Interstellar: el amor como respuesta
Christopher Nolan siempre resulta un tanto polémico; alabado como un gran cineasta por muchos y repudiado por otros tantos. ¿Puede haber un equilibrio de opiniones? Hoy, hablamos de una de las películas más adoradas por sus fans, la que para muchos representa la épica de la ciencia ficción del siglo XXI: Interstellar (2014).
Interstellar arranca en un futuro distópico que no resulta nada descabellado. La Tierra se ha convertido en un lugar inhóspito, lleno de polvo y en el que las cosechas apenas son productivas.
Nolan fija su atención en Cooper, un hombre viudo que vive junto a sus hijos y su suegro en la granja que dirige. Pero Cooper no siempre fue granjero, sino que era ingeniero y había trabajado como piloto para la NASA. La presencia de unos extraños sucesos en la habitación de su hija llevará a Cooper a reencontrarse con la NASA y enrolarse en una misión que podría salvar la humanidad: encontrar un planeta que pueda sustituir a la Tierra.
El filme ha sido alabado por su intento de narrar una épica muy próxima a la ciencia, por plasmar en imágenes de una veracidad excepcional cómo son los agujeros de gusano y los agujeros negros. Pero más allá de las explicaciones científicas, su éxito radica en el trasfondo humano del discurso.
¿Más ciencia que ficción?
Interstellar narra una historia de ficción, pero apoyándose sobre una fuerte base científica. Para la realización del filme, contaron con la ayuda del físico teórico Kip Thorne, ganador del Premio Nobel en Física. De este modo, la mayoría de las representaciones que vemos en pantalla están sometidas a las leyes de la física y se aproximan a la realidad. Tal y como apuntábamos al principio, la imagen del agujero de gusano, por ejemplo, resulta totalmente realista.
La ciencia de Interstellar, aunque puede tambalearse hacia el final, resulta sorprendentemente verosímil. Prueba de ello es que ha dado lugar a infinidad de debates y artículos científicos; un hecho relevante y que posiciona al filme más allá de los marcos puramente cinematográficos.
Visualmente, nos presenta unos efectos especiales asombrosos, un gran uso de la música, del sonido y de la ausencia del mismo cuando vemos una explosión en el espacio. Demostrando que ciencia y cine pueden conjugarse, se pueden dirigir los sentimientos y las emociones sin dejar a un lado la exactitud científica.
Ya desde el comienzo, se muestra ante nosotros un futuro distópico que no deja de ser aterradoramente probable. En la era del cambio climático, uno de nuestros mayores temores debería ser el futuro de nuestro propio planeta. Este arranque encaja perfectamente con esa veracidad científica que tanto buscaba Nolan, pero que también juega en su contra en algunos momentos.
Así, se cuida hasta el más mínimo detalle la visión del agujero de gusano, pero se pasan por alto elementos cotidianos que al espectador medio sin conocimientos científicos sí pueden molestar.
El cine, al fin y al cabo, es una narración, una ficción y, aunque queremos creer en lo que vemos, resulta complicado imaginar cómo una persona que ha pasado ”durmiendo” tanto tiempo puede moverse sin dificultad; cómo unos personajes que llevan años en el espacio, pasando infinidad de desventuras, pueden seguir manteniendo ese aspecto fresco del comienzo.
Y es que cuando hablamos de verosimilitud tal vez nos importen más los detalles cotidianos que las cuestiones más puramente científicas. Pueden contarnos una película sobre hadas o seres imaginarios y, aun así, ser verosímil.
Interstellar parte de la ciencia para construirse a sí misma; algo que resulta muy interesante, pero que, en ocasiones, termina por jugarle una mala pasada. Una de las afirmaciones que se suele escuchar de los detractores de Nolan es que el cineasta tiende a sobreexplicarse, a no dar pie a que el espectador termine por cerrar la historia y dar rienda suelta a su imaginación.
Por ello, aunque no vamos a negar la buena intención y el gran trabajo detrás del filme, Interstellar se pierde en sus explicaciones y deja a un lado otras cuestiones que dotan de mayor consistencia al guion. Se quiere mostrar como un filme complejo y, en realidad, hace difícil lo que ya era sencillo y, lejos de tratar cuestiones puramente filosóficas o enrevesadas, termina por hablarnos de un tema conocido: el amor.
Interstellar: ¿una nueva ‘odisea en el espacio’?
Resulta imposible no pensar en 2001: Una odisea en el espacio (Kubrick, 1968) cuando vemos Interstellar. No solo por tratarse de dos filmes de ciencia ficción espacial, sino por las similitudes argumentales. El propio Nolan ha confesado ser un gran admirador de Kubrick y, de hecho, podemos observar varias referencias a lo largo del filme.
Probablemente, la sombra de la majestuosa 2001 siga pesando durante muchos años sobre las nuevas películas espaciales que se puedan hacer. Y es que, aunque contamos con una tecnología que en el siglo XX era impensable, el filme de Kubrick continúa siendo el gran referente para la épica espacial.
Muchos han querido ver en Interstellar la nueva gran épica de nuestro siglo, una digna sucesora de 2001 y, aunque se pueden comparar en algunos puntos, considero que esta comparación sería bastante injusta para el filme de Nolan y terminaría por dejarlo en mal lugar. Además, nos encontramos en momentos históricos muy diferentes y la intencionalidad es completamente distinta. Si pensamos en el filme de Kubrick, el mundo se encontraba en pleno apogeo de la carrera espacial, soñábamos con las estrellas y la luna estaba, cada vez, más cerca.
Esa visión positiva del progreso está presente en el filme -aunque también nos advierte del peligro de nuestras propias creaciones-, la evolución nos llevará a un futuro mejor y la ciencia y la tecnología son el futuro más esperanzador. Sin embargo, Interstellar se posiciona en un futuro pesimista, oscuro, en el que el hombre ya no sueña con las estrellas, sino que trata de recuperar su propio suelo. En la actualidad, esa carrera espacial parece haberse esfumado, el futuro no pinta tan prometedor como antaño y nuestra especie es la única culpable.
Kubrick no necesitaba palabras para explicar; dejaba a los espectadores pensando, reflexionando acerca de su propia especie, del espacio, de la religión y de la ciencia. Trataba de abordar infinidad de cuestiones trascendentales, mientras Interstellar parece querer contarnos lo mismo para, finalmente, apuntar en una sola dirección: el hombre. En consecuencia, termina por conjugar un discurso que apela a nuestros sentimientos e instintos más naturales: amor y supervivencia.
El amor mueve el mundo
Si hay algo que se mantiene constante a lo largo de toda la película no es otra cosa que la idea del amor como motor para mover y cambiar el mundo. No hablamos del amor romántico, sino del amor en su sentido más amplio; el amor a los seres queridos, al prójimo… Sobre la base científica reposa una historia de amor, amor paternofilial que todos podemos identificar. Y junto al amor, encontramos la supervivencia.
El amor nos mueve, parece manejar nuestro destino y muchas de nuestras acciones se ven profundamente influenciadas por él. Así, la decisión de Cooper no pasa tanto por salvar a toda la humanidad, sino a sus hijos, las personas más importantes de su vida, más que él mismo. Y aunque esto podría ser visto como un gesto egoísta, no es más que un sentimiento que todos poseemos y conocemos.
Por esta razón, el filme cobra sentido cuando se apunta directamente a la idea del amor, a ese conocimiento que parece sobrepasar los límites de lo científico, aquello que no tiene explicación y, sin embargo, está constantemente interfiriendo en nuestras vidas.
¿Quién no haría algún sacrificio por sus seres queridos? El amor es el que puede salvar el mundo, el amor a los nuestros, a nuestra especie y a nuestro planeta. Nuestras acciones presentes tendrán consecuencias en el futuro y, seguramente, nadie quiere legar un planeta inhóspito y desolador.
Interstellar se aleja del frenetismo de Origen (2010) y del vaivén de Memento (2000), Nolan construye un filme más pausado que, pese a su duración y la sobrecarga de explicaciones, no termina cansando al espectador. Sobre una base científica, se termina edificando un filme con un mensaje claro: el amor mueve el mundo.