
En el estudio de las emociones en psicología siempre ha parecido primar el de las emociones negativas, en tanto que suelen ser estas las que se han asociado directamente con los trastornos psicológicos. No obstante, muchos estudios sugieren que el…
En los últimos años el concepto de toxicidad se ha puesto de moda, sobre todo en las relaciones. Nos encontramos rodeados de personas tóxicas que nos dañan y nos roban energía positiva ya sea en la familia, la pareja, el trabajo o en el grupo de amigos.
Bernardo Stamateas, psicólogo y escritor define a las personas tóxicas como aquellas que tienen comportamientos que potencian nuestras debilidades, nos llenan de cargas y frustraciones y tratan de reducir nuestra autoestima, ya sea de manera consciente o inconsciente. Pero, ¿qué sucede cuando las personas tóxicas somos nosotros? A veces ponemos ciertos comportamientos en marcha que, sin saberlo, pueden herir a los demás… Profundicemos en ello.
A nadie le gusta saber que es dañino para los demás, resulta más fácil culpar al otro, examinar lo que hace mal y señalarle reiteradamente lo que tiene que cambiar. La cuestión es que todos en algún momento de nuestras vidas somos tóxicos.
Ejemplos de ello son los comportamientos victimistas, egoístas y manipuladores para intentar convencer al otro de que haga lo que queramos o cuando somos incapaces de valorar los éxitos de los demás y criticamos sus sueños e ilusiones, rechazamos sus opiniones o ejercemos el papel de víctima culpabilizándolos de nuestro malestar… Si no, piensa en esas ocasiones en las que nos mantenemos en nuestra posición, anclados solo por el orgullo, a pesar de saber que estamos confundidos y hemos herido a las personas que nos rodean. Entonces también somos tóxicos.
De repente, podemos vernos inmersos en una espiral negativa. Una espiral cuyo eje central lo forman los intentos de controlar a los demás, la imposición de nuestra voluntad o la búsqueda de ser el centro de atención. Resulta que ser tóxico no es tan difícil y ni siquiera nos percatamos de ello.
Quizás nadie nos ha dicho que existen diferentes grados de toxicidad y que atribuir siempre a la personalidad la etiqueta de tóxica es generalizar; generalizar mucho, ya que normalmente solo son ciertas conductas las problemáticas, no todas. Pero, ¿qué hay detrás de ellas?
Cuando manifestamos este tipo de comportamientos en realidad proyectamos hacia el exterior, desde un enfoque negativo, las carencias y los conflictos internos que todavía no hemos resuelto. El peso del pasado, las cadenas del miedo, el vacío afectivo o la culpa no gestionadas adecuadamente pueden provocar su aparición, junto a niveles bajos de responsabilidad emocional y empatía. Lo tóxico son formas de enfrentar situaciones y emociones.
No solo somos tóxicos con los demás sino también con nosotros mismos. Podemos llegar a ser nuestros peores enemigos. El trato que nos damos y la forma que tenemos de hablarnos nos influye y nos condena. Si ejercemos como jueces de nuestros actos, calificándolos continuamente como insuficientes o negativos, estaremos tratándonos tóxicamente, encadenándonos al malestar, minando nuestra autoestima y minando con comportamientos conflictivos nuestras relaciones.
No hace falta que nos despreciemos o culpabilicemos cuando cometamos un error. Una equivocación no implica que nos maltratemos. Al contrario, si somos amables podremos ver lo que ha sucedido desde otra perspectiva y podremos probar nuevas estrategias, mejorando así de manera indirecta nuestras relaciones.
Aceptar que somos tóxicos implica grandes dosis de sinceridad y un alto nivel de responsabilidad emocional, siendo es el primer paso para cambiar. Para ello, es importante que prestemos atención a nuestros comportamientos para detectar las dinámicas tóxicas que ponemos en marcha y luego, poder ir más allá y descubrir qué carencia emocionales estamos intentando tapar.
Quizás descubramos que nuestro intento de control de los demás se deba a una falta de seguridad interna, que nuestra negatividad proceda de una fuerte educación crítica y necesitemos abrirnos a otros puntos de vista más positivos o que nuestra manipulación emocional sea fruto de un déficit en nuestro desarrollo emocional que puede fomentarse con estrategias de reconocimiento, expresión y regulación de tus emociones.
Lo importante es aceptar que tenemos comportamientos conflictivos y que hay que responsabilizarse de ellos para descubrir cuáles son sus verdaderos mecanismos. No se trata de buscar culpables que expliquen cómo nos sentimos, sino de hacernos responsables de nosotros, con lo que eso supone.
Para evitar que la toxicidad gane terreno en nuestras vidas la clave está en incorporar la responsabilidad emocional en nuestra vida. Un signo de madurez que implica hacernos cargo de nuestra existencia y asumir que solo nosotros tenemos poder sobre lo que sentimos en lugar de otorgárselo a los demás. Pero, ¿cómo cultivarla?
Como vemos ser tóxicos es un mecanismo que se activa para proteger nuestras heridas y la mejor forma de evitar que se ponga en marcha es a través de la responsabilidad emocional. La vida a veces no es tan sencilla y cada uno de nosotros es un cúmulo de historias y circunstancias que nos han enseñado a defendernos del dolor y sufrimiento, a veces de forma sana y otras de manera tóxica. La cuestión es traer a la consciencia estos mecanismos, en caso de tenerlos, y convertir lo tóxico en oportunidades de crecimiento.