¿Por qué nos cuesta tanto hablar de nuestros traumas?
El trauma es experimentado por casi todas las personas en la medida en la que todos hemos vivido experiencias y sucesos que han dado lugar a modos o formas de comportarnos que, en la actualidad, resultan disfuncionales. Una disfuncionalidad que, en todos o la mayoría de los casos, genera sufrimiento.
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) define el trauma como “cualquier situación en la que una persona se vea expuesta a escenas de muerte real o inminente, lesiones físicas graves o agresión sexual, ya sea en calidad de víctima directa, cercano a la víctima o testigo”.
“Es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración (síntesis) del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticas y reactuaciones conductuales”.
-Pierre Janet (1894)-
También podríamos considerar eventos traumáticos aquellos que, además de sobrepasar la capacidad de afrontamiento psicológico de una persona, se prolongan en el tiempo e inducen cambios más o menos permanentes en nuestra forma de comportarnos, percibir el mundo, sentir y pensar. Algunos ejemplos de situaciones que pueden generar potencialmente un trauma son las siguientes:
- Situaciones de guerra.
- Violaciones.
- Abuso infantil.
- Robos con fuerza.
- Secuestros.
- Actos terroristas.
- Ver o presenciar un suicidio.
- Violencia vicaria.
- Acoso escolar.
- Acoso laboral o mobbing.
- Ser hijo de un padre o madre con adicciones.
De este modo, tan potencialmente traumático puede ser haber presenciado escenas de guerra como haber sido objeto de malos tratos. Todo aquel evento que sea extremo, duradero y nos sobrepase puede derivar, aunque no siempre, en el trastorno de estrés postraumático (TEPT).
El trastorno de estrés postraumático
La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como un trastorno que puede desarrollarse después de la exposición a un evento o una serie de eventos extremadamente amenazantes u horribles. Se caracteriza por:
- Volver a experimentar el evento traumático o eventos en el presente, en forma de recuerdos vívidos intrusivos, flashbacks o pesadillas, que suelen ir acompañados de emociones fuertes o abrumadoras, en particular el miedo o el horror, y sensaciones físicas fuertes.
- Evitar pensamientos y recuerdos del evento y evitar actividades, situaciones o personas que recuerden al evento.
- Percepciones persistentes de una amenaza actual acentuada, como lo indica la hipervigilancia (es decir, rastrear lo que sucede a nuestro alrededor de manera excesiva para buscar peligros) o una reacción de sobresalto aumentada ante estímulos como ruidos inesperados.
Además, los síntomas del TEPT deben persistir durante al menos varias semanas y causar un deterioro significativo en el funcionamiento personal, familiar, social, educativo, ocupacional u otras áreas importantes.
¿Qué cambios cerebrales explican que nos cueste tanto hablar de nuestros traumas?
Hay diversas zonas cerebrales que se alteran respecto a las personas que no han padecido un trauma. Y el grado de alteración, muy probablemente, irá acorde con la magnitud del evento traumático.
Las regiones del cerebro implicadas en la dificultad para verbalizar el trauma son las siguientes.
La hiperactivación de la amígdala
La zona del cerebro que controla qué sentimos y cómo lo sentimos se llama sistema límbico, y su director de orquesta es la amígdala. Las emociones fuertes activan mucho la amígdala. Cuando hay peligros inminentes, la amígdala se hiperactiva y ordena la respuesta de estrés del cuerpo para combatirlos. Como consecuencia, aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y consumimos más oxígeno: el objetivo es prepararnos para luchar.
Cuando ya no existe peligro inminente, es decir, cuando no estamos en la situación que generó el trauma, esta respuesta de estrés es desadaptativa, no debería darse de manera tan intensa o tan continuada en el tiempo.
La desconexión del área de Broca
En el lóbulo frontal izquierdo tenemos un área que se encarga del habla: el área de Broca. Cuando un accidente cerebrovascular, como un ictus, provoca una lesión en esta área, somos incapaces de expresar verbalmente nuestras ideas, pensamientos o sentimientos.
Sorprendentemente, en personas que han padecido traumas intensos, al intentar hablar de sus recuerdos traumáticos, el área de Broca se “desconecta”: en consecuencia, no consiguen realizar un guion completo y rico en detalles de su recuerdo traumático. Aunque pasen años, a las personas con historias prolongadas de trauma les cuesta mucho hablar de ellos. Tienen una barrera: la desconexión del área de Broca.
La activación del área 19
A falta de palabras, los recuerdos traumáticos se expresan en forma de imágenes, como las pesadillas y los flashbacks. Existe un área de la corteza visual, denominada área 19 o de Brodmann, que es la encargada de registrar en el cerebro las imágenes cuando estas se ven por primera vez.
Resulta sorprendente que esta área se active cada vez que se reexperimenta el trauma, haciéndolo como si ocurriera por primera vez. Esto sucede porque los hechos sensoriales (olor, imagen, ruido) asociados al trauma se procesan, de manera anormal, separados de la propia historia, del guion del evento traumático. Es decir, permanecen disociados.
“Los eventos traumáticos en los primeros años de infancia no se pierden, sino que se conservan para toda la vida, como la huella de un niño en el cemento fresco. El tiempo no cura las heridas que ocurren en aquellos primeros años: solamente las esconde. Las heridas no se pierden, se vuelven parte del cuerpo”.
-Van der Kolk-
En consecuencia, cuando tratamos de hablar de nuestros traumas, nuestro director de orquesta: la amígdala, manda señales de alerta y nos preavisa -inconscientemente- de que existe peligro, porque estamos viendo, oliendo, imaginando estímulos que nos recuerdan a la situación traumática y, en consecuencia, se activa el área de Brodmann, como si eso que estamos recordando se produjera, in situ, por primera vez.
Paralelamente, durante el flashback (es decir, el recuerdo sensorial), el área de Broca, encargada del habla, se desactiva y por eso, cuando recordamos nuestros traumas, estos cambios que se producen en el cerebro nos complican mucho la labor de contarlos.
Para volver a conectar el guion de la narrativa del trauma (hablar de nuestros traumas) y el recordar sensorial (las imágenes, olores, y los sonidos), existen tratamientos empíricamente validados, como el EMDR, la terapia cognitivo-conductual focalizada en el trauma o la terapia narrativa, entre otros.
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- Davidson, P. R., & Parker, K. C. (2001). Eye movement desensitization and reprocessing (EMDR): a meta-analysis. Journal of consulting and clinical psychology, 69(2), 305.
- OMS (2021). Clasificación internacional de enfermedades.
- Salvador, M. (2009). El trauma psicológico: un proceso neurofisiológico con consecuencias psicológicas. Revista de psicoterapia, 20(80), 5-16.
- Van Der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial eleftheria.