Cuando decepcionar a la familia significa poder ser nosotros mismos

Cuando decepcionar a la familia significa poder ser nosotros mismos
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 06 junio, 2019

A veces, decepcionar a la familia es casi una obligación para poder ser libres, para reafirmarnos como personas, como individuos merecedores de la propia felicidad y gestores de su propia independencia. Romper o cuestionar con determiandos mandatos familiares es un acto saludable que nos renueva por dentro y por fuera, y que a su vez pone “a los nuestros” en la compleja y necesaria encrucijada de aceptarnos tal y como somos o dejarnos ir.

No es fácil. A lo largo de la primera etapa del ciclo vital siempre hay un momento en que el niño despierta y toma plena conciencia de esas sutiles incongruencias que habitan en muchas dinámicas familiares. Percibe con estupefacción, por ejemplo, lo que los padres le aconsejan con severidad y lo que ellos mismos no aplican. Siente con incomodidad también esa amarga distancia entre las expectativas que colocan sobre su cabeza y las que él libremente construye, siente y considera.

“No puede haber una profunda desilusión donde no hay profundo amor”

-Martin Luther King-

Los mandatos familiares son como pequeños átomos chocando entre sí. Crean una materia invisible de la que nadie es consciente, pero que asfixia. Se originan por la fuerza intergeneracional, por nuestro sistema de creencias, de exigencias y de códigos inconscientes; esos que se expresan no solo en el tipo de mensajes emitidos durante la comunicación, sino también en el tono y en el lenguaje no verbal.

Así, y casi sin que nos demos cuenta, quedamos moldeados por una serie de atributos y creencias que interiorizamos en silencio y a duras penas. Hasta que de pronto percibimos que no encajamos en ese rompecabezas, nos damos cuenta de que nuestra familia “funcional” tal vez no lo sea tanto, porque habitan demasiados silencios, demasiadas miradas bajas que rehuyen encontrarse. Es entonces cuando uno decide tomar una decisión, un camino propio que a veces tendrá un alto coste: decepcionar a los nuestros.

Chico de espaldas mirando la ciudad

La complejidad de algunos lazos familiares

Cuando Lucas vino al mundo su madre tenía 41 años y su padre 46. Para sus padres tener un único hijo no era una elección, sino el resultado de un proceso muy duro. Antes de él su madre sufrió cuatro abortos espontáneos y después él, aún sufrió uno más. Sin quererlo, y por supuesto sin desearlo, fue siempre ese superviviente solitario sobre el que su familia proyecto todo un manual de expectativas, todo un compendio de esperanzas, sueños y deseos.

Sin embargo, Lucas nunca fue un buen estudiante, tampoco fue dócil ni tranquilo ni, aún menos, obediente. Lo peor de todo es que, durante toda esa etapa de fracasos en la escuela, tuvo que convivir con el espectro de sus hermanos invisibles, esos que nunca llegaron a nacer y que sin embargo, sus padres siempre tenían presentes. “Seguro que alguno de ellos hubiera llegado a ingeniero como yo”, “Seguro que alguno hubiera sido más centrado, más responsable…”

Además de la constante idealización imaginaria de sus padres, Lucas también ha tenido que afrontar algún que otro mensaje poco acertado por parte de algunos tíos y algunos abuelos. “Haz caso a tu madre, deja la música y céntrate en una carrera. Tus padres han sufrido mucho para tenerte y no te costaría nada hacerles felices por una vez”…

Adolescente triste mirando por la ventana

Ahora, llegada esa edad en la que uno puede por fin hacerse responsable de sus decisiones, Lucas pone rumbo al extranjero para entrar en un conservatorio. Es consciente de que va a decepcionar a los suyos. Sabe que va a causar dolor, pero es incapaz de integrarse en ese paradigma familiar habitado por fantasmas y expectativas imposibles. Lucas necesita realizarse, aspirar a una vida coherente entre lo que “yo hago, yo digo y siento”.

Cuando decepcionar implica conseguir que los demás abran los ojos

El año pasado se llevó a cabo un interesante estudio en la Universidad de Utah, donde se explicó que estrategias servían de mayor ayuda a esas personas que se consideraban a sí mismas, como las “ovejas negras” de sus núcleos familiares. A nadie le extrañará saber que este tipo de situación, más allá de lo simbólico del término, es extremadamente compleja, tanto, que la razón de muchos de nuestros problemas emocionales tienen su origen en ese duro choque de valores, necesidades y creencias que tenemos con nuestra propia familia.

“La sangre solo nos hace parientes, es el amor lo que nos hace familia”

Saber reaccionar, saber manejar con eficacia este tipo de realidades es esencial para nuestro bienestar. Así, las tres conclusiones que se llevaron en este interesante estudio nos pueden servir como adecuada orientación en caso de que estemos pasando por una situación similar.

  • Debemos percibirnos como “ovejas negras resilientes”, personas capaces de reaccionar ante la adversidad para avanzar, pero sin olvidar todo lo vivido, todo lo aprendido.
  • Encontrar ayuda, apoyo u orientación fuera de nuestro círculo familiar es esencial para tener en cuenta otras perspectivas, para aunar confianza en nosotros mismos, valor para tomar decisiones.
  • Es necesario también ser asertivos con nuestra familia, porque expresar en voz alta las propias necesidades, pensamientos y deseos no tiene por qué ser una amenaza si lo hacemos con respeto, madurez y convicción. Si surge la decepción, no será más que un modo eficaz y necesario con el que acercarles a la verdad.
Chica con flores en el cuerpo

A su vez, y para terminar, es conveniente que no nos percibamos como “marginados”. A pesar de que a muchas “ovejas negras” no les moleste -en apariencia- ser ese elemento “disruptivo” o “desafiante” del núcleo familiar, en ocasiones las “ovejas negras” terminan siendo esclavas de la etiqueta que los demás le han puesto y en las que ellas ha encontrado cierto refuerzo. Así, es como por ejemplo alguien puede terminar llevando la contraria por sistema a cualquier norma o deseo familiar no escrita, por mucho que ella también prefiera esa opción.

Relativicemos ese valor sesgado que han puesto sobre nosotros durante tanto tiempo, y entendamos también que decepcionar, en ocasiones, no tiene ninguna connotación negativa. Es una acto necesario con el cual, reafirmarnos como personas independientes y con criterio propio.

Imágenes cortesía de Łukasz Gładki

 


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