Dejar de oír, para ponerse a escuchar
“Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha”.
Victor Hugo
La escucha es una capacidad que podemos desarrollar con la práctica, no se trata de oír solamente los sonidos a través de nuestro sentido de la audición, sino más bien de una actitud, que abarca una gran cantidad de aspectos para relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.
Aprendiendo a escuchar
El aprendizaje de la escucha, al contrario de lo que se pueda pensar no es nada sencillo, requiere de mucha habilidad, paciencia y respeto. Confundimos habitualmente la escucha con saber oír.
Habitualmente creemos que sabemos escuchar, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es pasar superficialmente por la experiencia. Cuando alguien nos habla, estamos más pendientes de lo que vamos a contestar que de lo que nos está diciendo.
Mantenemos un diálogo de réplicas, en el que nos perdemos mediante consejos, reprimendas y enfados. Sin profundizar en la necesidad propia y la del interlocutor, sin reconocer las emociones que están en juego y el sentido que desprende cada palabra.
La escucha es mucho más que saber oír, requiere de una atención especial tanto con las personas que nos rodean como con nosotros mismos. Significa un saber estar en el momento presente, tanto hacia fuera con la otra persona, como hacia dentro, sintiendo el impacto emocional que implica.
El hecho de escuchar nos acerca a la realidad, puesto que implica una apertura de nuestros sentimientos y pensamientos, viviendo así la experiencia de una manera íntegra.
La importancia de la escucha en la comunicación
Para que pueda existir una comunicación efectiva es preciso aprender a escuchar, para que pueda haber una presencia honesta y auténtica. De tal manera que se produzca un encuentro real con la otra persona.
En la mayor parte de las ocasiones, cuando alguien nos está hablando, contando algo importante, intentando transmitirnos sus emociones y sus necesidades. Estamos pendientes de forma automática a nuestro ruido mental, el discurso que procede de nuestro interior.
De esta forma la comunicación resulta pobre, el mensaje pierde todo su sentido, resulta muy difícil así transmitir lo que se pretende. Llegar a mantener un encuentro profundo.
“Para saber hablar es preciso saber escuchar”.
Plutarco
La escucha en la comunicación no se limita solamente a lo que dice el interlocutor a través de sus palabras, la escucha va mucho más allá, puesto que en la comunicación intervienen mucho más factores; como son los gestos, las miradas, el tacto y el tono de la voz.
Esto daría lugar a una escucha activa eficaz, reforzando así la empatía y la intimidad, de tal manera que pueda haber un vínculo más profundo, donde se establezca fácilmente la confianza. Este tipo de escucha es una habilidad que se puede ir desarrollando a través de la práctica.
“La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”.
Michel de Montaigne
La escucha como una actitud
Estar dispuesto para la escucha también requiere de ejercitar una serie de valores y principios, como son el respeto, la autenticidad y la tolerancia.
Los prejuicios son los que limitan muchas veces la escucha y por lo tanto la comunicación. Al tener una idea preconcebida acerca de algo, nos volvemos herméticos a todo aquello que contradiga nuestra idea.
El sentido de la vista, muchas veces, adquiere tal protagonismo que desplaza y contamina la escucha. Las imágenes nos influyen y les damos un gran valor, formando una barrera, en ocasiones, que impide la comunicación.
Mientras nuestro interlocutor/a nos habla podemos estar pendientes de la bonita sonrisa que tiene, de lo mucho que nos atrae, de la mancha que tiene en el diente, de lo desaliñado que tiene el pelo, de la ropa que lleva, y de un sinfín de cosas que impiden que nos concentremos verdaderamente en lo que nos está diciendo.
Al concentrarnos en la escucha nos permitimos no solo captar las emociones de la otra persona, aportándole significado a lo que nos está intentando transmitir, sino también indagar en uno mismo en cómo nos afecta, nos remueve, nos inquieta, lo que la otra persona está diciendo. De tal manera que permitamos un encuentro con total autenticidad.
Cuando damos esta importancia a la escucha, tomamos conciencia de que supone mucho más que una capacidad, ya que acaba siendo una actitud, ante las personas que nos rodean y ante la vida en general. Una forma de estar presente ante los acontecimientos, sin ser un mero espectador, siendo un sujeto que participa en la belleza que le aflora de dentro y que lo rodea, haciéndose consciente de ello.
“Cuando te pido que escuches y te pones a darme consejos, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y te pones a decirme porque no debería sentirme de ese modo, estas hiriendo mis sentimientos. Cuando te pido que escuches y te parece que debes hacer algo para solucionar mi problema, me has fallado, por extraño que parezca. ¡Escucha!, Solo pedía que escucharas; no que hablaras o hicieras, solo oírme…
Puedo valerme por mi mismo, no estoy indefenso. Cuando haces algo por mí que puedo y necesito hacer yo mismo, incrementas mi temor y mi sensación de ineptitud. Pero cuando aceptas como cierto que me siento como me siento, por muy irracional que resulte, puedo dejar de intentar convencerte y pasar a la cuestión de comprender que se esconde detrás de esa sensación irracional. Y, cuando está claro, las respuestas resultan obvias y no necesito consejos”.
Ralph Roughton