3 hermosas fábulas chinas
Casi todas las fábulas chinas, especialmente las más antiguas, son pequeñas historias que encierran grandes enseñanzas. Se han ido transmitiendo de generación en generación y muchas de ellas sobreviven hoy en día, corriendo de boca en boca o, como en este caso, de artículo en artículo.
Las fábulas chinas son una forma de literatura popular. Muchas de ellas no han sido escritas, sino que circulan a través de la tradición oral. Representan una manera didáctica de transmitir los principales valores de la cultura oriental a las nuevas generaciones.
En esta ocasión traemos tres fábulas chinas tradicionales. Cada una de ellas se enfoca a mostrar con un ejemplo la forma como los valores o la falta de ellos lleva a determinadas consecuencias. Aquí están para que las disfrutes.
“Desde las alturas de la razón, la historia se parece a una fábula”.
-Théodore Simon Jouffroy-
1. La gaviota y la bondad, una de las fábulas chinas más hermosas
Se cuenta que en un viejo reino había un hombre adinerado y poderoso que amaba a las gaviotas. Todas las mañanas se levantaba y miraba hacia el mar, que estaba cerca de su mansión. Se quedaba por horas, extasiado, contemplando esas aves blancas que lo maravillaban.
Un día cualquiera encontró una gaviota en la terraza. Conmocionado por el hallazgo se acercó con cuidado a ella y notó que estaba herida. Con la mayor dulzura la tomó entre sus brazos y ordenó a sus médicos que la curasen. La herida no era muy profunda y la gaviota se curó muy pronto.
Extasiado con ella, el hombre quiso agasajarla. Mandó preparar las mejores comidas para ella… Faisán, carnes exóticas, frutas deliciosas y manjares de todo tipo. Sin embargo, la gaviota no comía nada. El hombre intentaba convencerla, pero ella no accedía. Así pasaron tres días, después de lo cual la gaviota murió.
Esta es una de las fábulas chinas que nos enseñan cómo a veces el amor, en realidad, no es amor, sino egoísmo. El hombre de esta historia creyó que a la gaviota le complacería lo que le complacía a él, no lo que ella necesitaba.
2. El hombre que no vio a nadie
En el antiguo reino de Qi hubo una vez un hombre que tenía una sed insaciable de oro. Desafortunadamente era muy pobre y su trabajo no le permitía obtener grandes riquezas. Apenas contaba con lo justo para sobrevivir. Aún así, vivía completamente fascinado por la idea de obtener oro.
Este hombre sabía que en el mercado había varios comerciantes que ponían hermosas figuras de oro en sus puestos de venta. Tales objetos reposaban sobre un hermoso manto de terciopelo. Los hombres ricos de la ciudad iban allí y los tomaban en sus manos para observarlos. A veces los compraban y a veces no.
El hombre de nuestra historia ideó un plan para apoderarse de una de esas figurillas que brillaban bajo el sol. Así que un día se puso sus mejores ropas y sus mejores adornos. Luego fue al mercado y fingió observar las piezas de oro. Después, sin pensarlo dos veces, tomó una de ellas y salió corriendo. No avanzó más de dos calles cuando fue atrapado.
Los guardias le preguntaron cómo se le había ocurrido robar el oro así, a plena luz del día y con cientos de testigos a su alrededor. El hombre contestó que no había pensando en nada de eso. Solo pensó en el oro y no vio nada más. Esta es una de las fábulas chinas que nos habla sobre la ceguera que acompaña a la codicia.
3. El señor que amaba a los dragones
Este era un hombre llamado Ye, que tenía una afición obsesiva por los dragones. Admiraba su forma, la manera como miraban. Se extasiaba al ver las láminas que los representaban echando fuego por la boca y sometiendo a todos los enemigos con los que se enfrentaban.
Era tal su admiración por los dragones que conocía todas las leyendas que los mencionaban. También mandó pintar gigantescos dragones en su casa, tanto en las paredes como en los techos. Su casa parecía un templo dedicado a los dragones.
Una noche, cuando menos lo esperaba, por una de las ventanas irrumpió la cabeza de un dragón. Sin darle tiempo a reaccionar, comenzó a echar fuego por sus fauces y el hombre amante de los dragones corrió y gritó por todas partes. El señor Ye solo atinó a huir como pudo y casi se vuelve loco de la impresión. Esta es una de las fábulas chinas que nos enseña a amar las realidades concretas, no aquellas que están en nuestra mente.
Las fábulas chinas tienen y tendrán un encanto incomparable. Son la muestra de una cultura milenaria, en la que desde tiempos remotos se le ha dado gran importancia a los valores más sociales.