La genética propone, la epigenética dispone
A partir del desarrollo del biologicismo nacido de la pandemia de la sífilis en el s. XIX, se crea un debate cuyas partes no han sabido ponerse de acuerdo hasta ahora: ¿cuál es el peso del ambiente y de la genética en la psicopatología? Es decir, ¿uno adquiere una afección mental a raíz de sus genes o de su entorno?
Son muchos, no obstante, los que se han decantado por deshacer el enfrentamiento: tanto el ambiente como los genes tienen algo que decir en el desarrollo de un trastorno psicopatológico. ¿Es esto cierto? ¿Cuánto peso tiene cada uno? ¿Acaso se pueden evitar ciertos trastornos conociendo los genes adecuados? Si una persona tiene un gen concreto, ¿todas las personas que tengan ese mismo gen desarrollarán la misma patología?
Lo cierto es que se suele dar una única explicación a los trastornos mentales. Esto es un error, puesto que existen muchas X, muchas variables y factores de protección y de riesgo. Una visión unidimensional no se asume.
Los trastornos mentales están sujetos a muchos factores que se combinan entre ellos —biológicos, psicológicos y sociales—. No hay ninguna influencia que actúe por separado.
Diferencias entre la genética y la epigenética
Aunque todos conocemos el impacto de los genes en nuestra conducta —que es lo que nos interesa en el plano psicopatológico— lo cierto es que muchos desconocen la influencia del ambiente en los propios genes.
La epigenética se encarga de estudiar los mecanismos que hacen que un gen se exprese o no. Las personas tenemos una gran cantidad de genes que jamás llegan a expresarse, mientras otros sí lo hacen.
En la epigenética, se busca en el entorno y el ambiente lo que provoca que un gen se exprese. Por tanto, lo que es de veras interesante para la psicopatología no es tanto el gen, y tampoco el ambiente por separado, sino la RELACIÓN. Esto se conoce como fenotipo.
Proyecto Genoma Humano y su contribución a la esquizofrenia
Es imposible negar el peso de la genética en los trastornos mentales. Los factores genéticos contribuyen a las experiencias psicopatológicas, y podrían llegar a explicar hasta el 50 por ciento de los casos.
El problema es que no todas las personas que presentan grupos genéticos parecidos expresan un trastorno mental, y no todas aquellas personas con ese trastorno mental tienen ese grupo de genes. Por tanto, la explicación no parece completa.
La esquizofrenia es, a priori, el trastorno con más varianza genética —un 50 por ciento—. Para los otros trastornos, la varianza genética es menor. Por ello, vamos a poner como ejemplo el trastorno que, se supone, más peso da a la genética: la esquizofrenia.
Durante el Proyecto Genoma Humano se encontraron 108 genes ligados a la esquizofrenia, pero ninguno sensible, patognomónico o específico. Ninguno de esos genes era suficiente para tener valor predictivo o diagnóstico. Estos genes no son exclusivos de las personas con esquizofrenia, pues también aparecen en otros como los trastornos bipolares.
En el mejor de los casos, se llegó a poder predecir un 22 por ciento de personas que sufrirían esquizofrenia a través de esos genes. El resto de personas con esquizofrenia no presentaba esos 108 genes.
Variables que pueden hacer que un gen se exprese
A partir de ello, se llega a la conclusión de que la genética propone, pero la epigenética dispone. Hay fenómenos que, si bien no varían la secuencia del ADN, sí varían la expresión de este.
Los genes se expresan o no dependiendo de ciertas condiciones bioquímicas que están influidas ambientalmente. Las experiencias tempranas pueden dar lugar a recuerdos epigenéticos duraderos que suponen un mayor riesgo de trastorno mental.
Los niños que han tenido que crecer en orfanatos, por ejemplo, presentan una peor adaptación y respuesta de ansiedad. No es que tengan ansiedad persé, pero sus experiencias tempranas han aumentado el riesgo de que se dé esa ansiedad en algún momento. Son marcas epigenéticas.
En un estudio llevado a cabo por Bentall (2012) se revisaron 30 años de estudios y 27 mil publicaciones. La conclusión a la que llegó después de esta casi inabarcable revisión es que los niños que tuvieron traumas antes de los 16 años tenían tres veces más de posibilidades de padecer experiencias de tipo psicótico.
Los traumas parecen generar marcas epigenéticas que favorecen la posterior aparición de síntomas. La negligencia, el abuso y los maltratos son factores predictores de trastorno mental —sobre todo de esquizofrenia—, porque favorecen la expresión de genes concretos.
El papel de los neurotransmisores en los trastornos mentales
En numerosas ocasiones, habremos oído decir que trastornos como la depresión son simplemente un desequilibrio químico. Por ello, con serotonina en vena, la depresión desaparecería en horas. Las hipótesis de desequilibrio químico de los trastornos mentales son equivalentes a las teorías de la genética: por sí solas son bastante simplistas.
El exceso o déficit de neurotransmisores se encuentra en los trastornos mentales; no suelen ser la causa, pero sí el síntoma. En la depresión existen bajos niveles de serotonina, en los trastornos de ansiedad encontramos bajos niveles de GABA —ácido gamma-aminobutírico—y altos de norepinefrina y glutamato, pero los trastornos no se producen por alteraciones identificables localizadas en estructuras específicas del cerebro y tampoco por desequilibrios en los neurotransmisores.
LeDoux y la influencia fisiológica sobre los tratamientos
Aunque los trastornos mentales son, como hemos dicho, la suma de muchas cosas diferentes de la genética o el funcionamiento fisiológico, lo cierto es que se pueden exponer circuitos cerebrales que pueden contribuir al desarrollo de una psicopatología.
J. LeDoux, neurocientífico estadounidense, habla de la existencia de una vía rápida o directa entre el tálamo y la amígdala que permite a ciertas emociones no pasar por el foco consciente.
Entre el tálamo y la corteza se dan los recuerdos episódicos. Estas dos vías son muy adaptativas —una para la respuesta de alarma, y la otra es útil cuando no es necesaria la rapidez—. Las conexiones entre amígdala y corteza son asimétricas. Hacia la amígdala son escasas, hacia la corteza son vías intensas.
Por este y otros motivos, para tratar las fobias, la reestructuración cognitiva es menos útil porque las vías de conexión corteza-amígdala son débiles. Es más efectiva la exposición o desensibilización sistemática. Cuando el estímulo es de tipo social, la respuesta racional es más útil (fobia a los aviones, fobia a hablar en público…).
Esto es un claro ejemplo de la influencia de la estructura cerebral en el desarrollo de trastornos, y, sobre todo, de su influencia sobre los tratamientos a utilizar. Esta influencia, como veremos a continuación, es bidireccional.
Insel et al. (1986) y su estudio con primates
En un estudio para ver la influencia del ambiente en la expresión de los genes, Insel et al. (1986) crio dos grupos de monos Rhesus en condiciones que diferían en el grado de control o dominio sobre los estímulos apetitivos (por ejemplo, comida y agua) durante su primer año de vida. Se administró a todos un agonista inverso de la benzodiacepina (GABA) a los 18-24 meses de edad para valorar cómo la crianza diferencial incidía a la respuesta al fármaco.
Aunque ambos grupos (control y dominio) manifestaron episodios de agresión en lugar del miedo o la ansiedad, la agresión se observó predominantemente en los sujetos criados con maestría durante el primer año. De igual modo, se reportó un aumento de cortisol plasmático en ambos grupos, pero este fue mayor en los monos criados en situación de yugo. La crianza durante el primer año incidió entonces en la respuesta al fármaco.
Conclusiones: ¿la genética propone o dispone?
Las conclusiones a las que podemos llegar después de lo expuesto anteriormente son:
- Una predisposición genética puede no llegar a expresarse nunca salvo que la persona esté expuesta a un determinado ambiente, por muy predominante que sea. Aunque el ambiente sea muy disfuncional, tiene que haber una disposición biológica.
- Los neurotransmisores participan en los trastornos, pero no los generan.
- Los efectos de la historia de aprendizaje son determinantes para las relaciones neurobiológicas que facilitan los trastornos mentales.
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- Akhtar, A. y G. Cavalli (2005), “The epigenome network of excellence”, PLoS boil., vol. 3, p. 177.
- Ho, D. H. y W. W. Burggren (2009), “Epigenetics and transgenerational transfer: a physiological perspective?”, Journal of experimental biology, vol. 213, pp. 3-16.
- Insel TR, Scanlan J, Champoux M, Suomi SJ. Rearing paradigm in a nonhuman primate affects response to beta-CCE challenge. Psychopharmacology (Berl). 1988;96(1):81-6.