Rebecca: la historia de un fantasma
Hitchcock dejó atrás el Reino Unido y cruzó el Atlántico con el fin de aprovechar las ventajas y el auge que ofrecía Hollywood. Así, su aventura norteamericana comenzó con nombre de mujer: Rebecca (1940).
Sin embargo, aunque el éxito del filme es indudable, lo cierto es que el rodaje de Rebecca no fue tan fascinante como cabría esperar. Estados Unidos poseía el avance tecnológico, los medios económicos y las oportunidades con las que todo cineasta soñaba, pero guardaba un lado oscuro que, al parecer, a Hitchcock no le gustó nada.
En Reino Unido, Alfred Hitchcock gozaba de gran libertad creativa, los productores apenas se inmiscuían en sus filmes y dejaban que ‘el maestro del suspense’ contara las historias a su manera. Pero la producción de Rebecca estaba en manos de David O. Selznick, el famoso productor de filmes tan exitosos como Lo que el viento se llevó.
Aunque la mayoría de cineastas que trabajaron con Selznick afirman que gozaban de bastante libertad y se ha dicho que con Hitchcock fue especialmente benévolo, parece que al británico no le gustaban sus órdenes.
A lo largo del rodaje y la producción del filme, se produjeron varios encontronazos, Hitchcock no estaba acostumbrado al frenetismo de Estados Unidos y sus tiempos eran más lentos; tampoco daba su brazo a torcer con facilidad, sabía lo que quería y cómo quería hacerlo.
Selznick, por su parte, quería supervisar algunas escenas, era muy meticuloso con el guion y no quería que se alejara demasiado de la novela original, Rebecca de Daphne du Maurier. A pesar de ello, el cineasta contó con gran libertad e incluso volvió a trabajar con Selznick posteriormente, aunque la relación nunca fue del todo buena.
Finalmente, Rebecca alcanzó el éxito y, todavía hoy, sigue siendo una de las obras más aplaudidas del cineasta británico. Ya el arranque del filme es magistral, esa voz en off y la inmensa mansión, ahora en ruinas, que parece ser el reflejo de lo que un día brilló, de un pasado que todavía no se ha marchado del todo…, evocan una sensación onírica y misteriosa.
Lo que vamos a ver a continuación es como una ensoñación en la que el pasado y el presente se entremezclan, en la que el mundo de los vivos y el de los muertos confluyen.
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Rebecca: detrás de las cámaras
Además de los problemas que comentábamos acerca de la producción, lo cierto es que la magnitud de Rebecca va más allá de lo que vemos en pantalla. Cuando vemos una película, no debemos olvidar que vemos lo que el cineasta quiere que veamos, dirige nuestra mirada, nuestra atención y no deja nada al azar.
Si a esto le sumamos un maestro como Hitchcock, no es de extrañar que muchos de los elementos que aparecen proyectados sean absolutamente reveladores. Desde los movimientos de cámara hasta el vestuario o el decorado dicen mucho del filme.
Hitchcock afirmaba que veía al público como las teclas de un piano que él iba presionando. Y, sin duda, cuando vemos una película suya, aunque sepamos de antemano que va a buscar nuestra sorpresa, la inquietud y la intriga se apoderan de nosotros.
El maestro del suspense sabía dar la tecla indicada en el momento indicado, sabía exactamente cuándo desvelar información, cómo dirigir nuestra mirada y hacernos creer en algo. Muchas veces, sucumbíamos a su engaño y, en algún momento de la trama, nos dábamos cuenta de que habíamos creído una pista falsa.
Hitchcock era un maestro de la puesta en escena, sabía cómo contar una historia, cómo mover a los personajes y cómo debía acompañarlos la cámara. Si observamos a los personajes, cómo se mueven en la escena y la coreografía que interpretan, podremos obtener información muy relevante.
Por ejemplo, un personaje puede estar dando un discurso y, gracias a sus gestos, podemos saber si miente o no. Igualmente, en el caso de Hitchcock, resulta muy interesante ver cómo los personajes -y la propia cámara- interpretan una coreografía que nos da pistas de lo que va a acontecer. Podemos saber qué personaje resulta dominante en un momento dado, a quién vamos a seguir a continuación, etc.
En el caso de Rebecca, Hitchcock quería que la protagonista, interpretada por Joan Fontaine, se viera ingenua, insegura y, en definitiva, tímida e inofensiva. ¿Cómo lograrlo? Haciendo a la protagonista pequeña.
En este sentido, el maestro del suspense decidió que era una buena idea que Joan Fontaine se sintiera insegura a lo largo de todo el rodaje, incluso detrás de las cámaras. A los oídos de la actriz llegó el rumor de que todos sus compañeros la odiaban; igualmente, su coprotagonista, Lawrence Olivier, recibió instrucciones del propio director de tratarla con frialdad.
De este modo, Joan Fontaine se sintió incómoda y se mimetizó con su personaje. Además, esta impresión de ingenuidad e inseguridad se vio reforzada por los planos y los movimientos de cámara.
A lo largo del filme, Hitchcock aísla a Fontaine, pero aleja su cámara y la mueve estratégicamente para que, visualmente, veamos a la joven muy pequeña en comparación con los imponentes muros de la mansión. Este contraste de tamaño produce en el espectador cierta sensación de agobio, de angustia por la situación en la que se ve encerrada la protagonista. La siniestra casa en ruinas del comienzo ha terminado por oprimir a la protagonista.
Sin embargo, conforme avanza la película y la protagonista logra destruir a los monstruos del pasado, la cámara se acerca más a ella ofreciéndonos primeros planos llenos de luz que contrastan con la oscuridad que antes la atormentaba.
La protagonista ahora es fuerte y es capaz de enfrentarse a la soberbia señora Danvers. Ahora, la segunda señora de Winter ha encontrado su lugar y se ve a sí misma como la auténtica señora de la casa.
La presencia del pasado
La propia mansión actúa como un personaje más. Su pasado parece ligado a sus muros, engaña y asfixia a la protagonista invitándola a competir con la difunta esposa de su recién estrenado marido.
Al principio, todo parece un cuento de hadas, un historia de amor imposible en la que no hay diferencia de clases ni barreras que puedan con el flechazo de los amantes, pero, al regresar de la luna de miel, los fantasmas del pasado se encargarán de apagar las llamas del amor.
En este sentido, Hitchcock realiza un excelente trabajo con la elipsis: de los momentos románticos del principio nos lleva directamente a la terrible mansión.
La luna de miel tan solo aparece como una proyección en una cinta, de alguna manera, parece decirnos que ese momento feliz ya no se encuentra en el presente, fue fugaz y resulta tan frágil como la propia cinta en la que se ha grabado. El pasado tiene su proyección en el presente, la imagen de Rebecca parece no haber abandonado nunca la mansión que fue su hogar y le recuerda constantemente a la protagonista que ese no es su lugar.
La presencia de Rebecca es tan intensa que casi sentimos verla en escena, escuchamos sus pasos, su risa… Parece que podamos ver a la señora Danvers peinando sus cabellos. La escena que transcurre en su habitación es una de las más interesantes, Hitchcock logra captar la esencia de Rebecca congelando la habitación.
Como nos dicen, nada se ha tocado desde su fallecimiento, la presencia de Rebecca es más fuerte que nunca. En la habitación, parece que el mundo de los vivos y el de los muertos se mezclen y las infinitas cortinas contribuyen a crear esa imagen fantasmal.
Aunque no hay imagen más fantasmagórica que la de la señora Denvers escondiéndose entre las cortinas de Rebecca como si viniera del más allá, como si estableciera contacto con la difunta señora de la casa. No vemos a Rebecca en ningún momento, pero es como si la conociéramos, los personajes la describen, nos adentramos en su habitación y la cámara se mueve con su sombra.
Hitchcock dirige nuestra mirada por los espacios que recorrió Rebecca, la cámara sigue al fantasma cuando el señor de Winter narra su relato sobre la muerte de Rebecca.
Todo aquello que habíamos creído acerca de la relación de Rebecca con el señor de Winter no ha sido más que un engaño, un espejismo. El señor de Winter confiesa su secreto y, en ese momento, su nueva esposa pierde la inocencia: “se ha ido para siempre aquella mirada extraña, joven y perdida que amé… No volverá jamás, la maté cuando te conté lo de Rebecca”. No, esa mirada inocente no volverá, pero también la hemos perdido nosotros como espectadores. ¿Qué le ocurrió realmente a Rebecca?
Como de costumbre, el maestro del suspense se ha anticipado a nosotros, se ha adentrado en nuestra mente y nos ha hecho creer en una historia que, como el fantasma de Rebecca, no es más que una sombra distorsionada de lo que fue en realidad.
La historia dará un giro fundamental y el personaje de Joan Fontaine dejará a un lado la inseguridad y la inocencia. Aunque ya existía el cine a color, Hitchcock quiso que Rebecca se rodara en blanco y negro y el resultado es una película fantasmal, inquietante, en la que nada es lo que parece.
“A veces, creo que la oigo detrás de mí, con su paso sigiloso, es inconfundible. En todas las habitaciones de la casa, casi puedo oírla. ¿Cree que los muertos visitan a los vivos?”.
–Rebecca–