La compersión, un bello estado de la mente

La compersión es un estado positivo de la mente. Quizás demasiado hermoso para que podamos alcanzarlo con facilidad, pero es que el trabajo en el terreno emocional merece mucho la pena.
La compersión, un bello estado de la mente
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 01 diciembre, 2021

La palabra compersión hace referencia al estado de felicidad que produce percibir felicidad en otro. Podría decirse que se trata de la empatía en su máxima expresión. Dicen que sentir satisfacción por la dicha del otro es como ser feliz dos veces; por lo tanto, se trata de una condición muy positiva y edificante.

Desde cierto punto de vista, la compersión viene a ser lo opuesto a los celos. En este caso, nos referimos a celos de todo tipo: profesionales, sociales, afectivos, sexuales, etc. Sin embargo, hay que aclarar que no todos los tipos de celos son fruto del malestar por ver a otro experimentando felicidad. Esto solo es propio de los celos narcisistas.

Quizás el tipo de relación que mejor permite apreciar la compersión es la que se da entre padres e hijos. En la mayoría de los casos, los padres experimentan como propia la felicidad de sus hijos; incluso llegan a sentirse más felices por los logros de ellos, que por los suyos. En las demás relaciones no es fácil experimentar lo compersivo.

Es una emoción liberadora de la carga de frustración, decepción, furia y tantas otras de tono restrictivo que proceden de los celos”.

-Daniel Colombo-

Padre abrazando a su hija pequeña

El miedo y el otro

Rechazamos la felicidad o los logros de los demás solo si vemos en ello alguna suerte de amenaza. De ser así, no solo hay rechazo, sino también tristeza, ira, o ambas a la vez, como reacción a esa dicha del otro. ¿Por qué el bienestar de otra persona puede generar miedo y experimentarse como un riesgo?

Ocurre solo si se adopta la posición de ver al otro como si fuera un espejo. En otras palabras, cuando nos identificamos con esa persona. En ese caso, su logro o su dicha inmediatamente suscitan una comparación: ese alguien tiene o experimenta un bienestar que nosotros no tenemos o no experimentamos.

Allí se prenden las alarmas. Es como si esa felicidad  fuera una forma de enrostrarnos nuestras propias carencias o limitaciones. El veneno de todo esto está en mirarnos a nosotros mismos, desde el otro. Si, en cambio, contamos con una mirada autónoma y propia, separamos sin problema ambas realidades.

En ese caso, no nos vemos a nosotros mismos en el otro, como un espejo, sino que tenemos claro que somos realidades diferentes y, por lo mismo, incomparables. Lo amenazante también se siente cuando adoptamos la mirada  de un tercero: alguien con autoridad que juzga y compara. Le damos todo el crédito a esa visión ajena y sobreviene el malestar.

La compersión: ¿qué implica?

Una persona autónoma y con una buena salud mental sabe que su camino, así como el de otros, es único e irrepetible. También comprende que la evolución o la felicidad de los demás no es ninguna afrenta personal y que tampoco pone en riesgo su propio crecimiento. Para que se produzca la compersión, o sea ya no solo reconocer y legitimar la dicha de otro, sino alegrarse por ello, también hace falta amor y madurez.

A veces la felicidad de alguien implica la desdicha de otro. Ocurre, por ejemplo, en las competencias: solo gana uno. Esto, sin embargo, no es motivo de malestar cuando existe la capacidad de valorar los esfuerzos y talentos ajenos. Se sabe que el otro lo hizo mejor y, por lo tanto, merece su triunfo.

El tema de la compersión se ha abordado, sobre todo, en un campo que es mucho más problemático: las relaciones de pareja. En concreto, las relaciones que involucran el poliamor. Esto es, la posibilidad de cada uno para tener otras parejas sin que ello destruya el vínculo. Quienes defienden este tipo de relación también indican que se basa en la compersión.

Amigos felicitando a otro

La idealización y la realidad

Suena muy civilizado. Alegrarse por el compañero de trabajo cuando le dieron el ascenso, cuando en principio yo también tenía posibilidades. Sentir dicha porque la pareja tuvo relaciones sexuales con un tercero, mientras yo me moría de aburrimiento en la cama. Bailar con alegría cuando el vecino gana la lotería, aunque uno tenga que pelear cada día para pagar sus facturas.

En el papel, todo esto puede ocurrir y, de hecho, ocurre. Sin embargo, es necesaria la perspectiva adecuada  para que la compresión brille en esos casos. Nadie niega que sea la conducta más razonable, e incluso la más provechosa. El problema es que no es sencillo ponerla en marcha, al menos en una relación diferente a la de padres e hijos.

Quizás sea más realista proponer la idea de cultivar mejor la independencia. Comprender que los avances de otros, incluso si uno pasa por una etapa de estancamiento o retroceso, realmente no tienen nada que ver con uno -aunque en determinados casos sí nos pueden servir de inspiración-. Que ser generosos, también reconociendo el mérito de los demás, nos hace más felices. Ese sería un buen punto de partida.


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  • Santiago Álvarez, L. (2018). El poliamor como construcción amorosa dialogada: Estudio cualitativo.

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