The Good Nurse: la historia real del ángel de la muerte
En la actualidad, Charles Cullen tiene 62 años y cumple condena en la prisión Estatal de Nueva Jersey. No tendrá derecho a libertad condicional hasta el año 2403. Como es de esperar, es muy difícil que cruce algún día los límites del recinto que habita ahora mismo. Porque a sus espaldas, carga con la muerte de 29 personas confirmadas, aunque se estipula que asesinó a muchísimas más.
Lo llaman el “ángel de la muerte” porque entre 1988 y el 2003, este enfermero dejó tras de sí todo un séquito de silenciosos asesinatos en los diversos hospitales. Inyectaba insulina y digoxina, apagaba ventiladores y cambiaba medicaciones con el fin de dar un final a quien, a su parecer, sufría en exceso.
Porque Cullen, según él mismo explicó, deseaba aliviar el dolor de sus pacientes. Sin embargo, ni sus muertes fueron dulces, ni todos a los que arrebató la vida estaban en fase terminal. Muchos estaban, simplemente, recuperándose de una intervención o una enfermedad sin excesiva gravedad. No asesinaba por piedad, asesinaba por compulsión y por un trastorno mental que nadie detectó.
Su historia se ha llevado a Netflix bajo el título The Good Nurse. Es una adaptación del libro The Good Nurse: A True Story of Medicine, Madness, and Murder, de Charles Graeber. En esta producción se pone sobre la mesa un hecho que sigue suscitando una gran inquietud…
¿Cómo pudo Cullen asesinar a tantas personas durante 16 años y en nueve hospitales diferentes sin despertar sospechas?
Muchos hospitales donde trabajó Cullen le propusieron que renunciara a cambio de no incluir ningún comentario negativo en su expediente, a pesar de sospechar de que robaba medicamentos y alteraba los tratamientos.
¿Quién fue Charles Cullen?
Cuando el telespectador se adentra en The Good Nurse queda rápidamente atrapado por la interpretación que lleva a cabo Eddie Redmayne de Charles Cullen. Sus movimientos son precisos, hay algo frío y la vez hipnótico en el personaje. Tiene algo de mimo, estremecen sus manos, las cuales, como un insecto, contamina con insulina los sueros y goteros de sus pacientes.
Es casi inevitable recordar a un Norman Bates con su figura enjuta, servicial, pero con esa mirada que bordea sin duda el precipicio de la enfermedad mental. Lo cierto es que sabemos bastante sobre la vida de este enfermero que estuvo asesinando con total impunidad en la intimidad de los hospitales.
Aquel chico reservado, delgado y tímido no tuvo una vida fácil. Así, como siempre sucede en la gestación de los monstruos, los primeros años de infancia suelen ser determinantes. Su madre tuvo que hacer grandes esfuerzos por criar a sus ocho hijos en soledad. Él era el más pequeño de un grupo de hermanos que lidiaban con las drogas y dinámicas disfuncionales y problemáticas.
Cuando Cullen estaba en el instituto, su madre tuvo un ataque de epilepsia y falleció en un accidente de tráfico. Aquello lo dejó devastado e intentó quitarse la vida. Esa fue la primera vez que estuvo un tiempo ingresado en una institución psiquiátrica, aunque no sería la última. Cuando se recuperó tomó una drástica decisión: alistarse en la Marina de los Estados Unidos…
Charles Cullen asesinaba a los pacientes de los hospitales dándoles grandes dosis de medicamentos como insulina (usada para tratar la diabetes) y digoxina (un medicamento para el corazón).
De la sala de misiles a las salas de los hospitales
El joven Charles Cullen sirvió a bordo del submarino USS Woodrow Wilson en los años 80. Aunque aquella vida no fue fácil para él. No lograba adaptarse y fue objeto de numerosas novatadas. Su comportamiento, además, era errático y extraño, hasta el punto de que los oficiales lo encontraron en una ocasión, vestido con un delantal y una mascarilla quirúrgica en la sala de control de misiles de la nave.
Tras un nuevo intento de suicidio se le dio la baja médica en 1984 y fue expulsado de la Marina. A continuación, se matriculó en la Escuela de Enfermería de Mountainside, en Nueva Jersey. Cuatro años después, cometería su primer asesinato en el hospital en el que empezó a trabajar, el San Bernabé. El ángel de la muerte acababa de abrir las alas e iniciaría un escabroso viaje que duraría 16 años…
The Good Nurse, una historia sobre la indignidad
The Good Nurse arranca con los eventos reales que acontecieron con el último centro médico en el que estuvo Cullen antes de su detención. Es ahí donde conoció a Amy Loughren, otra enfermera que, siendo madre soltera de dos hijos, sufría una afección cardíaca y carecía además de seguro médico. El propio hospital no se lo proporcionó hasta que hubo trabajado allí un año.
Ese matiz fue un punto de unión entre el ángel de la muerte y la propia Amy, encarnada en la película por Jessica Chastain. Charles promete ayudarla para que logre su seguro, pero mientras, no duda en robar medicamentos para ella. Es así como la enfermera descubre cómo su compañero es capaz de piratear MedStation, el sistema que regula la administración de fármacos.
Poco a poco es consciente también de cómo la muerte, inexplicable y súbita de varios pacientes, está vinculada a determinados fármacos. Esos que su compañero roba de manera regular. Cuando finalmente informa a la policía de lo sucedido, Loughren se convierte en esa pieza clave para la investigación y encarcelamiento de Cullen.
Instituciones médicas fallidas y muertes que no fueron investigadas
Se sospecha que Charles Cullen pudo asesinar a cerca de 400 pacientes. Sin embargo, él solo admitió 40 y fue juzgado por 29 muertes. La pregunta evidente es cómo es posible que no llamara la atención durante 16 años de asesinatos. Lo cierto es que muchos sí sospecharon lo que llevaba a cabo, pero siempre se optó por el despido antes que poner en evidencia la mala gestión de un hospital.
The Good Nurse denuncia la indignidad de las instituciones médicas y el desamparo de los pacientes. En esta producción somos testigos de algo que sin duda fue real: muertes que no fueron investigadas y decenas de familias afligidas que buscaban justicia. Charles Cullen fue denunciado más de una vez por robar medicamentos y aunque muchos sabían de sus problemas mentales e intentos de suicidio, nadie reaccionó.
No importaban sus antecedentes médicos de inestabilidad mental. Tampoco levantaba sospecha el número de muertes que dejaba a su paso por distintos hospitales. Nunca le faltó trabajo, hasta que, finalmente, otra compañera de profesión tuvo la suficiente astucia, sensibilidad y valentía como para detener sus actos.
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