Mi validación de la tristeza

Mi validación de la tristeza
Rafa Aragón

Escrito y verificado por el psicólogo Rafa Aragón.

Última actualización: 29 julio, 2015

Mi tristeza forma parte de mí, me guste o no, ella se encuentra profundamente arraigada a mí, siempre hemos sido compañeros de viaje, y ha estado presenciando todos mis momentos vividos, ya fuera como espectadora o como protagonista.

Yo y mi tristeza nos hemos desarrollado y crecido juntos. Las experiencias y los aprendizajes nos han hecho madurar hasta ir transformándonos en cada nueva etapa. Hemos esculpido lo que hoy día somos.

La tristeza en sus comienzos

Al principio no la comprendía, no entendía por qué tenía que aparecer y cuál era su función, ya que consideraba que no me aportaba nada bueno ni beneficioso para mí.

En sus primeras etapas, se volvió una emoción incomprendida, reprimida. Yo hacía un gran esfuerzo por mantenerla escondida, ocultándola de toda situación que viviese. En muchos momentos ella necesitaba manifestarse, se volvía incontrolable, y yo me resistía, creyendo que su intervención no iba nada más que a empeorar las cosas.

Mi tristeza no manifestada, recluida, seguía siendo muy poco madura, ya que yo no le había dado la oportunidad de expresarse, de aprender y liberarse. Mi tristeza se volvió confusa, ya no sabía cuándo debía de intervenir, cuál era su momento, ni cuál era su propósito y su camino.

tristeza

Muchas situaciones en mi vida la requerían, daban paso a que ella tomara el control, no obstante, la tristeza hacia una aparición fugaz, no sabía cómo permanecer, ni quedarse ante la situación. Estaba totalmente perdida. Las demás emociones asumían su papel de una forma torpe y poco adecuada.

Esto daba lugar a malentendidos con otras personas, a que yo no estuviera en sintonía con lo que sentía, dando una imagen que no estaba en conexión con mi estado interno. Lo que me provocaba un gran malestar, dejándome desorientado y confuso. Con un sufrimiento que no sabía de dónde venía.

La tristeza en su etapa de madurez

Nuevas etapas y circunstancias de madurez se produjeron en mi vida. El propio desarrollo personal, las experiencias y apertura a las emociones, dieron la oportunidad a la tristeza de reencontrarse a sí misma. Sus efímeras apariciones fueron en cada ocasión, haciéndose más duraderas.

La tristeza iba cobrando fuerza, iba madurando, aprendiendo cuál era su función.

Yo iba entendiendo a su vez, que la tristeza no era una mala emoción, sino más bien una emoción necesaria, que me iría guiando hacia mis necesidades; permitiéndome realmente crecer como persona.

Comprendí que mi tristeza me daba multitud de posibilidades que jamás habría imaginado antes. Me iba ayudando a mantener relaciones más auténticas con las demás personas. Conforme iba madurando mi tristeza, las demás emociones iban a su vez madurando y adquiriendo mayor valor.

En su conjunto, cada una de mis emociones se veía capaz de aparecer cuando la situación lo requería, sin tener que interpretar un papel que no era el suyo, cada una asumía su función. Y de esta forma iba apareciendo la armonía, la fluidez, la naturalidad y la espontaneidad.

tristeza2

Aceptando la tristeza

Me iba convirtiendo en un ser más auténtico, más honesto; con valores que me indicaban que lo realmente importante no estaba en lo que ocurriese fuera de mí, en las circunstancias, sino en cómo yo sentía lo que iba ocurriendo a mi alrededor. Teniendo yo el poder de elegir la actitud acompañada siempre de mi emoción.

Esto supuso una liberación, ya no era totalmente dependiente de las circunstancias, no me encontraba atado a ellas.

Podía ocurrir en mi vida un suceso que me dejara muy triste, y sin embargo podía encajar mi tristeza, dejándola sentir conmigo. Y a su vez, dejar que las demás emociones también fueran apareciendo.

En colaboración, todas las emociones tenían su espacio, tenían cabida. Ya ninguna de ellas estaba asumiendo y acaparando el control total. Por lo que podían ir apareciendo conforme eran requeridas sin temor a estancarse.

Actualmente, cuando hay una etapa en mi vida donde la tristeza es más requerida, por cómo me siento, atiendo a mi tristeza aprendiendo de sus indicaciones, dejando que se exprese. La escucho, la valoro y la comprendo, gracias a esto no me juzgo y aparto el sufrimiento innecesario de mí.

Esta es mi declaración; donde valido mi tristeza, me dejo estar en ella, conviviendo y creciendo juntos. Así, mi tristeza me libera de miedos, de sufrimiento; y de un gran malestar que nada tiene que ver con ella. La acepto para que no se estanque, para que me deje experimentar con mayor valor e intensidad todo lo que acontece en mi vida.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.