Las experiencias de infancia pueden modificar el cerebro, según la ciencia

Las experiencias de infancia dibujan una especie de mapa de ruta en el cerebro. La neurociencia ha encontrado evidencias según las cuales lo que ocurra durante la niñez puede marcar toda la vida.
Las experiencias de infancia pueden modificar el cerebro, según la ciencia
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 17 mayo, 2021

Desde hace mucho tiempo varias escuelas han hecho énfasis en la influencia que tienen las experiencias de infancia durante toda la vida. A día de hoy es la neurociencia la que corrobora este hecho y vuelve a poner sobre el tapete la importancia fundamental que tienen esos primeros años de la vida.

Isabel Pérez-Otaño, investigadora del Instituto de Neurociencias UMH-CSIC de Alicante, ha dicho que las experiencias de infancia marcan todo el resto de la vida. Si bien hay aspectos que se pueden modificar con el tiempo, lo cierto es que esas primeras vivencias generan patrones que permanecen a largo plazo.

La experta explica que los primeros años hasta la adolescencia  son una etapa crítica en el desarrollo del cerebro. Sin embargo, las experiencias de infancia son aún más decisivas, ya que el cerebro es como un ordenador que está sin software. Cada experiencia se parece a la introducción de ese software y va a determinar cómo funciona.

Esto es uno de los retos científicos y sociales en este momento, porque de la misma manera que el cerebro en desarrollo es capaz de aprender también va a ser mucho más sensible al estímulo negativo, que puede ser desde malos tratos y abusos a falta de cuidados o una mala nutrición”.

-Isabel Pérez-Otaño-

Niño triste mirando por la ventana

Las experiencias de infancia pueden modificar el cerebro

Isabel Pérez-Otaño señala que las propiedades esenciales del cerebro son la plasticidad  y la capacidad de procesar información. La plasticidad tiene su máximo esplendor durante los primeros años de vida hasta la pubertad. Es por eso que las experiencias de infancia, incluso las que no parecen tan relevantes, moldean al cerebro.

En otras palabras, durante los primeros años de vida el cerebro  es más sensible a ser modificado por cualquier experiencia. Se nace con muchas conexiones sinápticas, es decir, conexiones entre las neuronas. Al principio de la vida se forman muchas más y con el tiempo solo se van refinando, según se van adquiriendo nuevas experiencias.

Si las experiencias son repetitivas, las conexiones se refuerzan y se mantienen. Las que no se repiten, tienden a hacer desaparecer las conexiones sinápticas que generaron. Por lo tanto, aunque la base genética es muy importante, el entorno también es decisivo. Toda experiencia negativa lesiona mucho más la personalidad si se vive en los primeros años de vida.

Las malas experiencias de infancia

El maltrato, el abuso o el abandono parcial o total son experiencias muy negativas para un bebé o un niño. En términos de la neurociencia, todo ello constituye una exposición continua al estrés. Este no es negativo si constituye una vivencia específica, ya que le permite al individuo construir respuestas adecuadas para enfrentar esa adversidad y sortearla.

En cambio, si las experiencias de infancia negativas se repiten, las cosas son muy diferentes. Se crea un patrón que en general va a hacer a una persona más sensible al estrés en la vida adulta, así como menos empática y con menos habilidades sociales.

La doctora Isabel Pérez-Otaño probó su teoría con un grupo de ratones. Verificó que el estrés y las privaciones modificaron de forma negativa el cerebro de ratones jóvenes. Hay otros estudios que llegaron a la misma conclusión, como veremos enseguida.

El estrés y los cerebros jóvenes

Investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) y de la Universidad Pierre y Marie Curie (ambos en París, Francia) llevaron a cabo un estudio  con ratones jóvenes expuestos a situaciones de estrés. En concreto, los roedores se ubicaron en un entorno en el que había un agresor dominante. Al mismo tiempo, se crearon experiencias en las que los más jóvenes tuvieron derrotas sociales.

Se observó que los ejemplares que eran sometidos a esta situación de forma continua desarrollaron ansiedad crónica y un incremento de la aversión social. Los que eran agredidos, después evitaban el contacto social con sus pares y también desarrollaban depresión.

En otro estudio similar, de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, USA), ratones adolescentes fueron expuestos a estrés continuo. Esto hizo que presentaran afectación en un gen que codifica un neurotransmisor asociado con la función mental y la enfermedad psiquiátrica. En otras palabras, se volvieron más proclives a presentar trastornos asociados al cerebro.

Niña triste llorando

Cuidar el cerebro del niño

Todo lo anterior lleva a una conclusión fundamental: las experiencias de infancia son determinantes en la vida de todo ser humano. Las carencias y las vivencias de estrés durante los primeros años hacen que una persona sea más vulnerable a los trastornos mentales y limitan su desarrollo psicológico.

Los niños y los adolescentes necesitan adultos que puedan acogerlos y aceptarlos de forma amorosa. Que les den la mano para guiarlos y vean sus errores como una parte normal y saludable de su desarrollo. El maltrato, la indiferencia o la distancia deja huellas que quizás nunca se borren.


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  • Vega-Arce, M., & Núñez-Ulloa, G. (2017). Experiencias Adversas en la Infancia: Revisión de su impacto en niños de 0 a 5 años. Enfermería universitaria, 14(2), 124-130.

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