Amistades pasivas y activas, ¿en qué se diferencian?
Todos nosotros tenemos o hemos tenido en algún momento amistades pasivas y activas. Esta distinción no refleja los vínculos sociales enriquecedores de aquellos que lo son menos. En realidad, son el lienzo de ese jardín más luminoso y frondoso de las relaciones humanas, ese donde habitan flores, arbustos y maleza de todo tipo… Toda esa flora variada hace más bonito nuestro día a día.
Sin embargo, como siempre sucede, hay algunas plantas a las que apreciamos mucho más. En el mundo de la amistad sucede lo mismo: en nuestro círculo personal contamos con personas con quienes tenemos mayor complicidad y también con esas figuras que, sin llegar a ser íntimas, nos agrada hablar con ellas, compartir cosas puntuales, verlas cada cierto tiempo.
Somos, en buena parte de los casos, seres sociales que necesitamos de esas interacciones cotidianas con las que nos sentimos bien. Agradecemos por igual esa conversación con nuestro panadero de siempre, ese rato tomando un café con un compañero de trabajo o ese paseo más cómplice con nuestro mejor amigo para explicarle nuestras preocupaciones.
Hay diferentes tipos de amistad y, mientras sean sinceras y enriquecedoras, no importa el grado de intimidad. Importa siempre la autenticidad. Profundizamos en este tema.
Los llamados lazos débiles o amistades pasivas también son importantes en nuestra vida: son personas que, sin llegar a establecer un lazo de intimidad con ellas, nos generan confianza e instantes positivos en el día a día.
Amistades pasivas y activas, ¿en qué se diferencian?
Si te importan las relaciones, estarás de acuerdo en que llamar a alguien «amigo» es algo tan especial como significativo. No lo haces todos los días y no todo el mundo se gana esa designación. Sin embargo, también abundan quienes lejos de comprender la profundidad de este término, lo vulneran a veces echando abajo ese templo sagrado que es la confianza y el respeto mutuo.
Sea como sea, todos tenemos o hemos tenido más de una amistad y conocemos lo gratificante que resulta disponer de un aliado de vida, de un compañero del día a día y de ese refugio emocional donde todo cabe: alegrías y también penas.
Ahora bien, en la década de los 70, Mark Granovetter, profesor de sociología en la Universidad de Stanford, publicó un trabajo de investigación titulado La fuerza de los lazos débiles, que supuso una nueva reformulación al concepto de la amistad.
Es bueno recuperar este trabajo en la era de las nuevas tecnologías. De algún modo, con la teoría de Granovetter sobre las amistades pasivas y activas, entendemos mucho más la importancia que pueden tener esas amistades que hacemos en nuestras redes sociales.
No podemos minimizar su relevancia porque a veces esa persona que conocemos por Facebook o por cualquier aplicación puede ser tan importante como ese amigo de la infancia. Descubramos un poco más esta interesante categorización.
Amistades activas: la conexión profunda que enriquece tu vida
Las amistades activas están presentes en tu cotidianidad de muchas maneras. Los consideras tu familia y prácticamente lo saben todo de ti. Compartes con ellos vivencias, valores, secretos, complicidades, retazos de instantes tristes y muchos momentos de felicidad en común. Además, son tu refugio constante cuando algo no va bien y, en ocasiones, son para ti más necesarios que tu propia pareja.
Algunos llevan contigo desde hace décadas, desde que empezaste primaria o secundaria, y el “flechazo” fue casi instantáneo. Otros son de reciente adquisición, personas que se cruzaron no hace mucho en tu destino, pero que parece que las conoces desde que llegaste al mundo.
La interacción es constante entre vosotros. No importa que estéis lejos de vez en cuando, porque la preocupación por saber cómo estáis, qué os duele o qué serie estáis viendo es constante. Y ese apoyo inoxidable, ese saber estar presentes en cada momento y circunstancia, te da la felicidad.
Amistades pasivas, lazos débiles que te hacen sentir bien
Las amistades pasivas y activas no son opuestas. La una no es el reverso de la otra. En realidad, son complementarias. Es más, en los últimos años se ha recuperado esta teoría del doctor Mark Granovetter por ser el claro reflejo de lo que sucede en esta sociedad de las nuevas tecnologías y lo digital.
Las amistades pasivas son personas que están más allá de nuestro círculo de intimidad, pero cuya interacción nos genera bienestar. Ejemplo de ello puede ser un vecino, el amigo de un familiar, esa chica de la tienda de abajo, ese compañero de trabajo con el que nos llevamos bien, esa persona que vemos una vez a la semana en el metro y con quienes tenemos charlas interesantes.
Las amistades pasivas y activas se diferencian básicamente en la cercanía y el afecto. También un lazo débil es el que podemos establecer con quienes conocemos en las redes sociales. Nos gusta hablar con ellos, compartir intereses comunes. Sin embargo, sabemos que muchas de esas relaciones nunca van mucho más allá.
Según lo que nos explicó el sociólogo Mark Granovetter, esas amistades pasivas y no vinculantes son un gran estímulo en el día a día. Nos alegran, nos traen nuevas perspectivas y momentos de amable distensión. También ellos nos transmiten conocimientos, emociones positivas y sensación de pertenencia.
Los amigos cercanos (y activos) son importantes, pero las investigaciones nos demuestran que crear redes de relaciones casuales, bien mediante las nuevas tecnologías o en nuestras interacciones cotidianas en el mundo social, también nos confieren felicidad y sentido de pertenencia.
Amistades pasivas y activas, una necesidad vital
Los buenos amigos mejor si son pocos; en lo que se refiere a las amistades pasivas, cuantas más, mejor. Para entender esta idea pondremos un ejemplo. Steve Jobs diseñó el edificio Pixar con una idea muy concreta: facilitar que los empleados de distintos departamentos pudieran encontrarse fortuitamente los unos con los otros.
La idea era lograr ese tipo de amistad pasiva con la que se estimula la creatividad. Esos encuentros casuales siempre eran positivos, amables y enriquecedores, las ideas fluían y se reducía el estrés. No era necesario que se crearan “grandes amistades”, pero sí esos lazos de cortesía y amabilidad donde muy a menudo fluían nuevas ideas. Esa era la clave.
Por tanto, para mediar en nuestro bienestar, es bueno elevar todos esos contactos sociales cotidianos. Conversaciones breves, un qué tal todo o cómo te va el día, siempre nos enriquece. Y este tipo de vínculos, al igual que las buenas amistades, es algo que deberíamos cultivar y promover hasta que nuestras arrugas se llenen de años y de vida disfrutada.
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- Granovetter, M. (1973). The Strength of Weak Ties. American Journal of Sociology, 78(6), 1360-1380. Retrieved May 15, 2021, from http://www.jstor.org/stable/2776392