Las huellas del estrés paterno: cuando la angustia se hereda
Miedos, manías, indecisión… Hay muchas dimensiones que un padre o una madre desearían que sus hijos no heredaran de ellos. Al fin y al cabo, si hay una necesidad recurrente, es que los niños sean nuestra mejor versión, que se desarrollen en plenitud, salud y felicidad. Sin embargo, hay variables que siempre escaparán a nuestro control y una de ellas es la genética.
Sabemos que padecer o no un trastorno psicológico depende de múltiples factores. Estar expuestos a vivencias adversas o el contexto social en el que uno crece son un ejemplo. Sin embargo, la secuencia de ADN que heredamos de nuestros progenitores también puede mediar en que tengamos un riesgo mayor de sufrir ciertos problemas de salud mental.
De este modo, es interesante saber lo que nos indica un estudio realizado por el doctor John Krystal y publicado en la revista Biological Psychiatry. El estrés podría transmitirse de padres a hijos antes de nacer. Esa sensación que tenemos a menudo de que las demandas del entorno nos superan y no podemos controlarlas podría estar mediada por nuestra herencia genética paterna…
Tanto el ambiente en el que crecemos como la genética nos hacen más o menos vulnerables a determinados problemas de salud mental.
¿Cómo nos afectan las huellas del estrés paterno?
Resulta llamativo comprobar cómo, hasta el momento, predominaban en su mayoría los estudios referentes a la influencia de las madres en el desarrollo de los hijos. Al fin y al cabo, ellas han sido, tradicionalmente, esa figura más íntima y constante en la crianza de los pequeños.
De este modo, algo que sabíamos hasta el momento era cómo la depresión postparto mediaba en el desarrollo socioemocional y cognitivo de los pequeños. Un estudio publicado por la Sociedad Pediátrica Canadiense, por ejemplo, destaca este dato. Ahora bien, ¿y qué hay de la figura de los padres? ¿Qué influencia tienen en ellos en la salud mental de sus hijos?
El dato es interesante. Hay una dimensión que ellos transmiten a su descendencia sin ni tan solo ser conscientes de ello. La ciencia revela que el estrés paterno se hereda y que esa angustia deja su impronta en el bebé que aún está en el útero. Un papá que lidia con el estrés crónico y con algún trauma puede transmitir a sus hijos una mayor vulnerabilidad emocional. Lo analizamos.
Todos podemos nacer siendo menos resistentes a los factores de estrés, sin embargo, todos podemos también desarrollar habilidades para hacer frente a dichas situaciones de manera efectiva.
El estrés que “viaja” en los espermatozoides
La hipótesis de que el estrés paterno es hereditario es una idea que se estudia desde hace tiempo. El psiquiatra de la Universidad de Pensilvania Neill Epperson realizó una investigación con muestras humanas. En este caso, hizo un seguimiento de un grupo de universitarios que donaban su semen una vez al mes. Además, se les hacían evaluaciones psicológicas.
Algo que pudo verse es que cuando un hombre evidencia estrés crónico durante meses, aparecen pequeños cambios en su ARN (ácido nucleico formado por una sola cadena). Hay, por tanto, una variación leve, pero llamativa en su esperma que termina afectando a su descendencia. Esto mismo también ha podido apreciarse en laboratorio con modelos animales.
El cerebro de los fetos se desarrolla con un sistema de respuesta al estrés mucho más sensible. Esto puede hacer que, tras el nacimiento y a medida que crezcan, tengan serias dificultades para hacer frente a las dificultades de la vida. Son personas menos resilientes y con una reactividad emocional más elevada.
Cuando la vulnerabilidad genética confluye con la crianza de un padre estresado
El estrés paterno hará que un niño llegue al mundo con menos habilidades naturales para manejar las adversidades cotidianas. Sin embargo, por término medio, se añade otra variable que intensifica aún más esa huella genética. Si el papá no ha tratado su estrés crónico, se creará un ambiente familiar problemático y desafiante.
A la vulnerabilidad genética se le añade la presencia de esa figura que ejerce su rol de padre arrastrando aún altibajos de salud mental. No podemos olvidar que el estrés que no se trata, deriva muchas veces en depresión. Esto hará que el niño crezca con inseguridades, miedos y escasa regulación emocional. Al cumplir los 7 u 8 años, su estrés y su ansiedad llegarán, probablemente, a niveles desmesurados…
La investigación ha demostrado que el estrés paterno durante los años preescolares de los niños puede alterar hasta 31 genes en estos últimos.
Sanarse psicológicamente para tener hijos felices
En realidad, heredar el estrés paterno no sería un problema si, al llegar al mundo, nuestros progenitores estuvieran psicológicamente sanos. El padre y la madre que se preocupan por superar sus traumas son personas preparadas para dar lo mejor de sí a sus hijos. Los cuidadores que aprenden habilidades para gestionar el estrés, los problemas y la angustia son figuras aptas para la crianza.
Con esto queremos dejar claro algo importante. Puede que genéticamente seamos más vulnerables al estrés. Sin embargo, si nuestros progenitores nos ofrecen seguridad, estabilidad emocional y nos ayudan a manejar las preocupaciones y los miedos, nuestro desarrollo será óptimo. No sucede lo mismo cuando nuestro padre o nuestra madre no atiende su ansiedad, su estrés o su depresión latente.
Pocas realidades son más lesivas que crecer en un entorno con madres emocionalmente distantes y padres dominados por la presión y el estrés. La infancia se lastima cuando intenta sostenerse a duras penas sobre unos progenitores fragmentados. Atendamos nuestras necesidades psicológicas antes de dar el decisivo paso de ser padres. Por nosotros y por quienes están por venir.
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