Somos lo que comemos, pero también cada libro leído
Somos lo que comemos, no hay duda, pero también somos cada libro leído, cada historia vivida en ese mar de letras y cada sensación experimentada a lomos de una y mil novelas. Las personas somos todo lo vivido y también todo lo evocado en cada una de esas narraciones que con sus personajes, sus batallas y sus universos majestuosos nos han traído también otro tipo de felicidad.
Decía Jorge Luis Borges que el Paraíso debía ser algo así como una gran e infinita biblioteca. Una imagen idílica en la que sin duda estaremos de acuerdo todos aquellos que vemos en el saludable ejercicio de la lectura un ritual cotidiano del cual nutrirnos para sobrevivir, para avanzar, para aprender y a su vez, ser un poco más libres.
“La verdadera universidad en nuestros días consiste en una colección de libros”
-Thomas Carlyle-
Decir por tanto que las personas somos también cada libro leído no es ni mucho menos una exageración. Entre el baúl de nuestros recuerdos infantiles más significativos se hallan, a menudo, esos títulos y esas novelas que, de algún modo, marcaron en nuestra vida un antes y un después. Pocas veces volveremos a experimentar con tanta intensidad, regocijo y deleite la lectura de aquellas tempranas lecturas que tanto nos inspiraron.
Esa incursión temprana al mundo de la fantasía, a los bosques del misterio, los mares de aventuras o a esos universos orlados por la magia, se incrustan palabra a palabra e imagen a imagen en los recovecos más profundos de nuestro cerebro emocional para determinar gran parte de lo que nos define en la actualidad. Somos por tanto, gran parte de todo aquello que no hemos visto con los ojos pero que sí hemos sentido con el corazón y trazado en nuestra mente con las velas de la imaginación y los remos de un confín letras…
Todos y cada uno de los libros que habitan en las profundidades de tu cerebro
Un estudio publicado en la revista “Journal of Business Administration” confirmó un dato que todos damos por sentado pero que lamentablemente, no siempre se cumple. Los universitarios habituados a leer desde la infancia presentan puntuaciones mucho más altas en pensamiento crítico, creatividad, reflexión, metacognición y expresión escrita… Sin embargo, algo que se está viendo en la actualidad es que nuestros jóvenes de hoy en día leen, pero no practican lo que se conoce como “lectura profunda”.
La lectura profunda se define como ese proceso delicado, lento y envolvente donde nos sumergimos por completo en aquello que leemos sin prisas, sin presiones externas ni necesidad alguna por precipitarnos o adelantar acontecimientos con el paso de las páginas. Es esa capacidad excepcional mediante la cual “hacernos uno” con el libro captando la riqueza del texto, hasta llegar a un punto donde la simple decodificación de las palabras nos permite llegar a un planto sensorial y emocional.
A través de la lectura profunda captamos también los detalles del texto, el goce de la narrativa y la habilidad del escritor. Sin embargo, y aquí llega lo más interesante, según nos explican los expertos este tipo de lectura genera en nuestro cerebro un proceso asombroso: lo sincroniza. Por ejemplo, los centros cerebrales asociados al habla, a la visión y la audición se sintonizan con la lectura profunda.
A su vez, el área de Broca, encargada de percibir el ritmo y la sintaxis se activa intensamente. Al igual que el área de Wernicke, relacionada con nuestra percepción de las palabras y su significado. Por su parte, el giro angular, quien regula la percepción y uso del lenguaje, experimenta también una mayor interconectividad. Todos estos procesos y muchos más generan una cadencia impresionante donde la lectura profunda nos provoca todo un carrusel de sensaciones y emociones que dejan huella permanente en nuestro cerebro.
Es algo sensacional.
La figura del libro en un mundo de mentes distraídas
Según un interesante artículo publicado en “The New York Times” a lo largo del año pasado las ventas de libros para adultos cayeron un 10,3. Los de niños, por su parte, lo hicieron en un 2,1 por ciento. A su vez, los libros electrónicos cayeron mucho más, casi un 21,8 por ciento. Sin embargo, y aquí llega el dato más asombroso, los audiolibros digitales aumentaron en un 35,3 por ciento y para nuestra sorpresa, siguen subiendo.
Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.
-Proverbio hindú-
Los psicólogos tienen muy claro a qué se debe este fenómeno donde la persona prefiere que le “lean el libro”, antes que hacerlo ella misma. Nuestras mentes están cada vez más distraídas, necesitamos hacer muchas cosas a la vez: mirar el móvil, actualizar nuestras redes sociales, tomar un café, alzar la mirada hacia la televisión, ver el panel de llegada de nuestro metro, leer la bandeja de entrada del correo…
A su vez, existe otro pequeño detalle que señaló hace poco Stephen King: las personas han perdido el placer de pasar las páginas de un libro. Basta con que se lo coloquen en el oído para tener así las manos libres y usar el móvil (de ahí, quizá, su novela “Cell”). Todo ello hace que en los últimos meses la venta de audiolibros haya crecido rápidamente. Son perfectos para la multitarea, porque basta con ponernos los auriculares para tener los ojos y las manos listas y dispuestas para seguir desempeñando múltiples funciones. Es -en apariencia- “perfecto” pero lamentablemente triste, no hay duda.
Estamos perdiendo el placer de la lectura profunda, y una parte de nuestros niños van a quedar huérfanos también de ese tributo excepcional como es sumergirse en las entrañas más físicas y maravillosas de un libro al modo tradicional: pasando las páginas, una a una, en una inmensa biblioteca o en el silencio perfecto de la noche y sobre la cama.
Permitamos que no desaparezcan estas costumbres, estos patrimonios del bienestar y de la riqueza psicológica, emocional y cultural del ser humano que, lo queramos o no, nos hacen ser mejores personas.