Aprendiendo a ser padres sin recetas
Para aprender a ser padres no hay recetas, lo que sirve para unos no necesariamente sirve para otros: piensa que no hay dos niños iguales. Criar a nuestros hijos es uno de los retos más difíciles a las que nos enfrentamos en la vida. Precisamente, por lo importante y complejo de la tarea de ser padres, estar bien con nosotros mismos y con nuestra pareja va a evitar que nuestra confianza se resquebraje del todo en los momentos de duda.
Cada padre es único, con su propia historia. Una pareja es el resultado de dos historias que se juntan y que dan lugar a un hijo único, con sus propias características. El proyecto de padres es una decisión consensuada, que a su vez demanda una gran cantidad de acuerdos previos y posteriores al nacimiento del pequeño.
Por otro lado, tener hijos no es una moda ni debería ser el resultado de ninguna imposición o presión externa. Por otro lado, es bueno que se produzca como consecuencia del deseo de la pareja. Cuando tenemos hijos porque así lo deseamos, entendemos que los hijos no son objetos que podemos moldear ni obligar a que hagan lo que esperamos o deseamos para ellos. Es nuestra labor guiarlos y acompañarlos, al mismo tiempo que les respetamos como individuos, sin frustrarnos porque no cumplan nuestras expectativas.
“Un niño puede enseñarle tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”
-Paulo Coelho-
Hijos y límites
La palabra “límites” suele generar miedo y rechazo. Se confunde con arbitrariedad o con autoritarismo. Sin embargo debería tener más que ver con autoridad que significa “hacer crecer”. Limite significa división física o simbólica que marca una frontera, un extremo, hasta donde se puede o no llegar.
Necesitamos de la autoridad de nuestros padres, autoridad basada en el respeto y el amor. Se dice fácil, pero no lo es tanto, cuando las situaciones diarias se convierten en una batalla: comer, irse a dormir, recoger la habitación, volver a casa después del parque, etc. Educar dentro de unos limites produce que los niños interioricen que no todo está permitido, que conozcan lo que se espera de ellos y lo que vendrá después, disminuyendo su ansiedad ante lo desconocido. Finalmente, los límites producen en los pequeños cierta frustración que tendrán que aprender a gestionar con nuestra ayuda.
Suelo pedirles a los padres que intenten entender cómo se siente un niño cuando, por mucho que los “busca”, no encuentra ningún limite natural ni artificial. Al final de este ejercicio de empatía terminan descubriendo que, efectivamente, se siente perdido: “Es como si te dejaran solo, de noche, en un camino oscuro, no sabes donde estas, ni en que sentido vienen los coches”. Poner un limite tiene el efecto contrario al que se piensa ya que son puntos de referencia para las brújulas internas de los más pequeños
Con unos límites constantes y razonablemente flexibles, el mensaje que transmitimos, aunque resulte difícil creerlo, es el de: “me preocupo por ti y te quiero”.
Lo paradójico es que cuando los niños tiene límites pueden ser más autónomos, ya que en el terreno que está acotado por esos límites el niño se puede mover con seguridad y libertad. Por otro lado, los limites no deben responder a un “porque yo lo digo” o ser una garantía para la “comodidad ” del adulto, sino porque es lo mejor para el pequeño. Su razón última es la de alejar a los pequeños de los peligros más importantes, que dada su vulnerabilidad y su falta de recursos son muchos.
Límites no significa evitarles TODO riesgo. Vivir implica riesgos que los niños muchas veces no conocen, pero asustarlos diciendo constantemente “cuidado no toques eso porque te quemas”, “eso no porque corta” o “no hagas eso porque te vas a caer” los hace dependientes, inseguros e incapaces de confiar en sí mismos a la hora de tomar decisiones. Terminan teniendo la sensación de que el mundo es un lugar peligroso lleno de amenazas que son incapaces de detectar.
Una tarea importante es la de regular las emociones de los padres primero, la de no enfadarse por cualquier cosa y la de entender que no van a poder dirigir todo el rato el comportamiento de sus hijos, como si de robots se tratara. Es más, si esto fuera así estaríamos poniendo en peligro la conquista de su autonomía.
Educar implica respetar la individualidad, escucharlos y acompañarlos en el camino de su independencia hasta que sean capaces de tomar sus propias decisiones. También significa ponernos en su lugar y tener en cuenta el punto de vista desde el que ellos toman sus decisiones.
“Dime y lo olvidaré, enséñame y lo recordaré, involúcrame y lo aprenderé”.
-Benjamin Franklin-
Algunas cosas importantes
- Las amenazas no sirven de nada, hacen que el problema escale y afectan la relación con tus hijos.
- Se consecuente, que tu hijo sepa lo que sigue y lo que se espera de el.
- Nuestros hijos van a probar nuestros limites. Si mantienes la calma, ayudaras a que la situación no escale.
- Empatiza y ponle palabras a sus emociones, para que en el futuro ellos lo puedan hacer.
- Toda demanda es demanda de amor: los niños no quieren regalos o premios, necesitan tiempo con nosotros, que los escuchemos y los entendamos y no tratemos de comprar su amor.
- Predica con el ejemplo. No podemos pretender que nuestros hijos hagan cosas que nosotros nos negamos a hacer o que no hagan cosas que nosotros hacemos constantemente. Por ejemplo, si quieres que tus hijos lean lo mejor que puedes hacer es conseguir que te vena disfrutando del placer de la lectura.
- Los hijos que no tienen establecidos unos límites siempre nos empujan hacia nuestros propios límites.
- Cuando les llames la atención, cuida tu lenguaje. Habla de la acción y di que eso no te gusto, explica como te gustaría que fuera. No uses adjetivos descalificadores ni insultos.
“El único fracaso verdadero en la vida es no aprender de ella”.
-Anthony J. D’Angelo-
A modo de conclusión, podríamos decir que el fijarles límites implica: corregirlos menos y resaltarles más lo positivo. Jugar más con ellos, y ponernos más en su posición. Exigirles menos y estimularlos más. Pelear menos y acariciarlos más. Enseñarles que todo en la vida tiene un valor, pero no solo numérico y que muchas circunstancias, personas u objetos valen más por lo que representan que por lo que cuestan.
En muchas ocasiones no son necesarias las palabras, es suficiente con que sepan que estamos ahí y con que puedan contar con nuestro ejemplo. Además, piensa que existen otros lenguajes, como el de las miradas, el de los gestos, el de las caricias y que los niños aprenden antes a interpretar mensajes por este tipo de lenguajes que por el de el discurso hablado.