Aceptar a la madre es aceptar la vida

No siempre es fácil aceptar a la madre, porque no siempre el vínculo con ella es lo que debería ser. Aún así, vale la pena iniciar el proceso para lograrlo, ya que esto, al final, generará bienestar personal.
Aceptar a la madre es aceptar la vida
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 05 octubre, 2022

Aceptar a la madre es uno de los procesos más importantes de la vida. En algunas ocasiones, el vínculo con ella es saludable y expedito, por eso no necesita de mayor trabajo. En otras ocasiones, ese nexo está truncado o dificultado por diversas circunstancias y requiere de elaboración para sanarlo.

¿Por qué es importante aceptar a la madre? En esencia, todos formamos parte de ella, aunque pertenezcamos a nuestras vidas. Tanto en sentido físico como emocional y social, provenimos de nuestra madre. Por lo tanto, se trata de un vínculo  al que no se puede renunciar, incluso si ella nunca estuvo presente en el sentido físico.

Todo niño, al nacer, espera sentirse acogido y amado incondicionalmente por su madre (también por su padre). Cuando esto no sucede, el niño siente tristeza, desamparo, frustración y rabia sin poder expresarlas. Para sobrevivir, la criatura termina por amoldarse a las condiciones impuestas por su familia. Las consecuencias de esta ruptura con su verdadero yo las arrastrarán de por vida”.

-Ramón Soler-

Por lo anterior, aceptar a la madre forma parte del proceso de aceptarnos a nosotros mismos. Cuando no se logra pacificar ese vínculo, con frecuencia esto se convierte en un sentimiento de carencia, de desarraigo, abandono, ira o tristeza que acompaña la vida como telón de fondo. De ahí la importancia de trabajar en este aspecto.

El vínculo con la madre

El vínculo con la madre deja una huella indeleble en la vida de todas las personas. Fue dentro de su vientre que todos iniciamos la vida y experimentamos las primeras sensaciones. En primera instancia, cada uno de nosotros fue uno con ella.

También fue de la mano de la madre que todos vivimos la llegada al mundo e iniciamos ese largo proceso de transitar los primeros años, una etapa en la que ningún humano puede sobrevivir por sí solo. Todos requerimos de una madre, o de alguien que haga sus veces, para mantener la vida en esas primeras etapas.

Lo anterior supone y establece un vínculo no solo muy estrecho, sino determinante. Las primeras experiencias emocionales e intelectuales son los factores que moldean nuestra psique. En gran parte, somos la hechura de esa persona que nos prodigó cuidados, en mayor o menor medida, cuando no podíamos hacerlo por nosotros mismos.

Niña besando a su madre

Madres buenas y madres dañinas

No importa qué tipo de madre tenga un bebé o un niño pequeño. No solo la va a aceptar, sino que se aferrará a ella de forma entrañable. La psicoanalista Judith Viorst, en su libro Pérdidas necesarias, menciona el terrible caso de un niño de 3 años que fue rociado con alcohol y quemado por su propia madre.

Como era de esperarse, las autoridades separaron al menor de la mujer. En el orfanato, el niño no hacía más que llamar a su madre y añorarla. Ella le había provocado un daño atroz e irreparable y, aun así, él sentía su ausencia como el peor de todos los males.

Una madre suficientemente buena  genera un sentimiento espontáneo de aceptación y amor. Con ello, incuba también el sentimiento de confianza en la vida y en el mundo; una cierta sensación de que todo estará bien y que el amor es un sentimiento real y maravilloso que está en los cimientos de la vida.

Una madre ausente o dañina provocará sentimientos ambiguos. Algo dentro de sus hijos siempre añorará su presencia y sentirá como una herida su ausencia o sus rechazos. Quizás ellos crezcan y aprendan a vivir sin ella o a pesar de ella. A su esfuerzo por vivir bien se añadirá la difícil tarea de aceptar a la madre, sea ella como sea.

Madre e hija adultas enfadadas

Aceptar a la madre

Está claro que aceptar a la madre no siempre significa poder establecer una relación buena con ella. Hay situaciones en las que esto es imposible. Sin embargo, es necesario sanar ese vínculo en nuestra mente para que no opere como un lastre psicológico que limite para amar a otros y para experimentar sentimientos de felicidad.

Aceptar a la madre ayuda para comenzar a sanar uno mismo. ¿Cómo lograrlo? Las siguientes premisas dan una idea para conseguirlo:

  • Comprender. Hacer un esfuerzo por comprender a la madre puede ser muy sanador. Si actuó mal, incluso con crueldad o negligencia, de seguro se debe a sus propias limitaciones o, tal vez, a trastornos.
  • Renunciar a cambiarla. Nadie elige a su madre. Es como es y punto. De nada vale enrostrarle sus errores o pedirle que sea otra. El esfuerzo es inútil.
  • Marcar las distancias necesarias. Es más fácil aceptar a la madre cuando se elige una distancia adecuada con ella. No hay que forzar el vínculo para que sea bueno, cuando antes no lo ha sido.
  • Concentrarse en uno mismo. Quizás siempre se lleve a un niño herido por dentro. Por ello, hay que concentrar los esfuerzos en lograr ser feliz, a pesar de todo.

Aceptar a la madre no es fácil cuando el vínculo ha sido muy problemático. Pese a esto, lograrlo es dar un paso adelante en nuestro propio desarrollo. A veces, se necesita acudir a un profesional de la salud mental. Otras veces basta con marcar los límites y recorrer el camino del perdón.


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  • Irigaray, L. (1994). El cuerpo a cuerpo con la madre. Debate feminista, 10, 32-44.

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