Cuando la obligación bloquea la oportunidad de ser felices
Nos guste o no (y la mayoría de las veces no nos gusta), todos estamos sujetos a alguna obligación, casi desde el comienzo de la vida. Aprender a responder a esos deberes forma parte de un crecimiento normal y saludable. Pero si esto se lleva a los extremos, termina bloqueando la oportunidad de ser felices.
La obligación bien entendida es un factor que ayuda a establecer y desarrollar el principio de realidad. Esto es, la conciencia de los límites que tienen nuestros deseos, en función de las pautas y las exigencias del entorno. Todos, en algún momento, debemos renunciar a hacer lo que queremos porque el sendero que debemos seguir es otro.
Sin embargo, en algunos casos ese vivir en función del deber se convierte en un patrón muy invasivo. De este modo, se llega a una situación en la que el querer termina inhibiéndose , incluso a grados extremos, y solo se deja operar a la obligación. Si esto ocurre, también se renuncia a la oportunidad de ser felices. Veamos todo esto con mayor detalle.
“Si nada es evidente de por sí, nada es comprobable, y si nada es obligatorio por sí mismo, nada es obligatorio en absoluto”.
-Clive Staples Lewis-
La obligación como pauta de conducta
La tendencia natural del ser humano es seguir su deseo o, dicho de otra manera, hacer lo que quiere. Una parte importante de la crianza consiste en introducir en la conciencia el concepto de la obligación o el deber. Por ejemplo, quieres comerte toda la caja de dulces, pero debes moderarte; quieres golpear a otro niño porque te quitó un juguete, pero no debes hacerlo.
Para formar parte de la comunidad humana es necesario que renunciemos a una parte importante de nuestros deseos y que sigamos el camino de la obligación. Sin embargo, la crianza, o algunas experiencias de la vida, pueden llevar a que también se adopten deberes que no son necesarios para vivir en civilización, sino que responden a ideas o creencias que no siempre son válidas.
De hecho, existe la posibilidad de que una persona termine viviendo solo en función de la obligación y que llegue a ver su deseo como intruso o negativo y, en consecuencia, a reprimirlo o negarlo. Un ejemplo es el de alguien que prefiere no tomar vacaciones, pues considera que es mucho más útil y productivo seguir trabajando de largo todo el año.
La obligación como obstáculo
Las personas que tienen a la obligación como eje de conducta, también suelen ser muy exigentes consigo mismas. Se demandan no tanto hacer las cosas a la perfección, sino más bien corresponder por completo a las exigencias hechas por una autoridad o por las normas establecidas.
No se evalúa la conveniencia o la validez de esas exigencias, sino que existe un profundo afán por cumplirlas. Las coordenadas del deber las establecen otros y el deseo que prima es el de ajustarse a ello. Salirse de esos parámetros origina inquietud, cuando no ansiedad. En esa ecuación, lo que uno quiere no tiene lugar. O más bien, lo que se quiere, ante todo, es cumplir con esos deberes impuestos para eludir la angustia.
Es en esos casos cuando la obligación se convierte en un obstáculo para ser felices. Si el deber es elegido de una forma razonada y autónoma, por duro que sea, coincide con el querer y no riñe con la felicidad. Como el caso de una persona que se compromete con una causa que demanda sacrificios, pero que en el fondo hace lo que desea.
En cambio, en el terreno de la obligación impuesta desde fuera, no hay reafirmación individual, sino todo lo contrario. La persona se niega a sí misma y cumple con el deber para no contradecir a la figura o la norma que juegan el rol de autoridad.
El deber de ser felices
¿Hay que olvidar por completo el deber en favor del deseo o del placer? La respuesta es no. Cuando alguien solo hace lo que quiere, no tiene el punto de referencia de la obligación para hacer el contraste y, por tanto, no experimenta satisfacción. Lo mismo ocurre al contrario: actuar solo en función del deber es algo así como imponernos una tortura sistemática.
Una persona que vive para la obligación no es alguien ejemplar, sino un ser humano extremadamente condicionado. El fundamento de sus acciones no es la libertad, ni la autonomía, sino el mandato y, probablemente, el temor a contradecirlo. Por lo mismo, hace del deber un automatismo y no una expresión de su ser.
Lo ideal es mantener un equilibrio entre el deber y el deseo. Lo uno le otorga sentido a lo otro y permite generar ese contraste que hace fluir emociones espontáneas de esfuerzo y de satisfacción. Cumplir con el deber es loable, siempre y cuando esto no sea una forma de sabotear la propia felicidad.
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