, R. (2012). La depresión, una lectura desde el psicoanálisis. In IV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XIX Jornadas de Investigación VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología-Universidad de Buenos Aires.

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