Aspectos psicológicos de la disautonomía
La disautonomía es una condición común, pero complicada de diagnosticar. Quienes la padecen sufren mareos, cansancio, taquicardias, cefaleas e incluso síncopes y desmayos y, sin embargo, no siempre son tomados en serio. Sin embargo, hablamos de unos síntomas que tienen un impacto significativo sobre la calidad de vida. Por ello, es importante considerar los aspectos psicológicos de la disautonomía.
Aunque quizá no hayas escuchado hablar de esta patología, se estima que afecta a una de cada cien personas -en el mundo, habría unos 70 millones de personas que la sufrirían-.
¿Qué es la disautonomía?
La disautonomía es una alteración o una desregulación en el sistema nervioso autónomo (SNA). Este sistema controla numerosas funciones involuntarias del organismo que son cruciales para la supervivencia (como la temperatura, la presión arterial o la actividad intestinal). Para ello, mantiene un equilibrio entre el SNA simpático (que activa el cuerpo) y el SNA parasimático (que maneja el descanso y el reposo). Cuando se produce carencias en la regulación de estos dos componentes, aparecen los síntomas de disautonomía.
Estos pueden ser muy variados y manifestarse de forma diferente en cada caso. Suelen incluir fatiga, disnea, dolor precordial, visión borrosa, mareos y síncope o desvanecimiento. Además, en la mayoría de los casos se produce una hipotensión ortostática (descenso brusco de la presión arterial) cuando la persona pasa de estar sentada o tumbada a ponerse en posición vertical.
Aspectos psicológicos de la disautonomía
Cabe mencionar que, si bien se trata de un padecimiento médico, ya hay ensayos de definiciones desde principios del siglo XX.
La disautonomía era entonces conocida como neurastenia o neurosis autónoma, y aún hoy se considera que está influenciada por factores psicológicos que median la función del SNA. En otras palabras, hay factores emocionales que pueden suscitar esa respuesta fisiológica, y al identificarlos y trabajarlos es posible prevenir y ayudar a manejar la disautonomía.
Además, las consecuencias en el plano psicológico suelen ser significativas desde el comienzo. Por un lado, para el paciente resulta complicado obtener un diagnóstico certero: suele darse un peregrinaje entre distintos profesionales que no encuentran alteraciones médicas o confunden la enfermedad con otras similares. Esta falta de validación médica produce una gran angustia y frustración, además de miedo y un fuerte deseo de volver a “ser o estar normal”.
Por otro lado, la calidad de vida se ve muy afectada dado que la persona apenas puede permanecer de pie y sufre diversos síntomas que, aunque no son graves, resultan incapacitantes. Así, la vida social se reduce en gran medida y las relaciones cercanas se ven afectadas. Es común que la persona pierda el trabajo por no poder desempeñarlo adecuadamente y que cada vez restrinja más sus actividades cotidianas cayendo en el sedentarismo.
Todas estas repercusiones generan altos niveles de ansiedad y depresión, que a su vez retroalimentan y empeoran los síntomas de la disautonomía.
¿Cómo intervenir desde el plano psicológico?
Realmente no podemos hablar de una cura para la disautonomía, pero la intervención multidisciplinar puede ayudar en gran medida al manejo de los síntomas. Es importante que profesionales de diversos ámbitos aúnen esfuerzos y, desde la psicología, pueden realizarse diferentes aportes:
- Realizar psicoeducación a fin de informar al paciente sobre su condición y sobre la influencia de los factores psicosomáticos. A este respecto, se le enseña a detectar factores de estrés que puedan contribuir a la aparición de los síntomas.
- Fomentar una regulación inteligente de las emociones. La base es un autoconocimiento emocional que permita a la persona reconocer sus sentimientos, ponerles nombre y ser consciente de sus consecuencias. Igualmente, se alienta al paciente a reconocer las virtudes, recursos y herramientas de que dispone para afrontar las situaciones adversas y propiciar experiencias de bienestar.
- Entrenar en técnicas de relajación y respiración que favorecen la regulación de la activación física y psicológica.
- Ayudar a la persona a establecer una red de apoyo social que ofrezca contención y promueva la autoestima. De este modo, se evita el aislamiento y se incita a la participación en actividades gratificantes.
- Trabajar los posibles errores cognitivos respecto a la interpretación de las respuestas fisiológicas, evitando así que puedan aparecer miedos y fobias y que el estilo de vida de la persona se vea condicionado.
- Orientar respecto a la reinserción en el mercado laboral, ayudando a la persona a reconocer sus aptitudes e intereses y a encontrar una ocupación que le permita estar activo sin agotarse.
En definitiva, los aspectos psicológicos de la disautonomía deben considerarse a la hora de realizar un abordaje holístico e integral. Y es que mente y cuerpo no están separados, interactúan y se influyen y esto puede reflejarse tanto en las causas como en las consecuencias de la enfermedad; y, sobre todo, en su posible tratamiento.
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