"Quizá quiera casarse con mi marido"
Quizá quiera casarse con mi marido (y todavía no lo sepa). Con este título abría Amy Krouse Rosenthal una de sus columnas en el New York Times. Después de saber que su cuerpo no superaría el cáncer, dedicó parte de sus últimas palabras a intentar que su marido, con su marcha, no se quedara demasiado tiempo huérfano de amor. Incluso, al final de su carta dejó un pequeño espacio para que el amor, el nuevo amor, pudiera comenzar en ese mismo momento.
Es su manera de decirle al mundo que marchaba con la tristeza de no haber pasado más tiempo junto a las personas que quería. Al lado de sus hijos, de su enamorado y de sus amigos. Ella sentía que lo que más iba a echar de menos era ese amor, por eso quería dispensar, a la persona con la que llevaba años caminando, de que sintiera ese vacío. Un agujero que ella, poniéndose en su lugar, intuía como insoportable.
“Es muy fácil enamorarse de él. Yo lo hice en un día”, escribe Amy. “Fue en una cita a ciegas. Cuando terminó la cena, ya sabía que quería casarme con él, aunque a Jason le costó un año descubrir que iba a ser mi marido”.
El final le da otro valor al tiempo
Quizás sea verdad que solo comprendamos el verdadero valor del tiempo cuando nos queda poco. Cuando viene un médico y destapa esa realidad que hasta ese momento hemos estado ignorando, la de que somos mortales. La de que nuestra vida se puede terminar ahora, en este preciso momento y… siendo un golpe para nosotros, no lo es menos para las personas de nuestro alrededor.
Personas que por un lado quieren disfrutar al máximo de los momentos que nos quedan, pero personas que por otro lado se sienten tristes ante un final que no pueden ignorar porque el destino, el azar o la enfermedad le ha puesto una fecha próxima. Son momentos muy delicados en los que las risas se bañan en más lágrimas que nunca y el tiempo adquiere una velocidad extraña.
Momentos muy delicados en los que las risas se bañan en más lágrimas que nunca y el tiempo adquiere una velocidad extraña.
Las personas que se marchan también sienten una gran contradicción en su interior. Sufren un duelo por ellas mismas estando presentes y suelen ser las primeras en intuir que a sus corazones ya no les quedan ya demasiados latidos. A su alrededor ven esa macedonia de emociones de la que hablábamos antes y pueden llegar a sentirse muy culpables por la tristeza y la impotencia que por momentos invaden a las personas que la quieren.
Es normal que también tengan momentos de miedo. Ese miedo a lo desconocido que está presente en nuestra genética. Piensa que la muerte es una gran desconocida de la que se han hecho una gran cantidad de metáforas, algunas hermosas, pero de la que en el fondo no conocemos nada más allá de lo que le pasa a nuestro cuerpo.
Con más o menos miedo, las personas que se marchan suelen agradecer poder contar con un tiempo para despedirse. Sobre todo para agradecer, para hacer algún pequeño proyecto que se haya quedado en el tintero y flexibilizar el control emocional que todos ejercemos. También suelen utilizar esos días para cerrar definitivamente heridas pasadas. Si la idea de morir es perturbadora, la idea de hacerlo con heridas abiertas encoge a cualquier corazón.
Si la idea de morir es perturbadora, la idea de hacerlo con heridas abiertas encoge a cualquier corazón.
La generosidad de Amy Krouse Rosenthal con su marido
No sabemos si AKR, como reza el tatuaje que lleva su marido Jason en el pie, conseguirá su propósito con su iniciativa de escribir el artículo, ni si lo conseguirá abriendo diferentes perfiles para él en aplicaciones de citas poniendo en la descripción su experiencia después de más de 25 años juntos.
Lo que sí son sus palabras es una muestra de generosidad para una persona con la que le gustaría tener mucho más tiempo, su marido. También es una muestra de lo que pasa por la cabeza de las personas que son conscientes de que se mueven al filo de la vida, y que prefieren preocuparse por lo que sucederá con las personas a las que quieren que por lo que les pueda esperar a ellas.