Amores de verano: ¿pasiones efímeras con fecha de caducidad?
Quien más y quién menos ha tenido alguna experiencia con los amores de verano. Son esas historias que vivimos con intensidad, pero sabiendo, a menudo, que tenían fecha de caducidad. Sus imágenes y el recuerdo de esas sensaciones vienen casi siempre asociadas a las letras de una canción, al olor del salitre o al sabor de unos besos dados en noches de complicidad que culminaban en plácidos amaneceres.
Esas pasiones estivales suelen tener su primera aparición en nuestra adolescencia, momento en el que dichas vivencias llegan de manera reveladora para marcarse a fuego en nuestra memoria emocional. Sus finales, como las propias tormentas de verano, pueden ser todo un cataclismo de emociones contrapuestas; pero todo lo vivido merecerá la pena. Porque muchos tuvieron con esos amores fugaces buenas oportunidades de aprendizaje vital, de ese que no siempre se aprende en los libros.
Las aventuras de verano, en realidad, pueden surgir en cualquier momento sin importar siquiera que ya peinemos canas. De hecho, según los expertos estas pasiones surgen por unas razones muy concretas. Una de ellas nos parece sin duda fascinante: en verano, hay una mayor disposición hacia el amor. Puede que nosotros no nos demos cuenta, pero cuando nuestro cerebro se siente libre de las cadenas de la rutina, del estrés y las obligaciones, es más receptivo y está abierto a nuevas experiencias…
“Tarde de verano; para mí estas han sido siempre las dos palabras más hermosas…”
-Henry James-
Amores de verano: la relajación estival y un cerebro en busca de emociones
Días más largos, un clima que invita a la actividad, a salir de casa y socializar, menor nivel de estrés, ganas de hacer cosas nuevas… Hay algo mágico en el verano, algo que va más allá incluso de las propias vacaciones, esas que quien más y quien menos, puede permitirse.
En esta época, como bien reflejaba Tennessee Williams en sus obras, todo es más intenso, nuestras emociones están a flor de piel y nuestro corazón más dispuesto para conectar con los demás. Hay múltiples factores que explican esa efervescencia de los amores de verano.
El tiempo se detiene, estamos más centrados en el aquí y ahora
Cuando llega el verano nuestra mente solo desea dos cosas. La primera es desconectar de las preocupaciones. La segunda es no pensar en el ayer ni centrar la atención en lo que vendrá a partir de septiembre u octubre. Casi sin darnos cuenta, ponemos en práctica un principio de bienestar personal extraordinario: centrarnos en el presente.
Ese enfoque es el que nos permite captar y procesar las cosas de manera muy diferente a como lo hacemos normalmente. Estamos más abiertos a la experiencia, disfrutamos de las pequeñas cosas y hasta la comida nos sabe mejor… Esto hace, por ejemplo, que la memoria haga esos anclajes tan significativos: el olor de la crema del protector solar nos recuerda a la playa en la que estuvimos, el olor de las palomitas de maíz de aquella feria con ese primer beso con nuestra pareja de verano…
Todo es más intenso en este periodo del año y nuestro cerebro está más dispuesto a experimentar enamoramientos.
Un cerebro con una neuroquímica diferente
En verano casi todo cambia; también nosotros. Disfrutamos de un estado mental más relajado a la vez que interesado en los estímulos que nos rodean, nuestro cuerpo se deleita de la luz del sol, tenemos una actitud más abierta y dispuesta a socializar… Todo ello puede facilitar el que nos sintamos más enamoradizos, pero tampoco podemos olvidar un dato fascinante.
Un cerebro relajado es un cerebro feliz. Esto supone, por ejemplo, que liberemos mayor cantidad de endorfinas, serotonina y dopamina. Toda esta neuroquímica nos invita también a la conexión, a que las relaciones fluyan de manera más espontánea en esos contextos estivales orientados de por sí, a la distensión.
Los amores de verano son como las burbujas del champagne. Son intensos, nos revolucionan, nos hacen sentir bien y en ello, contribuye sin duda un cerebro dispuesto a liberar oxitocina y norepinefrina de manera constante.
¿Es verdad que todo amor de verano tiene fecha de caducidad?
Hay veranos que se viven como si estuviéramos suspendidos en una dimensión aparte. No existe el pasado ni el futuro, solo un presente lleno de efusividad, de magia, de sensaciones intensas… No existen las preocupaciones, solo el placer de experimentar el aquí y ahora en plenitud junto a alguien. Ese equilibrio de perfección absoluta entra en crisis cuando se termina el verano o las vacaciones.
Ese hechizo se rompe con la vuelta a las obligaciones, a la vida real. Es tener que retornar, en muchos casos, a nuestro lugar de residencia y dar por finalizada una relación que, de algún modo, ya tenía fecha de caducidad nada más empezar. Sin embargo, ¿es así en todos los casos? ¿son todos los amores de verano efímeros?
Amores de verano saludables, amores de verano que duelen
No todos los amores de verano caducan. Los hay que hacen de ese encuentro estival la chispa de algo que puede madurar y convertirse en un vínculo estable y feliz.
Ahora bien, por término medio, esos romances que trae el calor se van con las primeras tormentas de otoño. Y efectivamente, algunos duelen. Hay amores cuyo final requiere de un duelo complejo, algo que experimentan desde adolescentes hasta más de un adulto.
Por ello, es necesario que tengamos claras algunas pautas para manejar mejor esos idilios que se inician en época estival.
- Tengamos claro desde un principio qué es lo que queremos y cuál es nuestra situación. ¿Busco una relación seria o quizá en este momento me iría mejor tener un romance sin obligaciones ni compromisos? Si ya tengo pareja ¿estoy dispuesto a llevar a cabo una infidelidad y manejar sus consecuencias? Estos son puntos que deberíamos clarificar en primer lugar.
- Una aventura de verano puede ser saludable si no tenemos expectativas de nada y nos limitamos solo a vivir el momento. Hay casos en los que muchas personas se sienten afortunadas por haber tenido esas experiencias estivales, aún sabiendo que serían de duración limitada.
- Ahora bien, en caso de anhelar una relación a largo plazo, deberíamos ser más prudentes y evitar implicarnos emocionalmente con alguien que no tiene idea ni propósito en hacer que esa relación prospere más allá del verano.
Para concluir, hay muchos amores de verano que han tenido su final feliz, no hay duda. Los hay que se inician de forma espontánea y distendida hasta dar forma a una maravillosa aventura personal que puede durar décadas. No obstante, hay veces en que lo experimentado durante un verano, vale una vida entera. Por tanto, no nos neguemos la oportunidad; aunque sea breve, amar es algo que siempre merecerá la pena.