La trampa de la confluencia: enfocarme en el otro para olvidarme de mi

Si te cuesta saber qué sientes y deseas, si tiendes a complacer o a comulgar con lo que dicen los demás, puede que en ti esté operando la confluencia. Te contamos en qué consiste.
La trampa de la confluencia: enfocarme en el otro para olvidarme de mi
Elena Sanz

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz.

Última actualización: 04 febrero, 2023

Aunque no nos demos cuenta, muchos de nosotros utilizamos diferentes estrategias para no conectar con nosotros mismos ni con el entorno. Intentamos evitar la conexión con nuestras emociones y necesidades y con la situación que tenemos en frente, y es probable que llevemos décadas haciéndolo. Estos mecanismos inconscientes que nos lo permiten han sido estudiados y descritos según sus características, y hoy queremos hablarte de uno de ellos: la confluencia.

Imagina a ese niño, tranquilo y obediente, que se ha convertido en una extensión de sus padres. Piensa en ese matrimonio en el que todo es cordialidad y protocolo. Recuerda a esa persona que busca, a toda costa, conciliar y comulgar con las opiniones del grupo. Seguro que alguna de estas situaciones te es familiar y, en todas ellas, está operando esta dinámica de confluencia.

Chico triste mirando por la ventana
En la confluencia se borra el límite entre uno y el resto; la persona no se siente de forma individual.

Los mecanismos neuróticos

La confluencia se ha descrito como uno de los mecanismos neuróticos propuestos desde la psicoterapia Gestalt. Estos son mecanismos de defensa que las personas ponemos en marcha, de forma inconsciente, para defendernos de un entorno que percibimos como hostil o carente. Dado que la situación amenaza el equilibrio psicológico, estas herramientas inconscientes nos ayudan a guardar el equilibrio.

Tengamos en cuenta que toda persona forma parte de un ambiente con el que tiene que entrar en contacto para satisfacer sus necesidades. Esto lo hacemos basándonos en tres puntos: conocer qué necesitamos, saber qué elementos externos pueden ayudarnos y entender cuándo aproximarnos o alejarnos de los mismos.

Cuando sentimos confianza y nuestras acciones dan resultado, desarrollamos un comportamiento «normal». En cambio, cuando la relación con el ambiente es conflictiva o infructuosa, experimentamos una serie de emociones negativas y optamos por desviar nuestra energía en forma de uno de estos mecanismos inconscientes.

Estas tendencias se desarrollan ya en la infancia, cuando el entorno no ofrece las condiciones apropiadas para el crecimiento y desarrollo. El niño que crece en un ambiente amenazante, rodeado de peligro o que vive en un entorno carente que no suple sus necesidades, va desarrollando estos mecanismos para sobrevivir, física y psicológicamente.

En cierto grado resultan útiles, dado que cumplen con su misión. Sin embargo, cuando se vuelven excesivamente rígidos o son utilizados sin ser conscientes de lo que ocurre, pueden llegar a afectar el bienestar y las relaciones. Y, lo que es más, cuando continúan utilizándose en la edad adulta, en situaciones que nada tienen que ver con aquella en la que se originaron, pueden resultar muy limitantes.

¿Qué es la confluencia?

La confluencia es uno de estos mecanismos de defensa y surge cuando la persona no está en contacto consigo misma, con sus experiencias, deseos, opiniones o necesidades y, en cambio, se une a las necesidades o ideologías del otro. De algún modo, se borra el límite entre uno mismo y el resto y no se aprecia la diferencia.

La persona que tiende a la confluencia ha perdido el sentido de sí, no puede percibirse y sentirse de forma individual y busca comulgar completamente con quien tiene delante. Pierde su identidad y se une, sin cuestionar, a los deseos, opiniones o emociones del otro, confundiéndolos incluso con los propios.

Aunque suene excesivo, esta es una realidad que viven más personas de las que imaginamos. Pongamos algunos ejemplos de cómo se ve la confluencia:

  • Aceptamos, sin cuestionar, las opiniones o propuestas de nuestra pareja respecto a la relación. Por ejemplo, si el otro expone su deseo de tener una relación abierta, nos unimos a esta idea sin preguntarnos si es algo que realmente deseamos, buscamos o nos conviene.
  • Al estar en un grupo, no somos capaces de dar nuestra opinión sobre un tema hasta ver qué opina el resto. Pues nuestro objetivo será comulgar con los demás.
  • A pesar de no sentirnos hambrientos, comemos con otra persona porque nos lo pide o nos lo propone. O, en otros casos, pese a no querer consumir alcohol, lo hacemos para sumarnos a la opción del resto.
  • Para nuestras decisiones diarias necesitamos la aprobación externa. Nuestra forma de vestir, nuestro peinado o la forma en que pasamos el tiempo libre no se basa en lo que realmente nos gusta o apetece, sino en lo que los demás consideran correcto o “a la moda”.
  • Nos mimetizamos en exceso con las emociones ajenas, no acompañando con empatía desde nuestro centro, sino dejándonos invadir y desbordar por esa emoción o necesidad del otro hasta hacerla propia.

Salir de la trampa de la confluencia

Aunque todos empleamos estas dinámicas en algún momento, cuando la confluencia es patológica nos coloca en una posición muy vulnerable. Si no sabemos quiénes somos y hasta dónde llegamos, si no sabemos poner límites, cuestionar a los otros ni reconocer nuestras propias necesidades y deseos, es probable que caigamos en relaciones de dependencia, abusivas y dañinas.

No obstante, para poder salir de esta trampa inconsciente es necesario entender cómo surge la confluencia. Y proviene de un aprendizaje temprano en el que no se nos permitió ser. Uno en el que se nos enseñó que diferir o tener nuestra propia voz o pensamiento nos llevaría a ser rechazados o abandonados.

Quizá, de niños, crecimos en un hogar en el que no se nos permitió expresar emociones de rabia, ira, tristeza o frustración; y, al hacerlo, o al desobedecer mínimamente, los progenitores nos retiraban el cariño o nos agredían. Tal vez sufrimos experiencias de bullying y rechazo por parte de los pares en la escuela, o fuimos muy criticados en etapas tempranas.

Esto genera una desconexión de uno mismo, a fin de poder amoldarnos a lo que los otros quieren y evitar ese rechazo, soledad o agresividad. No obstante, al no saber quiénes somos ni qué queremos, sentimos un vacío que buscamos llenar al confluir con el resto, al volcarnos en la relación con los otros.

Niña triste
La confluencia es un mecanismo que proviene de un aprendizaje en la infancia en el que no se nos dejó ser.

Comienza a prestarte atención

Como puedes imaginar, esta tendencia puede resultar muy dolorosa y tener consecuencias muy negativas para cualquier persona adulta. Por ello, si queremos terminar con esta dinámica, necesitamos dejar de evitar ese contacto con nosotros mismos y comenzar a propiciarlo.

En lugar de reprimir lo que sentimos, hemos de comenzar a preguntárnoslo en cada situación. Hemos de cuestionarnos las opiniones ajenas antes de asumirlas como propias. En definitiva, se trata de comenzar a prestarnos atención, a recuperar esa identidad y esos límites que perdimos por miedo a ser rechazados.

Por supuesto, este no es un trabajo sencillo y requiere de práctica y perseverancia, tras años de haber estado desconectados. Además, puede ser muy necesario elaborar esas experiencias previas que nos llevaron a desarrollar este mecanismo defensivo. Por ello, si te sientes identificado, no dudes en buscar acompañamiento profesional.


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