La ilusión de autocontrol: "tranquilo, yo controlo"

Con frecuencia, podemos tener la sensación de ostentar una buena porción de control sobre las decisiones que tomamos. Sin embargo, hay situaciones en las que esta sensación solo es una ilusión, igual que puede serlo una fuente de agua en el desierto.
La ilusión de autocontrol: "tranquilo, yo controlo"
Cristina Girod de la Malla

Escrito y verificado por la psicóloga Cristina Girod de la Malla.

Última actualización: 06 noviembre, 2020

Seguramente conozcas a una persona que sufre algún tipo de adicción, ya sea a sustancias -por ejemplo, al tabaco- o a conductas -como la adicción al trabajo o los juegos de apuestas (juego patológico)-. ¿Cuántas veces le has escuchado decir, ante las recomendaciones de otras personas, “tranquilo, yo controlo“? Esto es conocido como ilusión de autocontrol.

También conocida como sesgo de restricción, la ilusión de autocontrol es la tendencia a sobreestimar nuestra capacidad para controlar los comportamientos impulsivos. Este sesgo cognitivo nos lleva a exponernos a estímulos que desencadenan esas conductas que queremos controlar. Pero, ¿por qué caemos en nuestra propia trampa? Aquí te lo explicamos.

Antes de empezar… ¿Qué entendemos por autocontrol?

El autocontrol es la capacidad que tenemos las personas de gobernar y dirigir nuestra propia conducta, nuestro pensamiento y nuestros sentimientos. Muchas de nuestras decisiones y comportamientos del día están ejecutados a voluntad. Sin embargo, otros escapan a este control, sobre todo lo que conocemos como conductas impulsivas.

Dentro de esta definición se incluye la capacidad de resistir tentaciones, la capacidad de hacer lo que hay que hacer y la conciencia de las metas a largo plazo. Esta capacidad está influida por factores tanto fisiológicos como psicológicos.

Mujer pensando

A nivel psicológico, el autocontrol requiere de autoconciencia, que resulta esencial para focalizar la atención, analizar la información y tomar una decisión. En las situaciones en las que no predomina este estado de autoconciencia, desaparece el autocontrol.

A nivel fisiológico, la toma de decisiones y el control de la conducta están controlados por la corteza prefrontal y el sistema límbico. La función de control depende de la comunicación entre ambas: cuando el control de esta relación lo lleva la corteza prefrontal (el pensamiento racional), la persona tendrá mayor control de sus acciones. Sin embargo, a mayor control del sistema límbico (es decir, de las emociones), menor capacidad de autocontrol.

Las emociones nos dominan, no es un mito

El profesor George Loewenstein descubrió que subestimamos el poder que tienen las emociones (sobre todo los impulsos viscerales) sobre nosotros. A este sesgo lo denominó “brecha de empatía frío-caliente”.

El “estado frío” se refiere a los momentos en los que nos encontramos en equilibrio y con nuestras funciones básicas satisfechas. En este estado nos creemos completamente invulnerables a la influencia de las emociones propias de los “estados calientes”. Pero la realidad es que estas emociones calientes tienen el poder de mermar nuestra capacidad de autocontrol y nuestra voluntad.

Un “estado caliente”, por ejemplo, un estado de carencia, puede ser el determinante de que actuemos impulsivamente y tomemos una decisión poco meditada. Sin embargo, nosotros no vamos a ser capaces de relacionar ambos hechos. Esto ocurre porque tenemos una memoria limitada para la experiencia visceral.

Esto significa que, aunque seamos capaces de recordar el acto impulsivo en sí, no vamos a ser capaces de recrear ese “estado caliente” ni a encontrar la relación entre ambos hechos. Este es un obstáculo para predecir cómo vamos a actuar ante impulsos viscerales. Sin embargo, aun sin saberlo, no tenemos la sensación de haber perdido el control, pensando que estamos en un “estado frío”.

Además, incapaces de autocontrolarnos en “estado caliente”, nuestra voluntad se debilita frente a tentaciones e impulsos. Como resultado, caemos. Una y otra vez: de un “estado caliente” a otro, somos incapaces de acordarnos de que perdemos el control -ilusión de autocontrol-. Vamos a explicarlo con un ejemplo.

A mayor ilusión de autocontrol, mayor exposición a tentaciones

Loran Nordgren realizó, en 2009, una investigación con personas fumadoras. Se las invitó a ver la película Coffee and Cigarettes pero se les pidió que no fumaran durante toda la película a cambio de un incentivo. Antes de empezar el experimento, a unos participantes se les dijo que tenían una gran capacidad de autocontrol, mientras que a otros les dijeron que eran incapaces de controlar sus impulsos.

A elección de los participantes quedaba dónde colocar su cigarrillo, y a mayor tentación, mayor recompensa si no fumaban. Es decir, quienes fueran capaces de quedárselo en la boca toda la película (sin encenderlo, claro), recibirían mayor recompensa que quienes se lo quedaban en la mano o lo dejaban en una mesa cercana, puesto que la tentación para estos últimos era menor.

Los fumadores que creían tener un gran autocontrol (porque se les dijo antes de empezar el experimento) fueron los que más se expusieron a la tentación, colocándose el cigarrillo en la boca. Lo que no sabían ellos, es que este supuesto autocontrol no era más que una ilusión. Y como resultado, cayeron en la tentación muchas veces más que aquellos que creían que tenían bajo autoncontrol.

Hombre fumando

¿Cómo deshacernos de la ilusión de autocontrol?

Lo primero sería hacernos entender a nosotros mismos que, por mucho que lo creamos, no siempre somos capaces de autocontrolarnos. Debemos hacer un poco de “examen de conciencia” para conseguir averiguar qué estados son los que nos hacen precipitarnos a la hora de tomar decisiones.

Cuando seamos capaces de conocer nuestros “estados calientes” y los impulsos viscerales que se derivan de ellos, también seremos conscientes de que la posibilidad de tomar una decisión apresurada o poco prudente es elevada. Esquivar esta especie de tentación o inercia solo será posible si durante ese estado tenemos la frialdad suficiente como para dirigir la atención hacia nosotros mismos y al momento presente, para aumentar nuestra capacidad de autocontrol.

La segunda estrategia tiene que ir dirigida a elaborar planes de acción alternativos (y mejor si son incompatibles a la conducta impulsiva), fáciles y rápidos que nos impidan caer en la tentación. Por último, pero no menos importante, recuerda: el autocontrol nunca está suficientemente entrenado. Cuídalo para cuidarte.


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  • Loewenstein, G. (2005). Hot-cold empathy gaps and medical decision-making. 
  • Health Psychology
  • ; 24
  • (4): 49-56. Nordgren, L. F. & Chou, E. Y. (2011) The Push and Pull of Temptation: The Bidirectional Influence of Temptation on Self-Control. 
  • Psychological Science
  • ; 22(11): 1386-1390.

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