Cómo tratar con un adolescente y no morir en el intento
A un adolescente le encanta debatir, especialmente con los padres y con las figuras de autoridad. No lo hacen porque sí: en realidad están avanzando en su proceso de crecimiento. Quieren probarse a sí mismos que tienen identidad propia y que pueden reafirmarla. En el fondo, estas confrontaciones son saludables. Pero si te descuidas, también pueden dar lugar a un campo de batalla totalmente tóxico y en el que las dos partes salgáis perdiendo.
Cualquier adolescente típico pone a prueba la madurez de sus padres. No es raro que los progenitores cedan a la tentación de bajar de nivel y terminar discutiendo con ellos como si fuera una relación simétrica. Por otro lado, tampoco es raro que terminen utilizando su autoridad para imponer conductas o silencios y generando así aún más distancia con el adolescente.
“Los jóvenes siempre han tenido el mismo problema; cómo ser rebelde y conformarse al mismo tiempo”.
-Quentin Crisp-
Piensa que la adolescencia no solamente la viven los propios adolescentes, sino que también lo hacen las personas que les rodean, especialmente sus padres. También ellos tienen que pasar por ese arduo proceso de decirle adiós al niño y darle la bienvenida al joven adulto. Así como el adolescente a veces se siente más niño de lo que es y a veces más adulto de lo que puede ser, también sus padres experimentan las mismas contradicciones.
La confrontación adolescente: un señuelo
Es usual que el adolescente ponga sobre la mesa más de una idea loca. En parte porque quiere atreverse a todo, en parte porque quiere probar hasta dónde sus padres son capaces de consentir. Intuyen que los límites entre los que se pueden mover ahora dejan un espacio más amplio que el que tenían cuando eran niños y quieren explorar exactamente hasta dónde llega la linde de sus posibilidades.
Por eso no es raro que durante la comida digan que ahora son los grandes amigos de un chico que acaba de salir de la cárcel. O que quieren hacerse un tatuaje en los ojos. O simplemente que hay una fiesta el fin de semana y no entienden por qué a ellos les exigen una hora de llegada a casa, cuando los padres de todos sus amigos no reparan en esas “tonterías”.
Por muy buena relación que tenga con sus padres, el adolescente siente la necesidad de necesidad de probarlos, al igual que tiene inquietud por probar otras muchas cosas. La mayoría de las veces no lo hará de manera consciente. Él mismo no sabe por qué lo hace, pero siente un deseo irrefrenable por ponerles a prueba, por sentirse dueño de la situación. Forma parte de su estrategia para afianzar una personalidad diferenciada. Quiere probar que tiene criterio propio y que ese criterio también puede producir buenos resultados.
Las respuestas frente al conflicto
Los estudios indican que el adolescente suele tener cuatro tipos de respuesta frente a las discusiones con sus padres: atacan, se retiran, obedecen o solucionan el enfrentamiento. Todo depende de la personalidad de cada adolescente y de la estructura familiar en al que crezca.
Los que atacan se van fácilmente a los gritos y justifican sus acciones en los defectos de sus padres. Así, si le dices que no puede ser amigo de un ex delincuente, te dirá que eres intolerante y que jamás ofreces una segunda oportunidad, por tu insoportable soberbia.
Los que se retiran, resuelven todo con un portazo, o simplemente se niegan a hablar. Establecen distancia con los padres y dejan de comentar lo que les ocurre. Tanto estos como los anteriores, son los más propensos a desarrollar depresión, ansiedad o conductas delictivas. Lo mismo ocurre con los que obedecen: suelen dar lugar a trastornos del estado de ánimo.
El adolescente que soluciona problemas es aquel que tiene lazos de confianza con sus padres. No es que adopten una actitud madura, sino que en el fondo de ellos mismos quieren conservar, en una nueva versión, la conexión con los progenitores.
Cómo alcanzar soluciones a los conflictos
Esas confrontaciones en casa son también una excelente oportunidad para ajustar los patrones de comportamiento con los que el adolescente saldrá de esta etapa. Constituyen, sin duda alguna, un espacio inmejorable para ofrecerle al adolescente un modelo detallado y ejemplificado en el que quede registrada la mejor manera de resolver conflictos. Piensa que es muy probable que él reproduzca ese modelo durante el resto de la vida.
De lo que se trata es de lograr que el adolescente vea otros puntos de vista diferentes al suyo. A esta edad ya ha desarrollado el pensamiento abstracto, así que está en condición de exponer y comprender razones. Su pensamiento es más evolucionado que el de un niño y es precisamente a esa racionalidad, recién estrenada, a la que deben acudir sus padres.
La principal dificultad estriba en mantener el control. Casi cualquier adolescente acudirá a argumentos hirientes a la hora de ganar una confrontación. Recuerda: a ellos les gusta provocar. Lo importante es no morder el anzuelo, sino probarle quién es el adulto. Y el adulto es el que conserva el control y mantiene el diálogo en unas formas a decuadas.
Si el adolescente aprende que los problemas se resuelven mediante el diálogo, habrá aprendido una de las lecciones más valiosas de la vida. Probablemente podrá tener relaciones afectivas sanas, tanto en el presente como en el futuro. Y tanto el respeto como la confianza hacia sus padres, saldrá intacta de esta difícil etapa de la vida.