A veces la mejor ayuda es dejar hacer
La ayuda es una acción que tenemos sobrevalorada en muchos casos pues pensamos que implica bondad, solidaridad, hospitalidad, etc. Pero el problema es que muchas veces no se trata de una mera colaboración entre seres humanos con un objetivo común, sino que aparece para cubrir alguna tarea para la que pensamos que el ayudado no tiene habilidad, que la tiene pero lo haría muy lento o que no llegaría al nivel de perfección que nosotros somos capaces de alcanzar.
Podríamos denominar como una “ayuda tóxica” a esa actitud de solventar los problemas de la otra persona sin darles opción de enfrentarse a sus propios desafíos. Lo es porque, además de impedir que desarrolle sus calidades, le trasmitimos un mensaje claro: tú no puedes.
Llegamos de esta manera, con nuestras mejores intenciones, a lo que se denomina como anulación personal. Es decir, a la merma de las capacidades, opiniones, habilidades, actitudes y aptitudes de la persona ayudada.
A los ojos de la sociedad, la ayuda parece siempre algo positivo; pero si vemos más allá, podremos comprobar como existen multitud de casos de personas con déficits en sus capacidades gracias a que algún “buen samaritano” ha solventado por ellas muchos retos para los que en realidad no necesitaban ayuda.
En la actualidad, se recogen bajo el paraguas de “la generación blandita” a todas aquellas personas cuyos padres han sobreprotegido demasiado, haciendo los deberes por ellas, resolviendo cualquier problema social que tuviesen y eliminándo por completo cualquier contacto que pudieran tener con la frustración.
Una ayuda que no ayuda a ninguna de las partes
Hacer cosas por los demás es positivo siempre y cuando sea en forma de colaboración o cooperación. Por ejemplo, si dos personas tienen el objetivo común de montar un negocio juntos, es preciso que colaboren: uno elige los muebles de la empresa, otro se dedica todas las mañanas a generar publicidad, etc.
Este sería un ejemplo de verdadera colaboración que enriquece a las dos partes, pues ambos salen beneficiados en su meta común y gracias a ello, el negocio tiene más posibilidades de prosperar.
Sin embargo, ayudar a alguien de forma unidireccional puede ser perjudicial ya que anula las capacidades de la persona que está siendo ayudada. Además puede alimentar pensamientos que pueden ser falsos en la persona que recibe la ayuda:
- El que recibe la ayuda puede llegar a pensar que la necesitaba de verdad.
- Que la otra persona tiene la obligación de ayudarle.
- Que es importante para la persona de la que recibe la ayuda.
Por lo tanto, ninguna de las partes sale beneficiada de esa ayuda. Uno porque recibe el mensaje de que sin la otra persona no puede y esto es un disparo mortal a la autoestima. La otra porque siembra la semilla de la ansiedad, al creer que no podrá negarse a los favores que la otra persona le pida o pensar que sin él o ella, el otro no saldrá adelante.
Evidentemente, la relación personal entre el ayudado y el que ayuda puede verse muy deteriorada. Piensa que el que ayuda siempre estará ansioso y pendiente del otro, anteponiendo las necesidades de este a las suyas propias, lo que puede acabar incluso en rechazo.
Familias helicóptero
Esta idea la podemos ver en algunas familias donde existe la figura de los padres helicóptero, tóxicos o sobreprotectores. Estos padres no pueden soportar la idea de que su hijo sufra, pero es que su concepto de sufrimiento está muy equivocado.
Normalmente se trata de padres que lo han pasado mal en su infancia y no desean que sus hijos experimenten lo mismo. Así, polarizan la educación que imparten en el extremo de la protección más absoluta: les resuelven todos los problemas, incluso aquellos para los que los hijos ya están capacitados; así hasta que llegan a una edad en la que tendrían que ser capaces de llevar una vida autónoma.
¿Qué ocurre? Que el niño no aprende. Al ser los padres los que viven por él, nunca se ha equivocado y por ende, nunca ha tenido que frustrarse, rectificar y aprender de los errores: la única manera de aprender de verdad.
El desarrollo del niño se estanca, cuando en realidad tiene un gran potencial para explotar. Llegados a la edad adulta, nos encontramos con personas que no son personas resolutivas. Personas que demás suelen padecer problemas de autoestima: se dicen a sí mismos que no son capaces de enfrentar problemas sin la ayuda de nadie.
Se convierten en personas necesitadas y esta trasciende a todos los apartados de su vida. Así, tienden a escoger parejas que se comporten de la misma forma que lo hicieron sus padres, por lo que las habilidades de esa persona seguirán sin desarrollarse.
¿Qué ayuda es la que sí ayuda?
Si realmente queremos ayudar, o mejor dicho, colaborar con alguien, la idea que nos debe guiar es la que se esconde detrás del deseo de que esa persona se desarrolle y adquiera confianza en sí misma. Ayudarla es alimentar su autoestima recalcando lo que ha hecho bien, alimentar su resolución plantenadole posibilidades y alimentar sus habilidades planteándole problemas similares.
Es importante que tengamos paciencia y que aceptemos que la vida trae consigo frustraciones y que nadie muere por ellas.
Si a la persona que no queremos que lo pase mal le damos esa suplencia que elimina el obstáculo, no dejaremos que la busque por sí misma. No le hará falta actuar, romperse los cuernos, probar, buscar alternativas, etc., porque ya se lo estamos dando todo hecho.
Por ejemplo, si nuestro hijo no encuentra trabajo pero todos los meses le estamos dando una paga que le permite vivir más o menos, ¿por qué iba a ponerse a buscar empleo? ¡No le hace falta! Pero esto trae un inconveniente…Si seguimos así, ¿Qué será de él el día que como padres ya no estemos en este mundo para darle esa paga?
Colaborar en este caso, significaría ayudarle a hacer un currículum, a escoger una profesión, a buscar un empleo, de manera que experimente que, al final, es él el actor de su propia vida. ¿No te parece?