Explicar el enfado en lugar de demostrarlo es más saludable

Explicar el enfado en lugar de demostrarlo es más saludable
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 16 junio, 2019

Dejar que el nudo del enfado nos quite el aire y nos ahogue hará que tarde o temprano aparezca el pinchazo de la ira, y con ella ese huracán que pone en nuestra boca palabras que más tarde lamentamos. Aprender a gestionar las emociones siempre será más saludable, más lógico y más práctico que acabar cayendo en una discusión sin sentido.

Sabemos que a simple vista este consejo puede parecer fácil, inocente y hasta demasiado evidente. Decimos esto por una razón muy concreta: la gestión de las emociones negativas tales como el enfado, la ira o la rabia son nuestra cuenta pendiente, nuestro talón de Aquiles. De hecho, no falta quien camina a día de hoy con su traje de adulto y su cabeza alta, mientras en su interior esconde la madurez emocional de un niño de 4 años.

“Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil. Pero enfadarse con la persona adecuada, en la medida correcta, en el momento adecuado, para el propósito correcto, y en el derecho camino, que no es fácil”
 – Aristóteles –

Aún más, hemos de tener en cuenta que el enfado extiende sus ramificaciones no solo al mundo de las emociones. Nuestro lenguaje y nuestra cognición se ven imantados por los largos tentáculos de los sentimientos contrapuestos, afilados y tremendamente frustrados. Sin embargo, abunda en exceso quien los engulle, quien se los traga y los disimula fingiendo una habilidosa normalidad.

Poco a poco y día a día ese virus letal causa estragos. La comunicación se vuelve agresiva, el trato se torna desigual, la autoestima cae, aparecen los chantajes, los altibajos emocionales y hasta esos trastornos psicosomáticos donde el propio cuerpo evidencia el malestar de la mente.

A continuación, te explicamos cómo afrontar esta realidad tan común.

El enfado que hay en mí y que tú no ves

Para comprender cómo y de qué manera el universo del enfado forma parte de nuestra cotidianidad empezaremos con un ejemplo muy sencillo. Amelia ha tenido un mal día en el trabajo. Llega tarde a cenar a casa y cuando cruza la puerta, Jaime, su pareja, le indica que va a salir porque ha quedado con unos amigos. No obstante, antes de irse le pregunta si le parece bien o prefiere que se quede con ella. Amelia, le responde que no pasa nada, que “haga lo que le apetezca, que no hay problema”.

A la mañana siguiente, nuestra protagonista no puede evitar sentir el pinchazo insufrible del enfado. Se siente mal porque su pareja no fue capaz de ver en su rostro las marcas de su mal día, de su abatimiento y desesperación. Ahora, su malestar se ha incrementado aún más porque Jaime tampoco ha sido capaz de ver durante el desayuno su apatía, ni la sombra de ese enfado que ronda en su interior como un animal herido y enjaulado.

Posiblemente, esta situación hubiera sido de otro modo si Amelia le hubiera explicado antes que nada que había tenido un mal día. Que no se sentía bien, que estaba rota, hecha polvo y que necesitaba su apoyo. Sin embargo, a veces las circunstancias se complican, aparecen las dudas y el desesperado deseo de que los demás entiendan casi sin palabras aquello que nos duele.

Por otro lado, esta situación se justifica también por un hecho muy concreto que parte directamente de todo eso que nos vienen enseñando desde niños: “contrólate, disimula, aparenta normalidad”. El autocontrol es posiblemente la dimensión más mal entendida en el campo de la Inteligencia Emocional

Nadie puede controlar algo que no entiende a la fuerza y por que sí. No se puede poner en una jaula a un león si primero no entendemos sus necesidades, su naturaleza. Queda claro, no obstante, que no podemos ir por el mundo rugiendo y enseñando las zarpas, pero sí siendo sinceros. Sí diciendo en voz alta un simple “no, no estoy bien, hoy he tenido un mal día”.

Desenredar el ovillo del enfado antes de que sea tarde

Un pequeño enfado no gestionado y no resuelto puede derivar en un gran problema, en una mala experiencia y en un mal clima que día a día extenderá sus brumas de toxicidad. De hecho, no hace falta recordar aquí el fuerte impacto que suele tener una persona eternamente enfadada en el ámbito familiar y en un entorno de trabajo. Son agujeros negros andantes que dejan secuelas y rompen la armonía.

“No hay mejor batalla que aquella en la que por fin, nos entendemos a nosotros mismos”

-Buda-

A continuación, te aportamos unas sencillas claves sobre las que reflexionar y que nos servirán de ayuda para prevenir y paliar el impacto de estos enfados del día a día.

gestionar el enfado

5 claves para gestionar los enfados

El primer paso puede ir en contra de muchas cosas que nos han enseñado o recomendado. Debemos entender que un enfado no es algo malo, que la rabia no es algo que uno deba tragarse a la fuerza. Es necesario tomar una actitud positiva y cercana hacia ella: es una campana de alerta, una señal que debemos atender, comprender y resolver.

  • Sentir la contradicción, sentir rabia por una situación concreta es algo normal y hasta necesario. Es así como desplegamos nuestros mecanismos de defensa, así como defendemos nuestras verdades, nuestras necesidades y valores. Eso sí, el enfado tiene una finalidad última y constructiva, que no es otra que la de resolver una situación de conflicto personal.
  • El segundo paso es tomar conciencia sobre nuestro nivel de excitación. Cuando nos encontramos muy nerviosos y la rabia nos controla, será muy complicado razonar con normalidad y tomar decisiones constructivas. Debemos tomar aire, respirar, recobrar la calma, despejar la mente…
  • La siguiente estrategia que pondremos en práctica es algo más compleja: hay que examinar nuestro conflicto emocional. ¿Qué es lo que me molesta realmente? ¿Qué es lo que me hace daño y por qué? ¿Qué se está vulnerando aquí? ¿En qué medida soy yo responsable?

Por último, y aclaradas ya las prioridades, pondremos en marcha lo más importante. Algo que lleva tiempo aprender pero que es necesario practicar a diario: la comunicación asertiva. Porque para hablar y para resolver un malentendido o una situación de ideas contrapuestas no hace falta hacer daño.

Aprendamos por tanto a ser buenos gestores de nuestras emociones negativas, entendamos que comunicar es llegar a acuerdos, posicionarse con respeto pero siendo capaz a su vez de crear puentes para mejorar la convivencia.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.