Mi experiencia durante una noche en una secta

¿Cómo es pasar la noche en una secta de verdad? ¿Cómo funciona una secta por dentro? Te cuento cómo haciendo el Camino de Santiago acabé en una de ellas, a través de mi experiencia.
Mi experiencia durante una noche en una secta

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 03 febrero, 2024

Esta experiencia que os voy a contar la viví hace 1 año. Hasta ese momento, lo más cerca que había estado de una secta era a través de una pantalla o en los apuntes de la carrera, pero nunca había estado dentro de una.

En la carrera de Psicología nos hablaron, en una optativa, de cómo las personas acaban ingresando en sectas y de las secuelas psicológicas derivadas. Yo hoy no hablaré de las secuelas psicológicas de una experiencia así (por suerte, yo solo estuve un día), sino de cómo es por dentro una secta, de cómo funciona…

En este breve relato os cuento cómo estando haciendo el camino de Santiago con mi hermana gemela por el País Vasco, acabamos pasando la noche en una secta (de la cual no diré el nombre por respeto).

Chica con una mochila haciendo el camino de Santiago
Al no encontrar ningún albergue libre, decidimos probar.

Todo empezó en el Camino de Santiago

Para explicaros cómo acabé en una secta de casualidad, tengo que remontarme al inicio de la historia. Corría agosto del año pasado, y estaba haciendo un tramo del camino de Santiago con Anna. Concretamente, el camino del Norte, que pasa por el País Vasco. Era el tercer año que lo hacíamos, y hasta entonces, nuestro proceder había sido parecido; no reservábamos los albergues para dormir porque directamente no se podía. Dormía en ellos quien llegaba antes.

Ese año (aún en pleno post-covid) nos confiamos y no reservamos nada. La sorpresa llegó cuando estábamos llegando a Donostia, y nos enteramos de que no teníamos sitio para dormir; todo estaba reservado. Hablamos con la gente del pueblo más cercano, y con los caminantes, y nos dijeron que había un lugar, en un monte justo antes de llegar a Donostia, donde nos podrían acoger durante esa noche.

Eso sí, nos advirtieron que para ir ahí “debíamos tener la mente muy abierta”. No entendimos mucho ese comentario y quisimos saber más. “Bueno, lo cierto es que ahí va gente de muchos lugares del mundo, es una especie de comunidad donde viven con sus propias reglas… Quizás os sorprende algo de lo que veáis ahí, pero tranquilas, estaréis bien”. La verdad es que no las teníamos todas. Por un lado, no teníamos lugar en el que dormir, pero por el otro, no terminábamos de entender las características de la que parecía ser nuestra única opción.

La llegada a la comunidad

Cuando llegamos. nos recibieron muy bien. La casa estaba en un lugar precioso, lleno de plantas y árboles, y era una casa enorme, muy arreglada y bien cuidada. Nos presentamos y vimos que había algún que otro peregrino perdido por ahí, igual que nosotras. Eran unas diez o doce personas, hombres y mujeres de diferentes edades, entre 20 y 50 años, aproximadamente.

La que nos recibió fue una chica muy joven, tendría unos 20 años o menos, y estaba embarazada. Nos presentó a su chico, también de la misma edad, y nos explicaron que se conocieron en ese mismo monte, en esa misma comunidad, ya que ambos habían nacido allí. Nos contaron que cuando una mujer se embarazaba, no acudían al médico para hacer controles; que no sabían nada del bebé hasta que nacía. Que confiaban en su naturaleza, y que rara vez solían ir al médico cuando estaban enfermos.

Nuestra segunda sorpresa del viaje llegó cuando nos dijeron que nunca habían salido del monte. Nos fueron contando (y fuimos viendo) otros detalles que nos llamaron la atención… Cuando les preguntamos por qué no habían salido, o si no tenían curiosidad por hacerlo, nos contestaron que sus padres les habían dicho que fuera de ese lugar el mundo estaba lleno de problemas, que no se perdían nada. Con lo cual, curiosidad o ganas de salir de ahí, erradicadas. Habían sido educados así, y habían interiorizado este mensaje.

Ni libros, ni prensa, ni televisor

Las personas que convivían en esa comunidad no podían leer libros, ni prensa, ni ver la televisión (directamente, no tenían). En una secta algo muy característico es la privación de libertad, aunque sea de forma “sutil”, así como el aislamiento respecto al mundo. Tenían unas normas básicas de convivencia, que se traducían en que cada miembro de la comunidad tenía un rol.

Más bien dicho, las mujeres tenían unos roles (de cuidar, cocinar, coser, enseñar a los niños…) y los hombres, otros (arreglar los desperfectos de la casa, tareas de mantenimiento, labrar el campo, etc.). Una distribución de tareas basadas en una naturaleza bastante machista, todo sea dicho. Pero ellos nos lo explicaban de la siguiente manera: “cada uno de nosotros tiene una misión, y puede aportar algo de valor a la comunidad”.

Los niños no iban a la escuela y todos vestían igual

Otra cosa que nos llamó a la atención a mi hermana y a mí fue que los niños de la comunidad vivían en una casa un poco escondida, apartada de la casa donde nosotras nos alojamos. No iban a la escuela y los profesores de la comunidad (que no eran profesores “de verdad”, sino personas que habían descubierto que su misión en aquella comunidad era la de enseñar a los pequeños) eran quienes les daban clases.

Por otro lado, todos iban vestidos igual. La ropa se la fabricaban ellos mismos. Era una especie de túnica marrón. La comida también era siempre de elaboración propia, toda vegana y muy saludable (de sus huertos). No compraban casi nada en el pueblo, solo lo imprescindible.

Se cambiaban el nombre

También había un cambio en su identidad, algo también común en una secta (la alteración de la identidad). Todas las personas que ingresaban en la comunidad debían cambiarse el nombre cuando “su Dios lo hubiese escogido” (un nombre religioso). Se basaban en una religión que no recuerdo cuál era, pero que no era cristiana, sino una especie de adaptación del cristianismo, con sus modificaciones pertinentes.

Tenían un guía espiritual que sería el equivalente a Jesús, pero con otro nombre, y todos los integrantes de la religión cristiana, también tenían otros nombres. Cuando su Dios escogía el nombre de cada miembro, les bautizaban desnudos en el mar a través de un ritual y una ceremonia.

No existía la intimidad

Ningún miembro de la tribu tenía habitación propia. Todos dormían en comunidad, en habitaciones compartidas. Ni si quiera las parejas tenían su espacio de intimidad. Mi hermana le pregunto a una de las integrantes si no echaban de menos esa intimidad. Ella contestó que eso sería egoísta, que ahí estaban todos por y para todos, siempre juntos.

Buscamos en el móvil donde estamos y… sorpresa

Soy consciente de que lo que he contado hasta ahora puede parecer un poco extraño, pero no todo el mundo pensaría que se trata de una secta, quizás. B uscamos en el móvil el lugar donde estábamos, el nombre de la tribu o comunidad, y encontramos que la sexta había hecho un reportaje sobre el lugar.

Lo definían literalmente como una secta, que además, estaba repartida por todo el mundo (hay decenas, o centenares, de agrupaciones con el mismo nombre por Europa, Latinoamerica…). Tenían un nombre muy concreto que no diré por respeto, con una historia detrás. Toda esta información la pudimos ampliar también buscando en foros e internet. Vimos también vídeos de testimonios que habían pasado por esa comunidad, e integrantes de la misma, que seguían dentro, explicando cómo vivían. Nos quedamos heladas.

También encontramos testimonios de expertos en sectas, psicólogos y profesionales hablando de ella. En realidad, lo que nosotros vivimos ahí solo fue un “trocito” muy pequeño de toda su vida.

Chica buscando información con el móvil
Al buscar información por el móvil, identificamos el nombre de la secta junto a opiniones de expertos hablando de ella.

Lo que nos contó la chica de nuestra habitación

Lo que más nos impactó fue el testimonio de una chica, de unos 30 años, que durmió en nuestra misma habitación. Pertenecía a la comunidad desde hacía algunos años, si no recuerdo mal, seis o siete. Y desde entonces, ya no tenía contacto con su familia.

Nos dijo que la comunidad le había cambiado la vida; que ella se sentía muy perdida, que estaba metida en el mundo de las drogas, que no tenía a nadie… hasta que vio la luz en esa comunidad. Que fue “llamada por su Dios”. Esa chica tenía algo en la mirada… en la forma de hablar… parecía repetir lo que había oído tantas veces dentro de aquel lugar, como una autómata convencida. Como si de un lema se tratara, un mensaje que grabarse a fuego. Y como si lo que hubiera sido en otra vida ya no estuviera.

Debes entregarlo todo

También nos contó que, para poder pertenecer a la comunidad, tienes que entregarlo todo antes de entrar (todo tipo de bienes que tengas; coches, casas, lo que sea). Aunque “Dios te llame”, no es gratis. Nos contó que sabían que el mundo se iba a terminar, y que en esa comunidad estaban en constante aprendizaje de cómo salvarse, todos juntos.

La mirada y la forma de hablar

Esta chica, que había adoptado un nombre hebreo, nos contó mil cosas del lugar, tantas que sería muy complicado recogerlas en un único artículo. Noté en ella, como en todos los miembros, algo muy característico, que mi hermana también notó (sin haberlo hablado previamente): su mirada. La mirada de esas personas. Parecía ausente, muy lejana. Como si vieran desde un lugar muy lejano y antiguo, y ahora llegara solo su eco.

Con sus frases y palabras, igual. Realmente, en ese lugar todos parecían como… abducidos, como si les hubieran reprogramado el cerebro. Como si no tuvieran criterio propio, o el criterio que tuvieran fuera el mismo, el único, el compartido por la comunidad. Como si no hubiera nada que poder cuestionar ahí; como si todo, simplemente, fuera justamente como tuviera que ser. Claro, viviendo aislados del mundo, ¿quién puede rebatirles nada? Naces ahí y asumes lo que esa vida te ofrece. Sin cuestionamientos.

Una experiencia muy positiva

Sin embargo, pese a nuestro asombro al descubrir ese mundo particular, no quiero que parezca que critico nada (al contrario, lo respeto profundamente; pero eso no quita que no sea consciente de cómo una secta, no digo esta, sino en general, te puede romper la vida). No comparto su forma de vivir, y pienso que hay muchos caminos para llegar a una comunidad así, y quedarse en ella. Y aunque soy consciente de que cada secta es diferente, para mí esta tenía muchos elementos para serlo.

Pero también tengo que admitir que fueron encantadores con nosotros (a mí personalmente, cuando me vieron tan interesada porque les pregunté muchas cosas, me propusieron quedarme). Nos trataron genial (no nos dejaron colaborar en las tareas de cocinar, poner la mesa… algo que también me sorprendió). La comida era toda vegana, y estaba exquisita. Pedían solo la voluntad por el hecho de pasar ahí la noche. Pero aprendí mucho de la experiencia, y de su mundo particular, de todo lo que nos explicaron.

Y aunque no dormí en toda la noche (porque en el fondo, estaba impactada, y la chica que nos “acogió” y que nos explicó todo no paraba de levantarse a abrir y cerrar armarios, tenía un comportamiento muy extraño), fueron muy amables y sin duda repetiría algo así. Aunque eso no quita que sea crítica con ese mundo que encontré sin buscarlo.


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  • Baamonde, J. M. (2003). La manipulación psicológica de las sectas. Colección Claves, 9.
  • Díaz, Á. F. (2015). Sectas y manipulación mental. Un enfoque desde la Psicología (Vol. 3). Lulu. com.

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