Frente a frente: la distancia entre personas en el diálogo
A pesar que la tecnología ha reducido el cara a cara en el diálogo, establecer una buena comunicación implica estar frente a frente, puesto que el lenguaje de los gestos es el gran comunicador silencioso que en la retaguardia dice más -o al menos completa- lo que se intenta transmitir mediante la palabra.
El lenguaje no verbal es determinante en la transmisión de un mensaje. Entonces, ¿cuál es la distancia más apropiada para establecer una comunicación efectiva?
Un universo gestual
El universo de los gestos, micromovimientos y movimientos, forma parte del lenguaje no verbal. Esto quiere decir que el gesto, así planteado, puede considerarse la unidad-base de este tipo de lenguaje y que es definido como un movimiento o disposición de las manos, el rostro o de otros miembros del cuerpo que son utilizados para establecer comunicación con otros seres humanos en relación directa e inmediata.
La gestualidad puede considerarse como un movimiento expresivo de contenidos psíquicos en tensión, es decir, los gestos son movimientos musculares que buscan su descarga. Y lo consiguen, tanto si son voluntarios revestidos de intención, como involuntarios producto de un dinamismo inconsciente.
Una mímica, un gesto, en general, se presentan con una complejidad que escapa a la posibilidad de lograr medirlos de manera precisa. Es tal la sinergia de micromovimientos casi imperceptibles para la captación consciente, que resulta sumamente dificultoso realizar una percepción abarcativa y completa del universo gestual.
El gesto en las interacciones humanas es un movimiento simbólico que expresa y demuestra algo que debe ser descifrado. O sea, la gestualidad es un blanco a interpretar. Cada interlocutor puede codificar los gestos de su partenaire comunicacional de acuerdo a sus creencias, valores, significados personales, conocimiento del otro, el contexto donde se desarrolla la interacción, etc.
Con todo, la gestualidad del rostro, tronco y extremidades, el uso del espacio y las acciones con las que nuestro cuerpo se conduce hacen que el lenguaje paraverbal se constituya en un elemento espontáneo de transmisión de mensajes. Un recurso que se margina o queda relegado a un segundo plano de cara al lenguaje verbal.
De hecho, se han constituido generaciones de escuchadores que no solo escuchan, sino que también observan mientras escuchan. La necesidad de ver al interlocutor mientras se habla pocas veces se consciencia, es decir no somos conscientes de que necesitamos tener a vista nuestro interlocutor para comprender en toda su dimensión el mensaje que nos intenta transmitir. Por lo general, cuando nos comunicamos decimos “te escucho” y no “te veo”.
Distancias entre comunicadores
Las gestualidades, las expresiones corporales, la tonalidad del discurso, la cadencia y el ritmo, los movimientos que se producen entre volúmenes -más o menos prominentes de cuerpos- se desarrollan en un espacio entre comunicantes que se halla delimitado. Un espacio que significa la distancia óptima para que dos o más personas establezcan una conversación.
Hall (1966) distingue el manejo del espacio y movimiento con relación a tal proximidad o lejanía relacional y clasifica cuatro tipo de distancias:
- Distancia íntima: implica una distancia de cercanía afectiva. Es la distancia en la que se conduce una pareja en una relación amorosa, la relación de un padre que acaricia a su hijo o en la relación materno filial. Es una aproximación que permite la fusión de los interlocutores y, en cierta medida, existe una ruptura de los límites de la territorialidad personal. Este espacio invita a expresarse afectivamente, como por ejemplo abrazar o acariciar el cuerpo del otro.
- Distancia personal: es una distancia de cercanía, pero en la que los interlocutores mantienen sus fronteras personales. Es decir, los límites personales no se pierden y están claramente definidos. Es la distancia de las relaciones interpersonales que se pauta tácitamente entre amigos, familiares o compañeros de trabajo. También de dos personas que tienen un objetivo o interés en común.
- Distancia social: en este tipo de distancia no existe el contacto físico. Prima la mirada que pasa a ser el único tipo de vínculo. No se trata de una relación impersonal, pero existe un espacio y distancia protectivos de eventuales invasiones o intromisiones del interlocutor. Es la distancia óptima en situaciones de negociación y venta. Por lo general, el espacio entre interlocutores se ocupa con escritorios, escaparates, mesas, objetos que imponen la distancia entre los comunicantes. En las consultas psiquiátricas tradicionales, por ejemplo, es la clásica distancia terapéutica en la que se coloca el escritorio, el guardapolvo blanco, etc.
- Distancia pública: es la distancia de las relaciones formales. No existe la intimidad y menos un vínculo personalizado. Se pierde cualquier tipo de relación directa y es la distancia típica del conferenciante o del catedrático.
En estos tres últimos tipos de distancias, la longitud de espacio entre interlocutores oscila entre 60 a 80 cm, que no es más ni menos que el ancho que tienen las puertas o ciertos corredores o pasillos.
Así, la arquitectura expresa en cierta manera estilos de vida e interacción. Tanto en el diseño de una casa que se planifica de acuerdo a los requerimientos particulares de una familia o los diseños impersonales en las construcciones de edificios, las puertas interiores en general son menos anchas de las que se estructuran de cara al exterior.
Las puertas interiores modernas, como también los corredores, rondan en los 65 cm. de ancho, mientras que las de entrada en 80. En esta misma línea, las construcciones de la primera mitad del siglo XX se caracterizaban por puertas interiores más anchas que las actuales y las exteriores de doble hoja.
Cabe hipotetizar que, en la actualidad, a pesar de vivir tiempos de relaciones más impersonales, se han reducido la distancias personales, sociales y públicas. Mientras que en las primeras décadas del siglo pasado, a pesar de que las interacciones eran más cercanas y de mayor conocimiento (vecinos de barrios, tiempo para los amigos y visitas familiares, etc.), se imponía una cuota de distancia formal en la que, por ejemplo, no imperaba el contacto físico y era esperable el trato de usted; como en las puertas, la distancia relacional era mucho mayor que en la actualidad.
Sin embargo, la distancia relacional depende de cada contexto sociocultural. Cada cultura impone el tipo de espacio entre comunicantes. Ciertos contextos poseen una distancia social más cercana, equivalente a la distancia íntima para otras culturas. Esto puede crear malentendidos entre personas pertenecientes a contextos antagónicos a nivel relacional y más en los casos en los que la forma de acompañar la palabra es mediante el contacto físico.
La distancia relacional y el contexto sociocultural: un ejemplo
Un ejemplo, al que hace referencia Paul Watzlawick (1976), muestra tales diferencias. Una serie de investigadores exploraron un fenómeno que sucedía en el aeropuerto de Río de Janeiro. El aeropuerto poseía una terraza con una baranda no muy elevada, lugar por donde habían caído una serie de personas en los últimos años. Estos accidentes se produjeron en personas extranjeras, principalmente europeas, que tenían relación con personas brasileñas.
Esta terraza se constituía en un centro de reunión en recibimientos y despedidas. Lo que descubrieron fue que cuando los brasileños entablaban un diálogo con los europeos, al ser su distancia social más reducida –tal vez equivalente a la distancia íntima de los europeos-, estos comenzaban a retirarse en búsqueda de lograr el espacio óptimo para la relación.
Así, los europeos iniciaban una marcha hacia atrás ampliando la distancia, a lo que los brasileños respondían avanzando en búsqueda de su propia distancia social. De esta manera, muchos de los europeos terminaban cayéndose fuera de la baranda a la planta baja del aeropuerto.
Mas allá de las distancias en la interacción que impone la cultura, también están las distancias que cada persona en forma particular coloca para establecer comunicación con el otro. La distancia estándar de los 80 cm permite centralizar la mirada en el rostro del interlocutor y mediante la visión periférica, no en forma nítida, observar el resto del cuerpo con el que permanentemente se envían mensajes gestuales.
Por último, los gestos son indominables. Es decir, en los mensajes verbales en cierta manera poseemos dominio consciente de lo que deseamos expresar (¡a pesar de los actos fallidos!), pero en los gestos es imposible.
Así, conscienciar sobre cuál es nuestra distancia comunicacional y metacomunicar cuando tenemos alguna duda en la atribución de significado que le otorgamos al gesto de los otros es incrementar una comunicación saludable.