¿Los pensamientos negativos se vuelven más repetitivos si hablamos de ellos?
Los pensamientos negativos tienen tendencia a transformarse en esa bola de nieve que va rodando, haciéndose cada vez más grande y, en muchos casos, consiguiendo que perdamos el control.
En cierta manera, si no gestionamos adecuadamente los pensamientos negativos, comienzan a ganar terreno en nuestro día a día, ganando influencia en parcelas que a las que, en un principio no podían entrar. El momento antes de dormir, el rato que pasamos con los amigos, mientras limpiamos y ordenamos la casa…
Es probable que este bucle vaya acompañado de una sensación de malestar y frustración por la imposibilidad de una gestión eficaz. Se convierten así en dictadores que nos dominan, impidiendo el paso a otro tipo de pensamientos.
Por lo que los pensamientos negativos se vuelven repetitivos, como ese trozo de carne que no conseguimos terminar de masticar. La rumiación, término popularizado por Nolen-Hoeksema, hace referencia a la situación en la cual una persona se concentra en pensamientos repetitivos, sobre sus síntomas y sus posibles causas y consecuencias.
Este hábito o acción mental refuerza o intensifica las consecuencias observables de la depresión o la ansiedad. A continuación, hablamos del riesgo que supone la rumiación y el efecto que produce hablar de ellos de forma frecuente.
Los peligros de la rumiación
El pensamiento rumiativo o rumiación es una idea que se vuelve repetitiva, terminando por bloquear lo que podríamos considerar una dinámica mental normal, en la que los pensamientos llegan y se van para dejar paso a otros.
En cierto modo, la rumiación fomenta los pensamientos negativos al emplear una cantidad tan desproporcionada de tiempo en los acontecimientos negativos y dolorosos.
Las rumiaciones pueden crear un círculo vicioso del que no es sencillo salir -y en el que sí es sencillo caer-. Este impulso puede ser verdaderamente adictivo, de manera que cuanto más rumiamos, más nos sentimos obligados a seguir haciéndolo.
Aumenta el riesgo de sufrir depresión
Rumiar provoca que aumente la probabilidad de sufrir ansiedad e incluso depresión, tal y como afirma un estudio elaborado por la BBC en colaboración con psicólogos de la Universidad de Liverpool.
El informe revela que dedicar mucho tiempo a rumiar nuestros problemas es un camino directo hacia la ansiedad y la depresión, las patologías mentales más comunes en Reino Unido, según la organización Mental Health Foundation.
Darle vueltas, una y otra vez a nuestros problemas, nos hace más vulnerables a sufrir ciertas patologías.
Este tipo de pensamientos, en vez de ayudarnos, nos bloquean y producen sensaciones como pueden ser ansiedad y agobio.
¿Los pensamientos negativos se vuelven más repetitivos si hablamos de ellos?
Los pensamientos negativos suelen hacerse invasores más fuertes si dejamos que sean los protagonistas de nuestro discurso. Al verbalizar y expresar los pensamientos, sobredimensionamos su valor.
Pensemos, si creo que mi pareja me va a dejar -sin ningún indicio claro de que eso vaya ocurrir-(pensamiento negativo), y en cada conversación le doy vueltas a esta idea. Al final, ¿esta idea no termina siendo más protagonista?
Por otro lado, una cosa es posicionarlos de manera recurrente en el centro de nuestras conversaciones y otra hablar de manera puntual de ellos. Lo primero sobredimensiona, lo segundo puede aliviar.
¿Qué puedo hacer con mis pensamientos negativos?
Una primera opción es afrontar el problema. Muchos de nuestros pensamientos más recurrentes son amenazas o desafíos que tendrían solución si nos enfrentáramos a nuestros miedos.
Por ejemplo, aquella conversación pendiente con un familiar, aquel problema que no hemos aclarado con nuestra pareja… Enfrentándonos es una forma de dejar de rumiar, al comprobar que probablemente no sean tan negativos como creemos.
Eso sí, cuando no podemos realizar este afrontamiento directo, podemos valernos de que la mente y el cuerpo están conectados. Así, podemos utilizar la actividad para desplazar a los pensamientos negativos del centro de nuestra atención.
¿Qué significa eso? Pues aumentar la cantidad de estimulación que nos llega, haciendo que el entorno aumente el nivel de demanda.
Esta es una solución que puede ser positiva en el corto plazo, pero peligrosa si la utilizamos de manera recurrente. Así, si los pensamientos sobreviven a esta pequeña intervención, tendremos que construir una historia en la que dejen de molestarnos.
Escribir una carta, construir un relato en el que seamos capaces de perdonarnos, comprendernos o animarnos. Entender a la persona del pasado que hizo lo que hizo desde las circunstancias pasadas y no desde la madurez del momento presente y conociendo las consecuencias.
Por último, acepta que están ahí. Quizás aceptándolos tal cual, sin intentar eliminarlos, cambie la inercia y dejen de ocupar todo nuestro espacio mental. El hecho de relegarlos puede que produzca que se reduzcan considerablemente al no poner toda nuestra atención en ellos.