La rutina, un océano de aguas profundas
¿Qué vas a hacer hoy? Pues lo mismo que hice ayer, lo mismo que haré mañana: aquello que dicta la rutina. Me levantaré, desayunaré, me vestiré, cogeré el metro por los pelos o lo perderé, llegaré tarde o llegaré por los pelos, coincidiendo unos con otros, haré que de mi mesa desaparezcan unos papeles y pondré otros, llegará la hora del café y una conversación insulsa sobre el último capítulo de la serie que emitieron ayer.
Saldré tarde, para adelantar algo de trabajo y el viernes salir con todos. En casa me esperan las cosas de casa, claro, veré una peli y caeré en la cama imaginando posibilidades para una vida que ahora mismo no tiene muchas. Rutina, claro.
Y es que quizás Raphaëlle Giordano tenga razón y nuestra segunda vida solo empiece cuando descubrimos que solo tenemos una. Que solo se dé el pistoletazo de salida cuando hayamos pasado una de esas experiencias en las que ves toda tu vida pasar por delante en un solo segundo. Una experiencia extraña, descrita como mágica por quienes la han vivido, precisamente porque tiene el poder de poner en orden nuestras prioridades.
También atesoran otro poder este tipo de experiencias: recordarnos que el futuro con el que contamos no es una certeza.
Animales de costumbres
Dicen los que más entienden que el hombre es un animal de costumbres y que no hay nada como el hábito para trasformar su voluntad, la nuestra, y su forma de pensar, la nuestra. Sería ese hábito, que sí hace al monje: frecuente, constante y entregado. Esa casulla que nos viste todos los días para no ir desnudos, de vulnerables por la vida.
Tanto el hábito como la costumbre suenan a rutina. Un orden que se repite de manera más o menos invariable y que nos da seguridad. Aparta la duda: nos provee de estrategias que conocemos como exitosas para abordar problemas que aparecen de manera frecuente.
Además, la rutina ahorra una enorme cantidad de energía. Es como introducir un programa que se ejecuta solo, no tenemos que pensar ni diseñarlo. Ya lo hicimos una vez y lo hemos ido puliendo con el tiempo. Por ejemplo, al principio utilizábamos el autobús para ir al trabajo, pero un día suspendieron la línea y descubrimos que el metro es más rápido, al contrario de lo que habíamos vaticinado. Son la propia realidad y el éxito de nuestras estrategias las que rellenan nuestra agenda.
Te imaginas todos los días pensando: ¿Qué desayuno? ¿Cómo voy al trabajo? ¿A qué hora será mejor que me tome el descanso?… Son dudas que en nuestro programa, perfeccionado a través del tiempo, ya están resueltas. Entonces, ¿por qué generar un problema donde en realidad no lo hay? ¿Por qué gastar más recursos de los necesarios para sobrevivir si tenemos una rutina?
“La mayoría de las cosas que nos suceden en la vida dependen de lo que sucede aquí arriba, en la cabeza”
La rutina: ¿una ayuda o una cárcel?
Sin embargo, puede llegar un momento, si esta rutina es demasiado rígida y no encuentra momentos de respiro, que nos puede llegar a agobiar y mucho. Seguro que conoces esa sensación.
Lo que antes nos ayudaba ahora se ha convertido en una celda en la que el oxígeno escasea. Pensamos en romperla, fantaseamos incluso con hacerlo, pero después en la realidad no hacer lo de todos los días supone – al menos, al principio- subir una cuesta de mucha pendiente: salir de nuestra zona de confort. Es como si quisiéramos y no quisiéramos, y ante la duda terminamos haciendo lo de siempre.
Pero, ¿cuáles son los síntomas de esta especie de “rutinitis aguda”? Son varios: falta de motivación, sensación de cansancio, cierta melancolía o nostalgia, cambios de humor, apatía, desencanto… y esa agobiante sensación de que lo tenemos todo -o casi todo- para ser felices y no los somos.
Hablamos de esa sensación de vacío, indeterminada y agobiante, para la que muchas veces no somos capaces de identificar un origen claro. Por otro lado, todos los cambios que imaginamos, bien mirados, nos parecen algo absurdos: ¿por qué íbamos a probar algún día a ir de nuevo en autobús al trabajo si ya hemos comprobado que se tarda más? ¿Por qué cambiar nuestro desayuno si nos sienta bien y nos da energía para toda la mañana?
También hablamos de una falta de nuevos objetivos que sustituyan a los que ya hemos logrado. Estos nuevos objetivos solo serían al parte visible de iceberg, lo que nos traen en realidad es ilusión. De manera que, cuando faltan, es muy complicado que esta ilusión esté presente.
Quizá este agobio por la rutina sea una enfermedad menor o propia de personas con los suficientes recursos como para preocuparse por cuestiones superficiales… o quizás no, porque lo cierto es que si se combina con algunos otros elementos, como la soledad, vemos que es una de las causas más comunes por las que los pacientes acuden a consulta. Es decir, una de las causas principales por las que sufren.
Giordano nos dice en su libro, medio broma medio en serio, que esta cárcel en la que se puede trasformar la rutina tiene tanto poder que puede hacer bajar la cota de humor de un país entero.
Rutina: ¿sí o no?
La mejor forma de romper con la rutina y con la planificación tiene que ver con la improvisación. Con realizar actividades novedosas que anticipemos que nos van a gustar, pero también con hacer de vez en cuando alguna que supongamos que no y que los demás, por ejemplo, nos recomienden. Quizás nos sorprenda, una sorpresa que puede ser la mejor solución para debilitar los asideros de la celda en la que nos sentimos prisioneros.
En este sentido, hay una dimensión de personalidad que recogen varios modelos: hablamos de la “apertura a la experiencia”. Pues bien, esta es la dimensión idónea a cultivar -al menos de vez en cuando- si no queremos que la rutina se alimente día tras día y se convierta en un poderoso monstruo que supere nuestras fuerzas.
Así, podemos decir que la rutina supone un enorme ahorro de energía, pero también puede convertirse en un enorme dispendio cuando dejamos de dominarla y pasamos a ser dominados por ella, cuando el riesgo pierde todo su atractivo frente a lo aparentemente seguro, ya lo hemos repetido con éxito una y otra vez.