El castigo físico en la niñez y su huella en el adulto
El castigo físico es una práctica desaprobada en la actualidad, tanto por la ciencia como por buena parte de la sociedad. Aun así, hasta no hace mucho tiempo se empleaba de forma sistemática y aún hoy en día se sigue acudiendo a este, aunque de forma soterrada.
Las razones para que esto ocurra son muchas. Incluso, el concepto mismo de castigo físico no es claro para muchos. Se llega a pensar que un golpe “suave” no puede catalogarse como violento o que todos los niños necesitan una nalgada de vez en cuando para que estén bien educados.
Lo cierto es que son muchas las personas que han crecido con el fardo del castigo físico durante la niñez. Pese a que son muchos los estudios en los que se señala que los golpes y las humillaciones dejan huellas negativas, a veces para toda la vida, no son pocos los que siguen avalando esta práctica en privado.
“El que, estando enfadado, impone un castigo, no corrige, sino que se venga”.
-Michel de Montaigne-
El castigo físico, un panorama general
Varias investigaciones señalan que los niños sometidos a castigo físico suelen tener peores resultados en el aprendizaje. Así mismo, son más proclives a desarrollar problemas mentales y a verse envueltos en conductas delictivas durante la adolescencia.
Se ha establecido que los niños de estratos socioeconómicos más bajos son más propensos a recibir castigos físicos. También que América Latina y el Caribe son regiones en donde el castigo corporal severo está generalizado. Se estima que tiene lugar en el 30-40 % de los hogares, cuando menos.
Sin embargo, tanto en esa región, como en todo el mundo, los datos no son suficientemente confiables. El tipo de violencia menos denunciado es precisamente este, ya que el niño depende de sus padres en todos los aspectos. Tampoco tiene el criterio, ni la madurez, para denunciar el maltrato, en especial porque ama profundamente a quienes lo violentan.
Los efectos del castigo físico
El castigo físico genera múltiples efectos en un niño. En principio, el pequeño teme al golpe. Después, lo que queda en él no es el impacto físico, sino el dolor emocional y el sentimiento de impotencia frente a la violencia recibida. Con el tiempo, desarrollan mecanismos de adaptación: extrema obediencia o conducta trasgresora. En otras palabras, aprenden a ser víctimas o verdugos.
Lo más complejo es que también aprenden a utilizar la violencia como conducta “legítima” frente a situaciones de conflicto o frustración. Así mismo, el golpe y la humillación generan efectos como los siguientes:
- Sentimientos de inferioridad o inutilidad. Se manifiestan como timidez o temor continuos. También como hiperactividad o necedad, en otros casos.
- Sentimientos de abandono y soledad. Creen que no son suficientemente amados y que deben lidiar solos con su sufrimiento.
- Adopción de un modelo de violencia. Asumen que la violencia es válida y la emplean de forma recurrente, o permiten que otros la empleen con ellos de forma sistemática.
- Ansiedad, angustia y depresión. La situación los hace sentirse impotentes y esto facilita el desarrollo de conductas ansiosas, obsesivas o depresivas. Esto suele desembocar en conductas autodestructivas.
- Problemas de identidad. Llegan a verse a sí mismos como seres “malos”, pues así se lo hacen sentir los padres. También pueden convertirse en lo contrario y pretender ser aún más agresivos de lo que son con ellos.
Las huellas en el adulto
Hacerse adulto y dejar de recibir castigo físico no significa resolver el problema de forma inmediata. Lo que se vive durante la infancia perdura y toma forma en la estructura psicológica de una persona. Es muy probable que alguien violentado y humillado en su niñez deba invertir luego muchos esfuerzos y varios años para superar los efectos de esa situación, si es que los supera.
Quienes fueron maltratados de pequeños tienen más problemas para establecer las fronteras del respeto. En su vida adulta es muy probable que irrespeten a otros con frecuencia, se dejen irrespetar en repetidas ocasiones, o ambos. Van a tener muchas dificultades para contener sus emociones y dialogar.
También es muy posible que se conviertan en “mendigos de afecto”. Es decir, terminan apegándose de manera ansiosa a quienes los traten de manera amorosa. Así mismo, dudarán de sí mismos, de sus capacidades, de sus logros, de sus sueños. Les costará mucho reafirmarse socialmente.
Por todo lo anterior, hay que desterrar la idea de que el golpe es pedagógico, que educa. Lo que significa es una dificultad del adulto para poner límites de forma adecuada y, con frecuencia, para controlar sus emociones.
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- Sauceda-García, J. M., Olivo-Gutiérrez, N. A., Gutiérrez, J., & Maldonado-Durán, J. M. (2006). El castigo físico en la crianza de los hijos. Un estudio comparativo. Boletín médico del hospital infantil de méxico, 63(6), 382-388.