¿Qué le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos?
Lo que le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos varía bastante en función de un aspecto clave. Quienes se ven obligados en ocasiones a recurrir a la mentira de manera forzosa experimentan una serie de síntomas psicosomáticos muy concretos. En cambio, quienes están habituados al engaño y hacen de él su hábito de vida rara vez se perturban y difícilmente sienten molestias físicas o emocionales.
Decía Friedrich Nietzsche que la mentira es una condición de la vida y que, por tanto, estamos ante un fenómeno tan común como recurrente. Tal vez sea cierto, pero desde el campo de la psicología se añade un pequeño matiz y es que a pesar de su frecuencia y normalización, no nos gusta la conducta deshonesta. Al cerebro no le agrada que lo hagamos porque genera estrés y disonancia interna.
Así, estamos ante una dimensión tremendamente compleja. De este modo, Bella DePaulo, psicóloga de la Universidad de Virginia, nos señala que la gran mayoría de las personas mentimos entre una y dos veces al día. Sin embargo, esas mentiras suelen ser sutiles y casi inocuas.
Mentimos para integrarnos en nuestros contextos sociales y también para cuidar nuestras relaciones. Por ejemplo, es común decir a nuestros padres que todo nos va estupendamente, a pesar de tener nuestros pequeños problemas. Ahora bien, si por alguna razón nos viéramos obligados a mentirles en aspectos más serios, lo sentiríamos. Lo sufriríamos emocional y físicamente.
Profundicemos en este tema.
¿Qué le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos?
Nuestro cerebro quiere que seamos honestos e íntegros. Decir esto puede abrir nuevamente la cuestión sobre si las personas somos nobles por naturaleza y de si Jean-Jacques Rousseau tenía razón al señalar que venimos al mundo siendo buenos. Ahora bien, sin necesidad de entrar en debates, hay un aspecto casi irrefutable: somos criaturas sociales y necesitamos llevarnos bien con quienes nos rodean.
La honestidad nos permite ser confiables y nada es tan relevante como contar a su vez con la confianza de quienes apreciamos. La mentira, por tanto, es un atentado a esa dimensión. Es el filo que rompe la intimidad, que quiebra la cordialidad y destruye la complicidad entre dos personas. Los engaños, por tanto, cuando son descubiertos, afectan a nuestra reputación, a la imagen social y a nuestra credibilidad.
Esto explica por qué la gran mayoría de las personas evitamos las grandes mentiras, los engaños flagrantes y esa conducta sazonada por la manipulación y los actos deshonestos. Otros, en cambio, hacen suyos estos comportamientos con total naturalidad. Hay quien no tiene problema alguno a la hora de hacer uso de la mentira porque la ve útil, se ha habituado a ella y tampoco le importan los posibles costes asociados en caso de ser descubiertos.
Asimismo, hay otro aspecto interesante: el engaño pasa factura a nuestra salud cuando no estamos acostumbrados a practicarlo. Analicemos con más detalle qué le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos.
El uso incómodo de las mentiras y el impacto del estrés
Hay quien se ve en la incómoda situación de “tener que mentir”. Es posible que algo así nos parezca inconcebible, sin embargo, se da con más frecuencia de la que creemos. Se recurre a la mentira cuando se produce la infidelidad en una relación de pareja. También, cuando ocultamos ciertos aspectos de nuestro pasado a determinadas personas y en ciertos contextos.
La mentira es común en los entornos de trabajo, también en los entornos escolares cuando un niño que sufre bullying, silencia su situación en casa. Lo que le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos depende siempre de la duración de esa conducta. Si es poco tiempo, apenas notaremos su efecto.
Ahora bien, si ese engaño dura semanas o meses, el cerebro experimenta estrés. De hecho procesa esas situaciones como una amenaza, como algo que genera tensión y contradicción interna. Todo ello, tal y como nos explica la doctora Leanne Brinke en un estudio llevado a cabo en el 2015 en la Universidad de Harvard deriva en múltiples malestares:
- Hay alteraciones digestivas.
- Aumento de la frecuencia cardíaca.
- Cefaleas.
- Insomnio.
- Malestar muscular.
El peligro de habituarnos a mentir
Lo que le sucede a nuestro cuerpo cuando mentimos en contra de nuestros deseos no perdura de manera indeterminada. Es decir, en caso de que sigamos engañando a nuestro entorno sobre determinados aspectos durante bastante tiempo, acabará sucediendo algo inevitable: nos habituaremos.
Suena mal, es evidente, pero en unos experimentos realizados por el doctor Thali Sharot en el University College de Londres se demuestra algo muy llamativo: el cerebro acaba por tolerar la conducta deshonesta. Las mentiras continuadas al final dejan de crear contradicción/disonancia y las asumimos como algo habitual, dejando así de experimentar molestias físicas.
El estrés desaparece y haríamos de la conducta deshonesta o engañosa un estilo de vida. No es lo adecuado, no es ético. Como podemos ver, nada es tan peligroso como hacer de la media verdad o la mentira entera ese recurso cotidiano con el camuflarnos, con el que esconder ciertas realidades. Al final, todos acabamos perdiendo.
Pensemos en ello y evitemos siempre que sea posible esta conducta tan lesiva.
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- L. Brinke, J.J. Lee, D.R. Carney, The Physiology of (Dis)Honesty: Does it Impact Health?, COPSYC (2015), http://dx.doi.org/10.1016/j.copsyc.2015.08.004