Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas
Es una de las emociones que prácticamente todos hemos experimentado, pero de la que menos hablamos, es el deseo de venganza. Cuando nos hacen daño a nosotros o a nuestros seres queridos, siendo víctimas de una gran humillación, nos resulta más fácil llenarnos de odio y buscar revancha que perdonar.
Sentimos que tenemos el “derecho” a vengar el ultraje o a devolver el daño recibido. Detrás de esta sed de represalia se esconde la idea de que, una vez logrado nuestro objetivo, nos sentiremos mejor. La venganza parece ser uno de nuestros instintos más profundos, y como el resto de instintos o pasiones han sobrevivido porque tienen un propósito evolutivo. Así, respecto a la venganza existe la teoría de que tiene una función protectora dentro del contexto social.
Sin embargo, en la mayoría de los casos la venganza no reporta ningún beneficio, solo sirve para causarle dolor a los demás. De hecho, no podemos olvidar que la venganza no es sinónimo de justicia, sino que siempre esconde sentimientos y emociones negativas como el rencor y el odio.
“La venganza sólo sirve para eternizar las enemistades en el mundo; el placer fútil que nos causa, va siempre seguido de eternos arrepentimientos”
-Baron de Holbach-
La emoción que consume más que libera
Las revanchas emocionales vienen cargadas de emociones negativas que controlan nuestros pensamientos y, en última instancia, nuestros comportamientos. Emociones como la rabia, la ira y el rencor nos afectan directamente, aumentando el grado de estrés diario, haciéndonos más vulnerables frente a la enfermedad.
En el aspecto emocional, nos sentiremos siempre en bucle, como si no pudiéramos dejar pasar un hecho pasado: nos da energía, pero a la vez nos la consume. La venganza es una de las emociones que más daños puede causar, tanto para el que la porta como para el que es objeto de la misma; no solo nos crea un inmenso malestar emocional, sino que además nos guía a comportamientos poco éticos.
Lo peor de este sentimiento es que, una vez saciado el deseo de venganza, la mayoría de las veces no recibimos el refuerzo que esperábamos: nos damos cuenta de que le daño que hemos causado no ha servido para sentirnos mejor. Esta emoción nos consumirá en una espiral de odio y desprecio hacia nosotros mismos, porque difícilmente en frío nos renocemos en eso que hemos hecho y que antes pensábamos tan justificado.
De esta forma aprendemos que el presente y el futuro no pueden cambiar el pasado.
La venganza es una herencia de las almas débiles; nunca se cobija en los corazones fuertes
Cerrar heridas es un acto de madurez emocional
Todos hemos sentido alguna vez ganas de vengarnos de alguien, equivocadamente o no, llevándonos a experimentar numerosas emociones negativas y un malestar hermético. Solo al rechazar estas emociones ponzoñosas hemos podido quedarnos con lo real de las situaciones y con lo positivo que nos han aportado.
Cuando el resentimiento sobresale por encima del resto de emociones, solo nos fijaremos en los aspectos negativos de la persona a la que consideramos causante de nuestro dolor, sesgando lo positivo y haciendo hincapié en sus características perjudiciales. Así, correremos el riesgo de caer en la ilusión de la profecía autocumplida.
Solo cuando el filtro del resentimiento cambia, por el tiempo o porque ya no queda espacio en nosotros para las emociones que nos distorsionan, podemos ver el efecto del resentimiento sobre nuestros juicios. La mirada reflexiva está en que el resentimiento es una consideración personal de lo que los demás nos hacen, y las consideraciones cambian dependiendo del prisma con que las miremos.
Para vivir alejados del conflicto hay que cambiar los filtros negativos, debido a que no hay filtro más nocivo y que desvirtúe más que el que al final termina revelándose contra uno mismo. Si tenemos que elegir algún filtro para mirar, que sea el del afecto: puede que desvirtué igual, pero os aseguro que es más productivo y os hará sentir mejor tanto a vosotros como a las personas que miréis a través de él.
“Sé pacifico; no vengarse puede ser también una forma de venganza”
-Danny Kaye-