The Last of Us: ¿por qué nos gustan las series sobre el fin del mundo?
Las historias sobre escenarios apocalípticos siempre han rondado nuestro imaginario psicológico. Nos atraen porque nos sitúan en mundos probables, en territorios inhóspitos, pero de algún modo factibles. Ejemplo de ello fue la reconocida novela de Cormac McCarthy, La carretera (2006). Este libro ganó el premio Pulitzer y se convirtió en un gran bestseller.
El esfuerzo de un padre y su hijo por sobrevivir en una Norteamérica carbonizada tras un holocausto nuclear, se alzó en una metáfora inquietante sobre un posible futuro para el ser humano. Más allá del mundo literario, estas temáticas son muy recurridas también en el universo de los videojuegos. Sin embargo, entre la gran cantidad de títulos sobre este género destaca uno en concreto.
The Last of Us, lanzada en 2013 por la compañía estadounidense Naughty Dog y distribuido por Sony, nos abre otra metáfora igual de inquietante sobre el fin de la humanidad. En este caso, el origen no está en las armas nucleares ni en un virus pandémico. Se trata de una cepa del hongo cordyceps , el cual, a raíz del cambio climático, es capaz de parasitar a las personas del mismo modo que a las hormigas o los artrópodos…
«The Last of Us» traza un mundo en ruinas y dominado por la violencia, donde aún caben espacios y recovecos para que florezca lo más hermoso de la humanidad en estado puro.
The Last of Us: un espectáculo oscuro y conmovedor
Pensar en una posible epopeya apocalíptica dominada por los hongos suena irónico, pero también aterrador. Imaginar a la humanidad convertida en criaturas fúngicas y con conductas caníbales –clickers-, es un giro innovador. Más aún cuando el cliché de los zombies y todas las producciones como The walking dead se habían estirado en exceso y el público, ávido de nuevos contenidos, demandaba otras propuestas.
The Last of Us ha llegado al espectador en medio de una postpandemia y en plena evolución del cambio climático. Ahora, más que nunca, somos mucho más sensibles a estos escenarios porque parece que los palpamos cada día. Estamos ante una serie que traza un espectáculo que combina lo desgarrador con lo bello, lo trágico con lo conmovedor. Y algo así trasciende en el espectador.
El éxito de audiencia se debe a dos elementos nucleares. La serie ha sido adaptada por el propio creador del juego, Neil Druckmann. Consciente de que la televisión permite otras narrativas alternativas al propio videojuego, ha decidido ensanchar y enriquecer la historia dándole una mayor profundidad emocional. Asimismo, también contamos con Craig Mazin, el showrunner de Chernobyl.
La adaptación del videojuego a la televisión es perfecta, pero su creador ha decidido enriquecerla mucho más. Por otro lado, quienes no conocen la historia original, se adentran con facilidad en un guion creíble, consistente y emocional.
Dos protagonistas arquetípicos con los que es fácil conectar
Los protagonistas de The Last of Us responden a ese esquema arquetípico que no nos cuesta reconocer. Una vez más tenemos el compendio adulto-niño que ya utilizó en su día Cormac McCarthy en La carretera (2006). En la nueva serie de HBO, conoceremos a Joel (Pedro Pascal) y a Ellie (Bella Ramsey).
El primero fue un trabajador tejano de la construcción que arrastra consigo la tragedia de haber perdido a su hija y, más tarde, a quien era su pareja. La niña simboliza la esperanza, su organismo es inmune a la infección de los humanos mutantes y es esa figura a la que Joel debe proteger a lo largo de un viaje épico en un mundo en ruinas.
El universo psicológico de los personajes se esculpe con precisión y delicadeza. Joel es emocionalmente inaccesible en muchos momentos, es un personaje estoico que lidia con traumas profundos de los que no desea hablar. Lo conocemos por sus acciones, por esos pequeños matices en los que asoma su calidez y, sobre todo, por su instinto de protección hacia la niña.
Ellie, por su parte, es una adolescente chispeante, curiosa y preguntona que aporta ese halo de calidez y luminosidad a un contexto devastador y amenazante.
El capítulo 3: el amor en medio de las cenizas
En The Last of Us no tardamos en descubrir que, a menudo, la mayor amenaza no son los mutantes, sino los propios hombres. Cuando el mundo se derrumba y domina el caos o la anarquía, aflora lo peor del ser humano. Pero también hay pequeños recovecos para que emerja lo mejor. Muestra de ello es lo que sus creadores nos presentaron en el tercer capítulo.
En él, y desarrollado a lo largo de dos décadas, descubrimos a la historia de dos personajes: Bill, el clásico preppers misántropo o persona entrenada en la supervivencia en contextos apocalípticos y Frank, un artista que casualmente cae en una de sus trampas. El desvío romántico de ese tercer episodio, revelándonos la historia de amor entre dos hombres, traza uno de los instantes más hermosos de la televisión.
Nos recuerda que, aunque en el mundo solo haya cenizas, siempre valdrá la pena vivir en él si tienes a alguien a quien amar. Por otro lado, cabe señalar que «Long, long time», no fue del gusto de todos, en especial para ciertos puritanos del videojuego.
Sin embargo, su creador, Neil Druckmann, lo dejó claro. No han cambiado nada del propio videojuego, solo decidieron «pasar más tiempo» con dos de los personajes que ya existían…
El capítulo 3 de The Last of Us (Long, long Time) narra una preciosa historia entre dos hombres con la que entender que el amor de nuestra vida puede aparecer en cualquier momento, incluso en el más oscuro.
Pequeñas historias que escalan grandes emociones
La última y exitosa serie de HBO aún está en su primera temporada. Muchos la describen como la mejor adaptación televisiva de un videojuego. Para quienes no conocemos las vivencias de Joel y Ellie a través de una PlayStation, vemos un programa con elementos cautivadores. Tanto como para desear seguir el paso de sus protagonistas y formar parte de su viaje.
Nos atraen los traumas profundos que se esconden en los rostros de sus personajes. Nos emocionan esas pequeñas historias que se hilan en medio de las ruinas y la desolación distópica, para demostrarnos que el amor es lo que siempre mueve al ser humano. El amor entre hermanos, entre parejas y entre padres e hijos…
No estamos ante una serie de infectados más. El poder de los vínculos y nuestras emociones son esas armas incombustibles que nos permitirán emerger sin duda de cualquier fatalidad y escenario apocalíptico. Con o sin hongos de por medio.