Qué es y cómo hacer frente al "secuestro de la amígdala"
Todos hemos tenido algún arrebato, pérdida de control, reacción desmesurada o “explosión emocional” en un momento dado. Somos humanos y dejarnos llevar por un conjunto de emociones intensas es algo del todo normal. Sin embargo, eso sí, nos hace sentir mal porque pocos hechos resultan más invalidantes que no tener el dominio sobre uno mismo.
Las personas que suelen evidenciar con mayor frecuencia ese tipo de conductas dominadas por el miedo, la ira o la angustia son los pacientes con trastorno de estrés postraumático. Los traumas son esas experiencias de vida que más suelen afectar a una estructura clave en el cerebro, como la amígdala. Todo factor altamente estresante puede volverla hiperactiva.
Dicha región, además de regular otros procesos, es la encargada de recibir las señales de peligro, procesarlas y desencadenar una serie de reacciones que nos faciliten la supervivencia y la autoprotección. De este modo, pasar una época de elevada angustia, amenazas y miedo, por ejemplo, tiende a alterarla. Veremos amenazas de manera constante y nuestro patrón emocional será desproporcionado.
Esta reacción tiene nombre: “secuestro de la amígdala”, un concepto que introdujo Daniel Goleman en 1995, en su ya clásico libro Inteligencia emocional: por qué puede importar más que el coeficiente intelectual (1995). Profundizamos un poco más en este concepto.
Los traumas no lesionan el cerebro, pero lo alteran. Una de las consecuencias es que nuestra conducta quede “secuestrada” por áreas primitivas como la amígdala o el hipocampo, que son clave para nuestra supervivencia.
¿Qué es realmente el “secuestro de la amígdala”?
Podemos definir el secuestro de la amígdala como una respuesta emocional intensa a las situaciones de estrés. Son reacciones mediadas por una pérdida del control de nuestras emociones. Ahora bien, para comprender este tipo de experiencias es necesario describir un poco más las funciones de esta pequeña región cerebral.
La amígdala es esencial para favorecer nuestra supervivencia. Nos protege de los peligros cotidianos. Es ella la que procesa nuestro entorno, la que registra y recuerda los peligros y envía señales al cerebro para que actúe. Su objetivo es que actuemos, bien escapando del peligro o afrontándolo. Ahora bien, el problema está en que su patrón de reacción no siempre resulta útil en este mundo moderno.
En nuestro pasado evolutivo facilitó que pudiéramos actuar ante peligros reales. En la actualidad, está más pendiente de sutilezas sin importancia y de miedos que no siempre son reales. Nuestras amenazas del presente son casi siempre emocionales y mediadas por el estrés y la ansiedad.
De este modo, ante situaciones de angustia, lo que hace la amígdala es impedirnos llevar a cabo un razonamiento lógico de la situación. La liberación intensa de adrenalina y cortisol provoca que reaccionemos de manera rápida, desmedida y fuera de control. Dicho de otro modo, quedamos secuestrados por nuestras emociones más intensas.
Cuando la amígdala cerebral detecta un peligro actúa en menos de un segundo. Apenas da tiempo a la neocorteza de detener esa reacción ni de llevar a cabo antes un análisis más racional de la situación. Quedamos supeditados a nuestras emociones más intensas y adversas.
¿Quiénes son más susceptibles de sufrir estos “secuestros” y qué pueden hacer?
Tal y como hemos señalado, todos hemos reaccionado en algún momento de forma desmedida. Sin embargo, si analizamos el contexto de aquella reacción, tomaremos conciencia de algo. Seguramente, estábamos estresados, agobiados por alguna razón. En efecto, las personas que son más susceptibles al secuestro de la amígdala son persona con trastornos de ansiedad.
Una investigación de la Universidad Estatal de San Diego, por ejemplo, destaca que los pacientes con ansiedad social o trastorno de pánico evidencian una amígdala más hiperactiva. Asimismo, quienes evidencien un trastorno de estrés postraumático, es común que sufran constantes secuestros emocionales.
El cerebro, a raíz de una experiencia traumática, sufre alteraciones en esas áreas más primitivas como son la amígdala y el hipocampo. En consecuencia, la persona se mantiene en un estado de alerta permanente, de manera que su mente procesa y ve amenazas de manera continuada. ¿Qué podemos hacer en estas situaciones? Veamos algunas claves.
Nota lo que ocurre en tu cuerpo y nombra las emociones que experimentas
El secuestro de la amígdala tiene su inicio en los cambios corporales: taquicardia, sudoración, presión en el pecho y el estómago… Detectar estas alteraciones es el primer paso, seguidamente, es esencial clarificar qué emociones estamos sintiendo y nombrarlas. Decirnos algo como “estoy sintiendo miedo y angustia, voy a sentarme e intentar regular lo que siento” nos servirá de ayuda.
La regla de los 6 segundos de las sustancias químicas
El cortisol y la epinefrina tardan unos 6 segundos en reducir su impacto en nuestro organismo. Por ello, en cuanto detectes cambios en tu organismo, y sientas esas ganas de reaccionar casi instintivas, date un tiempo. Respira de manera profunda durante al menos varios minutos, de esa manera disiparás la tensión y calmarás tu mente.
Tiempo fuera: date un descanso
Quedar atenazados por nuestras emociones más intensas, agota y turba. No es una experiencia agradable. Por ello, cada vez que te sientas arrastrado por un secuestro de la amígdala, es adecuado darte unas horas de descanso. Puedes pasear, tumbarte o hablar con alguien cercano sobre lo que te ha sucedido.
La importancia de la terapia psicológica
La hiperactivación en la amígdala es una reacción a un problema subyacente que debe abordarse. Tal y como hemos señalado, este tipo de reacciones aparecen en fobias, traumas, trastorno de pánico, trastorno de estrés postraumático, trastorno obsesivo-compulsivo, etc.
En estos casos la terapia psicológica es prioritaria, solo así podremos tratar el problema original que desencadena esas reacciones emocionales poco ajustadas. Todos podemos aprender herramientas y estrategias para mejorar nuestra regulación emocional y recuperar el control de nuestra vida.
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