Robin Williams y los poetas muertos
La noticia del suicidio de Robin Williams tomó por sorpresa al mundo entero. Los papeles que había interpretado en el cine y la televisión casi siempre fueron un modelo de todo lo contrario: lucha, esperanza y superación. Por eso era difícil imaginar la muerte por mano propia del hombre que le dio forma a esos formidables personajes.
Uno de los más recordados es el profesor de Literatura John Keating, protagonista de la película “La sociedad de los poetas muertos”, que se estrenó en 1989 y en poco tiempo se convirtió en un clásico. Sigue siendo muy valorada por su crítica a la educación tradicional y la hermosa interpretación de la poesía de Whitman.
El suicidio
Tras el suicidio de Robin Williams, el tema de la salud mental ha vuelto a ocupar un lugar privilegiado en diferentes publicaciones del mundo. La pregunta que todos se hacen es “¿Por qué?” Finalmente era un hombre exitoso profesionalmente, admirado por muchos y con gran talento. ¿Qué podría llevar a una persona así a buscar la muerte?
Las especulaciones no se han hecho esperar. Se ha hablado mucho de sus problemas con el alcohol y las drogas. Implícitamente se culpa a esas adicciones de la suerte de Williams. También se habla de depresión crónica, de bipolaridad.
Todos esos diagnósticos no terminan de explicar el mundo oscuro y misterioso del suicidio. Siempre habrá un componente incomprensible en una situación como estas.
Los estudiosos hablan de la “teoría de la cuarta pared”. Es una tesis según la cual las personas vivimos inmersas en muchas limitaciones, pero siempre mantenemos la perspectiva de un flanco que no está cerrado. Un espacio abierto: una salida. Para el suicida es como si de pronto se cerrara esa salida. No logra encontrarla, pierde el contacto con la luz al final de túnel. Se trata de un estado mental en el que la persona imagina que ya no hay alternativas para sí mismo dentro del mundo. Como si una cuarta pared se levantara entre él y el mundo.
Los poetas muertos
En “La sociedad de los poetas muertos” también se presenta la escena de un suicidio. El muchacho que se quita la vida no es el más aislado, ni el más triste, ni el más enojado. Por el contario, es el joven es alegre, enamorado del teatro, juguetón y divertido. El más solidario del grupo, el más vital. El problema es que también es, en realidad, el más vulnerable de todos los que entran en la historia.
Lo que lo lleva al suicidio es la percepción de que se han agotado todas las alternativas para hacer lo único que realmente desea. Su gran sueño es ser actor. Hace todo cuanto está en sus manos para lograrlo y, de hecho, lo consigue con gran éxito. Pero su padre le prohíbe terminantemente que se dedique a esa actividad. Es tan brutal el poder de su padre, tan severo su mandato y tan fuertes las tradiciones en su medio social, que el joven de pronto se encuentra con esa cuarta pared que lo lleva a la última escena de su vida.
Quitarse la vida es una respuesta frente a lo imposible. Las adicciones también son una forma parcial de morir y de lidiar con la multitud de imposibles que habitan a la vida. En el fondo de ambas condiciones hay una profunda soledad y dificultades para otorgarle sentido a quiénes somos.
No hay manera de darle una valoración moral al suicidio. Es imposible medir el dolor o la angustia de quien se quita la vida. Lo que sí podemos hacer es protegernos de nuestras propias pulsiones de muerte cultivando los afectos, el juego, el amor por lo que hacemos. Y sabiendo que cuando no logramos hacer eso espontáneamente, es momento de pedir ayuda.
Imagen cortesía de n_willsey