El antilíder: el mayor peligro para toda empresa
El antilíder es esa persona que todo empleado teme y que cualquier empresa debe evitar. Son figuras faltas de competencias válidas para inspirar a otros, para transformar escenarios y guiar a su equipo humano hacia una meta concreta. Lo que consiguen es crear antagonismos, buscar su propio beneficio y disimular su falta absoluta de habilidades, al camuflarla por una conducta autoritaria.
Así, y como bien suele decirse, los buenos líderes, lejos de nacer, se hacen. Sin embargo, hay personas que se perciben a sí mismas como entidades dotadas de habilidades naturales para ostentar un cargo de poder. Y es aquí donde se inicia el declive y también el desastre. Su único objetivo será siempre mantener su poder mediante una serie de fieles acólitos.
Son las manzanas podridas del tejido empresarial, presencias que corrompen todo intento de progreso. Tanto de la propia organización como la de los empleados, quienes quedan arrastrados por esas dinámicas sin sentido. En estos contextos es muy común llegar a situaciones altamente estresantes y denigrantes.
Los antilíderes no son formadores de equipos. Se limita a promoverse a sí mismo.
Características del antilíder que todos podemos reconocer
A los líderes exitosos se le atribuyen múltiples habilidades. Inteligencia social, capacidad para innovar, herramientas comunicativas y de motivación, empatía, una visión positiva y convincente para inspirar a los equipos de trabajo, etc. Ahora bien, más allá de todas estas competencias que se derivan de la propia que la formación, hay otro elemento esencial.
La integridad humana no se adquiere tras un diploma y 100 horas de formación. Los líderes exitosos y transformacionales son, por encima de todo, personas éticas, comprometidas y honestas. En cambio, los antilíderes anteponen su visión y necesidades a las de la organización. Esto explica, por ejemplo, por qué casi el 40 % de las renuncias de los directores generales tienen como origen el fraude o la falta de integridad.
Por otro lado, es evidente que, como diría Charles Dickens, estamos en tiempos difíciles. Lo último que necesitamos son precisamente figuras deshonestas liderando el motor empresarial de nuestra sociedad. Una investigación de la Universidad de Hannover incide en los serios efectos de lo que definen como liderazgo destructivo.
En un contexto en el que necesitamos más que nunca personas capacitadas para afrontar problemas complejos, los antilíderes son el germen más nocivo. Estas son las características que les definen.
En todo clima laboral dominado por un antilíder, solo se respira miedo y sometimiento. El talento no se permite, solo se premia la sumisión.
Transmiten confusión y son impredecibles
El buen líder es hábil en materia comunicativa. Sabe transmitir mensajes claros que buscan siempre despertar el optimismo y la superación. Son figuras que hacen uso de la inspiración para que su equipo dé siempre lo mejor de sí.
Ahora bien, el antilíder está doctorado en ofrecer mensajes difusos y desordenados. Desmotivan, confunden y extienden el miedo. No son fiables, puesto que hoy pueden darnos unas orientaciones y propósitos que mañana desmentirán o le quitarán valor. Son expertos en tergiversar verdades, en cambiar de opinión y en crear una atmósfera de incertidumbre constante.
Negativos, reactivos y nulo sentido de responsabilidad
Los hombres y mujeres definidos por un liderazgo destructivo solo ven más problemas ante la aparición de un problema. Aún más, cuando aparece una dificultad, imprevisto, fallo o fracaso, lo primero que hacen es buscar culpables. Aplican una conducta reactiva, eludiendo toda responsabilidad para colocarlo en los escalafones más bajos.
En cambio, los líderes exitosos son proactivos. No solo saben actuar ante cada vaivén o desafío, sino que lo prevén y desarrollan estrategias de afrontamiento.
Recompensa la lealtad, no el talento
La persona con talento se marchita en toda empresa dominada por un antilíder. No tienen cabida porque son vistos como una amenaza, como figuras capaces de cambiar las cosas o, más aún, de ser mejores que el propio líder. Por ello, en este tipo de organizaciones solo se premia la lealtad y la obediencia. Es de este modo como se aseguran de que nada varíe.
Recordemos, no son formadores de equipos, se limitan a promoverse a sí mismos para asentar su poder de cara a los demás.
Dejan enemigos a su paso y buscan sacar partido del conflicto
Mientras los buenos líderes saben que para posicionarse el mercado es positivo crear alianzas y construir puentes, el antilíder los volatiliza. Lo más común es que lleven a su espalda numerosas desavenencias, y que su carácter, sea tendente al conflicto. Su lema es “divide y vencerás”.
El autoritarismo en el antilíder
Como bien podemos deducir, estos individuos aplican un liderazgo autoritario de “ordeno y mando”. Cualquier empleado que cuestione el statu quo (o su autoridad) pasa a la “lista negra” del jefe, se le reprende e incluso amenaza con el despido.
Por término medio, son personas que suelen puntuar alto en narcisismo, lo cual explica por qué se anteponen a sí mismos a los fines de la propia organización que (mal) dirigen.
Un sistema de valores muy cuestionable
El sistema de valores del antilíder es muy débil, además de cuestionable desde un punto de vista ético. Es todo un experto en crear un clima de miedo para después sacar partido de las preocupaciones de las personas. Amenaza, somete, manipula y culpabiliza como el mejor de los tiranos, buscando siempre el beneficio personal.
Para concluir, ahora más que nunca, necesitamos líderes humildes. Atrás quedó esa época del ejecutivo agresivo, ese que con sus tendencias narcisistas ejercía un poder absoluto. En la actualidad, es prioritario buscar figuras que sepan potenciar el talento para originar equipos felices capaces de traer los avances más innovadores.
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