¿Existe la histeria masculina?
A día de hoy, el concepto de “histeria” se ha disuelto en otros diagnósticos. Antes, durante el siglo XIX, adquirió una gran popularidad al ser un trastorno de diagnóstico frecuente, especialmente en las mujeres. Ahora bien, el propio Jean-Martin Charcot, mentor de Freud, definió en su día la histeria masculina describiendo casos muy claros con el fin de “desfeminizar” dicha afección.
Si hay algo que sin duda resulta curioso es cómo la historia tiende a sexualizar ciertas categorías, trastornos o dimensiones encasillándolas en un determinado género. Así, cualquier muestra de inestabilidad, efusividad emocional, desorden nervioso acompañado de migrañas, dolores abdominales, decaimiento, etc, tuvo durante mucho tiempo una clara exclusividad femenina.
Durante el siglo XVIII estaba de moda ser un hombre histérico. Bajo ese término se buscaba encajonar comportamientos más refinados, sensibles y civilizados.
Se pasó por alto quizá que Sigmund Freud intentó convencer a la Sociedad de Medicina de Viena en 1886 de la existencia de la histeria masculina y de la etiqueta clínica que él mismo había definido en su día. Sin embargo, sus colegas no quisieron aceptar o prestar interés a esa dimensión diagnóstica heredada desde Hipócrates y que en origen aludía a cómo -supuestamente- el útero femenino llegaba a alterar el comportamiento y voluntad de la mujer.
¿Cómo aceptar que el género masculino podía presentar las mismas alteraciones nerviosas, somatizaciones y comportamientos disociativos? Parece que la histeria masculina existía y existe; sin embargo, todo ese conjunto de síntomas son a día de hoy recogidos bajo otras etiquetas clínicas más ajustadas.
Antecedentes de la histeria o el dolor apasionado
En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Toronto y publicado en la revista European Neurology nos explica que el concepto de “histeria” lleva más de cuatro mil años entre nosotros. Hay papiros egipcios que hablan del fenómeno del “útero herrante” y de cómo este órgano podía llegar hasta la garganta de la mujer en caso de que esta fuera muy pasional y sufriera de privación sexual.
Ahora bien, la primera referencia histórica que encontramos sobre la histeria masculina aparece en una obra de William Shakespeare: el propio Rey Lear define su aflicción como ese dolor apasionado generado por la histeria. Más tarde, tendríamos que esperar hasta el siglo XIX para que Jean-Martin Charcot pusiera el foco de su interés en esta dimensión entre 1865 a 1893.
Para llevar a cabo sus trabajos se basó en otros realizados por compañeros de profesión como el de Paul Briquet y su libro Traité clinique et therapeutique de l’hystérie. En este tratado se dejaba a un lado la relación entre la histeria y el útero, para hablar ya de un trastorno mental que para el doctor Briquet tendría un origen cerebral. Lo definió como la “neurosis del encéfalo” y afectaba por igual a hombres y mujeres.
¿Qué características tenía la histeria masculina?
A pesar de que Charcot y Freud se esforzaron en ser imparciales a la hora de describir la sintomatología de la histeria sin diferenciar la femenina de la masculina, popularmente se tenía otra idea. Las mujeres histéricas, por ejemplo, presentaban comportamientos apasionados, altamente emocionales y con conductas sexualmente desviadas. Por tanto, la histeria masculina atribuía al género masculino los rasgos femeninos más estereotipados: sensibilidad, cambios emocionales y conductas afeminadas.
Asimismo, y como curiosidad, en el siglo XIX se llegó a tener la opinión de que la histeria masculina tendría como origen la ansiedad. Una ansiedad profunda por no manifestar esa actitud y esos los roles claramente “masculinos” que demandaba la sociedad. Ahora bien, desde un punto clínico y objetivo, Charcot definió la histeria masculina del siguiente modo:
- La histeria, tanto femenina como masculina, no tenía nada que ver con problemas sexuales.
- Los pacientes mostraban comportamientos extremos o por el contrario evidenciaban mutismo y represión. Algunos dejaban de andar, de comer o incluso se quedaban en estados vegetativos. Esos cambios emocionales extremos aparecían justo después de un acontecimiento crítico, como un accidente, caídas graves, y también a raíz del alcoholismo.
Cabe señalar que para Charcot no existían como decimos diferencias entre la histeria femenina y la masculina. Más tarde, Sigmund Freud recogió su legado y profundizó en el concepto del trauma; sin embargo, prefirió centrarse en todo momento en la histeria femenina.
De la histeria masculina al trastorno de estrés postraumático
Para quien haya leído el libro “La señora Dalloway” de Virgina Woolf le sonará sin duda el término histeria masculina. En esta novela de 1925, Woolf describe dicho término asociándolo ya con una idea más ajustada desde un punto de vista clínico.
Lo utilizó para describir a los hombres traumatizados que volvían de la guerra. De hecho, fue precisamente a raíz de estas situaciones en las que miles de jóvenes volvían del frente sin poder reaccionar, cuando se empezó a utilizar otro término: “el shock del caparazón”.
Poco a poco, la etiqueta de la histeria ha ido cambiando para ajustarse a las realidades clínicas, ahí donde las neurosis, el trastorno por conversión o los trastornos de estrés postraumático dan una idea más ajustada de este tipo de sintomatologías que sin duda, aparecen en ambos sexos. No obstante, aún quedan rastros de esa categorización peyorativa y misógena.
Para concluir, vale la pena destacar la gran evolución que ha hecho este término. Al fin y al cabo, tras esa histeria femenina y masculina lo que teníamos era a alguien incapaz de asimilar un trauma. A una persona con una ansiedad latente que no sabía cómo canalizar o expresar…